Revista Cultura y Ocio

El calor de diciembre (7)

Publicado el 20 diciembre 2014 por Elarien
El calor de diciembre (7) CAPÍTULO 7:  EL PLAN
Star frotó dulcemente su hocico contra el rostro de la niña.
- Nicole, nos alejamos cada vez más y eso va a complicar que nos encuentren. Necesitamos ir en buscar ayuda.
- ¿Sabes donde estamos? - le consultó la joven.
- Frente al Canadá, aunque no demasiado cerca de su costa y, por desgracia, no se ve ni una nube. Jamás pensé que llegaría el momento en el que desearía encontrarme bajo los efectos de una galerna. Sin embargo, si un vendaval nos arrastrase hasta encallar entre las rocas, lo recibiría con alivio. A pesar del peligro que entraña, una tormenta nos ayudaría a salir de aquí – comentó.
- Sí, supongo que con suerte nos quedaríamos fijas en un punto, aunque no me quiero ni imaginar dónde acabaríamos en caso contrario. Confieso que siempre he querido viajar en el Trineo, aunque nunca me figuré que el viaje consistiría en un crucero – bromeó Nicole.
- Hasta ahora yo tampoco había ido de crucero y no tengo claro que me guste la experiencia. Creo que es hora de abandonar el barco - sugirió la reno.
-  ¿Tienes algún plan?
Star asintió.
- Reconozco que no es demasiado bueno pero no se me ocurre nada mejor. Simplemente he pensado en regresar para informar a tu abuelo de nuestra posición. Seguro que ya tiene organizada una partida de rescate, pero no creo que se imagine, ni remotamente, dónde estamos. ¿Quién supondría que un trozo de hielo puede llegar a ser tan veloz? Este témpano es todo un prodigio de aerodinámica.
Nicole sopesó la situación, hacerlo le requirió apenas una fracción de segundo: una niña, una reno mágica y un Trineo, sin el cual se perdería la Navidad ese año, vagaban a la ventura y a la deriva sobre un fragmento de deshielo intempestivo. Para colmo las corrientes parecían dispuestas a conducirlas a través de los siete mares antes de que el hielo se fundiese en el océano. ¿Qué otra cosa podían intentar?  Definitivamente no disponían de un plan alternativo.
- ¿Podrás despegar? - inquirió mientras valoraba la longitud de aquel bloque -No cuentas con mucha superficie para tomar impulso.
- Ese es el motivo por el que no me atrevo a llevarte conmigo, pero creo que me las apañaré bien sola – aseguró Star, con más confianza en la voz de la que en realidad sentía.
- No podría ir de todos modos – se excusó la niña. - Tengo que permanecer junto al Trineo, es mi responsabilidad y no debo abandonarlo.
- Contaba con ello. Quisiera quedarme contigo pero eso no serviría de nada.
- Lo sé. No me apetece la idea de quedarme sola pero comprendo que no hay más remedio, aunque ojalá que hubiese otra opción - suspiró Nicole mientras le quitaba los arreos al animal.
Star evaluó con ojo crítico la extensión del témpano, que parecía encogerse por momentos. La reno esperaba no terminar bajo las heladas aguas del Atlántico. Podía volar pero no era un animal acuático. ¡En fin!, era el riesgo que debía correr. Movió una de sus patas con cuidado y su casco de deslizó. El suelo estaba muy resbaladizo, mucho más de lo que desearía. Había muy poca nieve y tomar carrerilla iba a resultar peliagudo. Eso le dio una idea: ¿para qué correr si patinando alcanzaría más velocidad? Desechó de su cabeza el temor de que, con ese método, tenía más posibilidades de acabar en el agua. Se situó en uno de los extremos del bloque.
- ¡Empújame con todas tus fuerzas!- le pidió a la muchacha.
Nicole la miró alarmada.
- ¿Empujarte? ¿Estás segura?
- Patinaré. No podré alcanzar velocidad suficiente de otro modo.
- Es demasiado peligroso – objetó la joven.
- No te preocupes, puedo hacerlo. Hazme caso.
Nicole se quedó pensativa. Se detuvo y dio media vuelta.
- Espera un momento que quiero comprobar algo – le explicó mientras se acercaba al vehículo. ¿Habría algún salvavidas en el Trineo?  Seguro que sí. Levantó la lona y, en los laterales, descubrió un chaleco y nueve salvavidas, uno para cada reno. Estaban deshinchados pero venían provistos de una válvula de inflado automático. Escogió uno y se vistió con él. Si la reno caía al océano, ella se tiraría detrás para rescatarla. Anudó el extremo de una larga cuerda al eje de los esquíes y rodeó su cintura con el otro.
- ¡Ya estoy lista!- anunció.
- ¿Qué pretendes?- preguntó Star.
- No creerás que, si caes, te voy a dejar ahí para que te ahogues – le contestó con tranquilidad Nicole.
- ¡Pero el agua estará helada!- protestó la reno.
- ¡Tan fría para ti, como para mí!- le replicó la joven.
- ¡No puedo permitirlo!- se opuso Star.
- No tienes opción: tú te arriesgas y yo no me voy a quedar de brazos cruzados si algo sale mal – razonó Nicole.
- Está bien - concedió el animal de mala gana a sabiendas de que discutir no le iba a servir de nada. Si la muchacha se había empeñado en hacerlo a su modo, lo mejor era acatarlo. En fin, esperaba que no terminasen las dos en el mar.
La joven se situó detrás de la grupa de Star, clavó los tacos de sus botas en la nieve y empujó con tanta fuerza que la inercia la tiró de bruces al suelo. Sin mirar atrás, al sentir el empellón, la reno se impulsó con sus patas y tensó el cuerpo para ganar equilibrio y velocidad. Cortó el aire igual que un cuchillo, cruzó la improvisada pista como una centella y, al llegar al otro extremo, ante al alarma de la derribada Nicole, desapareció momentáneamente por debajo del borde del hielo. Antes de que la niña pudiese reaccionar, la silueta del animal remontó, apenas había tocado el agua con sus patas. Dio una vuelta de reconocimiento. Ubicó la posición, calculó la dirección, la distancia a la costa y la velocidad de avance del islote y, en un instante, su estela desapareció al fundirse con las luces del norte.


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