Revista Cine

El bello arte: “Three cases of murder”. Crímenes por capítulos, una tradición británica.

Publicado el 27 enero 2012 por Esbilla

Originalmente publicada en: Cinearchivo

http://www.cinearchivo.com/site/Fichas/Ficha/FichaFilm.asp?IdPelicula=69287


El bello arte: “Three cases of murder”. Crímenes por capítulos, una tradición británica.
Three cases of murder (Tres casos de asesinato)

Director: Wendy Toye, David Eady, George More O’Ferrall

1955

Gran Bretaña

99 min.

Guión: Sidney Carroll, Ian Dalrymple, Donald B. Wilson

Fotografía : Georges Périna

Música : Doreen Carwithen

Montaje : Gerald Turney-Smith

Reparto: Orson Welles, Alan Badel, John Gregson, Elizabeth Sellars, Emrys Jones, André Morell, Hugh Pryse, Leueen MacGrath, Eddie Byrne, Helen Cherry

El 12 de mayo de 1955 Tres casos de asesinato se estrenaba en los cines del Reino Unido, poco antes, el 15 de marzo lo había hecho en los de los Estados Unidos. La película consistía en tres sketches de misterio de una media hora cada uno, rodados en blanco y negro y sin mayor conexión entre ellos que el ser presentados por un hombre vestido de smoking que explica algunas de las peculiaridades de los casos con la mayor distensión. Ese mismo año, el 13 de noviembre se estrena en la CBS el primer episodio de la serie Alfred Hitchcock Presets (entre nosotros la hora de Alfred Hitchcock) titulado Colapso, protagonizado por Joseph Cotten y que había sido rodado en septiembre. 25 minutos más la publicidad, en blanco y negro y presentados por el propio director inglés con su habitual sorna. Este fenómeno de la coincidencia en el tiempo de dos sucesos simultáneos sin relación aparente se le conoce como sincronía. Pero la sincronía no es casual, existen patrones internos en ella, funcionamientos ocultos que provocan la aparición, solo aparentemente espontánea, de dos ideas tan similares en lugares relativamente diferentes. El germen del este efecto sincrónico esta una década antes, en 1945 y también en Inglaterra (aunque cabe confesar que en 1943 Julien Duvivier ya había

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realizado en Estados Unidos Al margen de la vida, un film de características similares y temática más o menos fantástica que contaba en su reparto con, nada menos, que Edward G. Robinson, Charles Boyer y Barbara Stanwyck lo cual estropea un poco esta bella serie de cábalas esotéricas). Allí la justamente mítica productora Ealing ponía en marcha un film titulado Al morir la noche, compuesto por seis historias, cinco independientes y una que forma el fondo común. Cuatro directores clave del cine británico de posguerra se ocuparon de ella, Alberto Cavalcanti, Charles Crichton, Basil Dearden y Robert Hamer.

Tres caso de asesinato, una producción Wessex, una pequeña casa dedicada principalmente a las comedias y a los cortos y largos de carácter patriótico en el contexto de la reconstrucción inglesa tras la 2ªGM, supone, por tanto, un film de curiosa influencia histórica, no solo por aparecer como una plausible fuente en el nacimiento del telefilm, como por su carácter de punto intermedio en la tradición británica de las películas más o manos de misterio y/o terror divididas en sketches que, nueva curiosidad cabalística, la entrañable Amicus recuperaría una década exacta (febrero del 65) más tarde en Doctor Terror, una simpática cinta escrita por su principal impulsor Milton Subotsky, co-dirección del recurrente Freddie Francis, genial director de fotografía además de apreciable realizador y reunión de los indescriptible Peter Cushing y Christopher Lee. Pero al contrario que la lista de trabajos de la Amicus a lo largo de los 60 y 70, que cuentan también con la capital influencia de los cómics de la E.C., el film que aquí nos ocupa esta, al igual que Al morir la

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noche, encargado a tres realizadores distintos, cada cual otorga una personalidad propia y absoluta autonomía a cada segmento, adaptaciones los tres de sendos relatos previos.

Al igual que ocurre con la película de la Ealing una de las partes destaca sobre el todo, en el caso de 1945 será el capítulo final, dirigido por Alberto Cavalcanti, sobre el ventrílocuo y su muñeco y en esta ocasión el inaugural, una pequeña obra maestra, de corte abiertamente fantastique, atmósfera pesadillesca y tortuoso sentido del humor: In the picture.

