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El braguetazo

Por Soniavaliente @soniavaliente_

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Dicen que existía un animal mitológico llamado mujeres que buscan casarse con un hombre rico. Y dice, existía, porque quiere pensar que se extinguieron en la década de los cincuenta del siglo pasado. Aún queda algún vestigio de ese animal en el imaginario colectivo y en algún programa de telebasura, si le apuran, pero poca cosa. Son invisibles, al menos, en su entorno.

Ella creció pagándose las fantas y después las cañas. Las cenas, los cines, los viajes. Por eso no puede entender que haya personas que necesiten un mecenas. Su mejor amiga opina que no le da importancia al dinero. Ella le contradice. El dinero es esa cosa que permite pagar facturas. Y vivir. Y, si sobra, invertir en ocio. Es decir, vivir al cubo.

Pero al parecer, esos animales invisibles se han organizado a través de la red. Y entre ellos intercambian secretos, trucos y pócimas para que el indefenso pobre hombre rico caiga en sus redes. De hecho, y esto es real, existe una página llamada Ricos y Bellas. Un portal pensado para crear parejas compatibles en cuanto a “éxito, ambición y deseo”. Supone que la primera y la tercera las pone el millonario y la ambición es el común denominador. Una web, en esencia, para braguetazos.  Se le saltan las lágrimas.

El braguetazo

Para encontrar el amor, o lo que cada cual ande buscando, las mujeres pueden registrarse gratis. A cambio, han de subir al menos una foto. La colectividad de machos deberá discernir quien es lo suficientemente bella para cazar un macho-forrado Alfa de una choni de extrarradio. Éstas últimas quedaran condenadas al ostracismo digital. Sin piedad. Sin perdón.

En cambio, el único filtro súper estricto de los hombres –que no están obligados a subir foto- es cumplimentar un cuestionario sobre sus ingresos. Si éstos se encuentran por encima o por debajo de la media -no se especifica cuál- o si directamente son ricos o millonarios. Un mecanismo de control fiabilísimo ya que de todos es sabido que los hombres nunca mienten.

Ya se imagina las risas del bellezón de turno cuando el autónomo le confiesa, arrebolado, que sí, que es propietario de una empresa. De una empresa de uno, pero propietario al fin y al cabo…

 


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