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El artículo

Por Cristinacaviedesesteban @Crisescritora
Acabo de subir un relato y he programado esta entrada para subir otro por la noche (y así continúo probando eso de programar entradas, que con el nuevo diseño de blogger me aclaro poco y menos)
Me he propuesto ir publicando todas esas historias que tengo por ahí perdidas en mi pc, aquellas que por uno u otro motivo no entraron finalmente en la compilación de Historias de una Gaviota, así que trasteando por mi ordenador, he encontrado esta otra que, para ser sincera, no tengo ni la más remota idea de cuándo la escribí ni para qué. El caso es que a medida que lo leía he pensado... ¡Qué cosas más raras me invento a veces! jajaja... y me ha hecho tanta gracia (aunque mucho me temo que ese no era el propósito de la historia), que he querido compartirlo con vosotros, así que... ¡otro relato más! ¡Besos!
Trabajar. Trabajar. Trabajar. Esas palabras resonaban en mi mente una y otra vez, como ecos malditos de lo único que me quedaba por hacer.
Traté, nuevamente, de solucionarlo por mí mismo, pero me resultaba imposible. No lograba manejarme con aquella nueva tecnología que habían llevado a la oficina de un día para otro. Eran unos desconsiderados que ni siquiera se habían molestado en explicarme el nuevo funcionamiento de aquellas máquinas infernales. La envidia hacía mella en todos los departamentos, estaba claro... Pero yo era todo un profesional, acabaría manejándolo mejor que nadie, aunque de momento sería mejor esperar a que viniese algún compañero a la redacción para poder escribir a mis anchas. ¡Tenía tanto que contar...!Miré con nostalgia la máquina de café e imaginé lo agradable que sería poder sentir aquella bendita cafeína deslizándose templada por mi garganta, alejando aquel sopor que a veces me invadía, cada vez con más frecuencia, comenzando a ser preocupante. Pero era imposible, lo sabía, lo había intentado en varias ocasiones y lo único que había obtenido de ella era aquel gruñido mientras escupía una y otra vez mi reluciente moneda de 100 pesetas. Pero no podía descentrarme ni distraerme con todos aquellos elementos hostiles que me rodeaban. El motivo por el que estaba allí era mucho más importante. Me daba por satisfecho si lograba terminar aquél último artículo, puede que después me retirase y diese paso a esa nueva generación de periodistas que avasallaba aquel periódico insuflándole un aire nuevo, aunque desde mi perspectiva, en absoluto mejor... pero antes cumpliría con mi deber de darle al pueblo la información que tanto esperaba. La luz del día me fue sumiendo en un adormecimiento perezoso y suave, teniendo que hacer un gran esfuerzo por no dormirme en el sofá de la entrada, en el que me había acurrucando esperando la llegada de alguien que pudiese socorrerme en aquella urgente necesidad de compartir mi conocimiento. El ronroneo de la impresora pareció reanimarme y volví a escuchar aquellas palabras. Trabajar. Trabajar.Trabajar. Carlos Muñoz, siempre madrugador, estaba en pie de guerra tecleando conmonotonía en su desbaratada mesa junto a la ventana. Eché un rápido vistazo por sus cosas y sentí la necesidad de despejar aquella mesa repleta de objetos innecesarios y hojas mal impresas de artículos ya entregados. Me molestaba que fuese tan desordenado, pero lo compensaba con aquella mente brillante que jamás descansaba, sin dar una tregua a sus compañeros con aquellos escritos desgarradores que nacían con una increíble facilidad. Sentí envidia de aquella mente fértil y ágil que yo, ni en treinta años de profesión, había logrado igualar. Y él... ¡Era sólo un chaval! Me maravillaba pensar dónde sería capaz de llegar.Me senté junto a él y traté de dictarle al oído.- Vamos, esto es importante – le dije poniendo una mano sobre su hombro, tratando de ganarme su confianza – Felipe González ha sido elegido presidente del gobierno... ¿Cómo puedes estar perdiendo el tiempo con ese artículo sobre energías renovables? ¿Qué chorrada es esa? - le regañé al tiempo que miraba, por encima de su hombro, las primeras palabras que había redactado.Carlos no pareció hacerme el menor caso y continuó enfrascado en sus cosas, mirando muy de cerca la pantalla con aquella cara de concentración que yo conocía bien. Angustiado por mis infructuosos intentos, decidí salir a tomar un poco de aire. Las calles de Madrid me recibieron, una vez más, hostiles y frías, diferentes de como yo las recordaba, tanto, que a veces tenía la sensación de estar caminando por una ciudad diferente. Hasta los transeúntes parecían ser otros, mucho más tristes y sumidos en sus pensamientos. Tenía la sensación de que cada día andaban un poco más rápido, con la cabeza hundida en sus abrigos de un modo enfermizo, como si un manotazo les hubiese despojado de pronto detodo su orgullo. Para colmo, el gris de algunos edificios me torturaba con aquella sombra demasiado alta, demasiado artificial, demasiado nueva para mí. No comprendía como de un día para otro habían surgido de la nada, levantándose imponentes sobre aquel cielo cada vez más contaminado y carente de luz. Encontré un quiosco y revisé los titulares de diferentes periódicos. Ninguno se hacía eco de una noticia tan importante, no lograba comprender el motivo de que la ignorasen tan descaradamente, como si un cambio de gobierno fuese algo que pasase todos los días. Tenía que ser yo quien la escribiese, no quedaba otra solución.Regresé a la redacción enfadado, y comprobé que todo allí estaba ensilencio de nuevo. Los trabajadores se habían marchado, abandonando sin escrúpulos sus puestos y su trabajo a medio hacer.Me asomé a la mesa de Carlos Muñoz y tiré, con rabia, las hojas que había dejado con descuido allí encima, adornadas con una extraña anotación: urgente, fecha límite 22 de marzo de 2000. ¿Año 2000? Debían de haberse vuelto todos locos. Estábamos a 29 de octubre de1982.Me arrastré hasta la entrada y me tumbé nuevamente en el sofá, esperando que volviese el día y trajese consigo, al fin, la oportunidad que estaba buscando. Tuve el presentimiento de que en aquella jornada lo conseguiría. Mi artículo sobre Felipe González era estupendo. Supe antes que nadie que él sería el nuevo presidente del gobierno y tenía toda la información sobre él, tantos meses de investigación no podían ser tirados a la basura. Estaba seguro que aquellos datos desconocidos para la mayoría, dispararían la tirada del periódico. Pensé en un titular realmente llamativo: Lo que nadie sabe sobre el nuevo presidente. La verdad tan solo 1 día después de su elección.Era un titular fantástico. Estaba impaciente por ponerme a trabajar. Trabajar. Trabajar. Trabajar. Eso era lo único que importaba ya.

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