En ella, un pintor sale del interior de su propio cuadro para captar a continuación a un incauto guía del museo, al cual introduce de nuevo en el interior de la pintura con el objetivo de lograr unas cerillas con las cuales encender una vela que de a la composición, un paisaje romántico de un misterioso caserón, su balance exacto. Realizada por Wendy Toye, bailarina, coreográfa, directora escénica y finalmente cineasta, sobre una obra radiofónica del más bien desconocido autor Roderick Wilkinson (otra casualidad: participó en una de las antologías de relatos de misterio, Alfred Hitchcock’s Tales To Send Chills Down Your Spine). Misteriosa, barroca y

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seductora, esta historia poco tienen que ver con las otras dos en cuanto a tono o resolución formal, tampoco en la densidad de sus ideas sobre la imposibilidad de finalizar una obra tal y como se había pensado o en la creación mágica de un mundo propio, el del interior del cuadro una desvencijada y caótica mansión llena de los objetos robados en el museo que habitan el pintor su inquietantemente risueña esposa y un taxidermista, poseedor de la única vela y el único pedernal de toda la estancia y el cual antes había vivido en una pintura de Velázquez. Más allá de su fascinante puesta en escena o de la formidable interpretación de Alan Badel (el único actor que repite en cada historia, con papeles de diferente importancia) como el alucinado pintor lo que convierte esta media hora en una joya es esa creación de un universo paralelo, inquietantemente cercano, lleno de reglas que desconocemos, de relaciones que se adivinan intrincadas y de pulsiones por completo enloquecidas. Finalmente el pobre guía será entregado
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al taxidermista a cambio de la vela en al ventana, apero cuando el pintor lo vea desde fuera nuevamente encontrara la composición desequilibrada. Una joven que contempla hipnotizada la obra le dará un nueva idea “¿Qué tal una estatua en el jardín?”. Detallista, perversa, sardónica, obra maestra.

El segundo de los sketches, You killed Eizabeth, corre de cuenta de David Eady, director perfectamente desconocido que adapta para la ocasión un cuento del escritor pulp y ocasional guionista Brett Halliday (el libreto está a cargo de Sidney Carroll, entre cuyos créditos televisivos figura La hora de Alfred Hitchcock) y resulta ser el más ordinario del tríptico. Un whodunit clásico con algunas particularidades que lo enriquecen, en torno a la larga amistad entre dos jóvenes triunfadores, Edgar (John Gregson) y George (Emrys Jones), rota al enamorarse ambos de la misma mujer, la cual termina por ser asesinada por uno de ellos. Sobria y entretenida con un muy correcto uso de la elipsis para economizar en lo posible y con varios giros interesantes que permiten no desvelar el misterio hasta justo, justo la última imagen. Plantea además

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algunos elementos curiosos (que de haberse desarrollado en otros caminos hasta podrían suponer un curioso precedente del Inseparables de David Cronnenberg) entorno a la simbiótica amistad de los dos hombres, ambos se necesitan y complementan desde la infancia Pero Edgar, seductor y relaciones públicas del dúo sufre esporádicos “apagones” al no poder controlar su querencia por la bebida y George,  que lo envidia secretamente y ve crecer su frustración cuando pierde a su novia a favor de este, ve en esa debilidades que solo él conoce un camino para la venganza íntima, preparando una elaborada trampa con el fin de hacerle creer que él fue quine mató a Elizabeth durante el curso de una de sus borracheras.

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La última parte del original más prestigioso, nada menos que una pequeña pieza de W. Somerset Maugham, Lord Mountdrago (que había conocido una traslación televisiva en 1950 y conocería otra en 1969 en sendas series dedicadas a la obra del escritor), en la cual el político homónimo, tras aplastar públicamente a un rival mucho más joven e idealista padece (o cree padecer) la intrusión de este dentro de sus mismos sueños, sometiéndole a una constante burla psicológica que socava fatalmente la abrumadora seguridad en si mismo del aristócrata, al cual vemos aparecer en público sin pantalones arrancarse a cantar una tonadilla en plena  sesión parlamentaria o bailar de forma ridícula en un fiestorro con maracas incluidas. Peor mientras todos ríen, en una idea absolutamente genial,  su rival permanece serio, imperturbable, mirándole fijamente. Por si fuera poco al día siguiente de cada sueño el joven realiza sistemáticamente alguna críptica referencia al mismo, dando a entender que, en realidad, ha estado allí. Desesperado, Lord Mountdrago resolverá matarlo dentro del sueño. Bajo la dirección de un realizador de carrera
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primordialmente televisiva, George More O’Ferrall, esta historia se acerca más a la comedia levemente satírica (con toques fantásticos además, como en el caso de In the picture) que al misterio, y se inclina por el giro irónico (muy típico de los cómics de la EC primero y de la Warren ya en la década de los 60) antes que por cualquier tipo de suspense. Memorable más que nada por la genial creación que realiza Orson Welles (dejándose llevar por su pasión por las prótesis y las caracterizaciones) del personaje protagonista, enfrentado al magnífico Alan Badel, quien ejerce aquí de antagonista después de su breve cometido como camarero en You killed Elizabeth. Si algunos momentos delirantes podrían no desentonar en, por ejemplo, Mr. Arkadin (no tan exageradamente claro, esa rara joya no contiene ni un solo plano normal) la mirada general sobre “el poderoso” resulta de una enorme coherencia con la obra wellesiana e incluso, a poco que no fijemos, ciertos detalles de la puesta en escena, un contrapicado aquí, un juego con la profundidad de campo allí, ese exagerado decorado, puede hacernos pensar en si el americano, tal y como era su costumbre (también tal y como a él mismo le gustaba propagar para engordar el mito), solo se limitó a actuar o hizo algo más.•

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