Revista Opinión

El cambio climático se combate simplificando

Publicado el 28 noviembre 2016 por Riss

Tres expertos en economía plantean soluciones prácticas e inmediatas para combatir el aumento de la temperatura global en el primer encuentro virtual “Cambiar la economía para salvar el clima” de NESI Forum y New Economics Foundation.

Solucionar el problema del cambio climático –o, a lo peor, evitar que vaya a más–, podría ser mucho más fácil de lo que hasta ahora nos han contado. Así de contundente se ha mostrado al menos Robert Pollin, co-director del Instituto de Investigación de Economía Política (PERI) de la Universidad de Massachusetts-Amherst, en el encuentro ‘Cambiar la economía para salvar el clima’, organizado por NESI Forum y la New Economics Foundation. Junto a otros dos expertos, el economista ha presentado sus propuestas prácticas –nada de castillos en el aire– para que el sistema económico se convierta en un aliado del planeta, si es que empresas y administraciones no quieren quedarse, para siempre, sin base de operaciones.

El mensaje ha sido claro. Nos queda poco tiempo; tan poco como que el daño ya está hecho y es difícil de reparar. De hecho, Naciones Unidas acaba de advertir que, incluso respetando el Acuerdo de París, la previsión de emisiones contaminantes a la atmósfera en 2030 se mantendría entre los 54 y los 56 billones de toneladas, muy por encima de los 42 billones que se plantean como máximo deseable para que el aumento de la temperatura media del planeta no supere los dos grados centígrados con respecto a los niveles preindustriales.

Pero, si hasta los compromisos internacionales se quedan cortos, ¿qué nos queda? Según Pollin, simplificar, un cambio de modelo energético con dos prioridades claras: invertir entre el 1,5% y el 2% del PIB mundial en energías limpias, frente a la actual, que es de entre el 0,4% y el 0,6%, y reducir drásticamente, en un 35%, el uso de combustibles fósiles –el equivalente a una caída del 2,2% anual. Solo así, insiste, podríamos empezar a ver resultados.

La energía verde recuperará el empleo

Con todo y con eso, el modelo de economía verde de Robert Pollin tiene sus limitaciones. La primera y más importante, según cuenta, son las reticencias que la transición hacia un modelo energético más limpio genera en empresas y poderes públicos por su coste económico y social. Especial atención prestan estos agentes al desempleo, pero el experto del instituto PERI acaba con el mito e insiste en que las renovables son una solución al paro crónico al que se enfrentan la mayoría de los países ricos: “Por supuesto, alguien que trabaja en la minería no va a recuperar su empleo, pero debemos facilitar la transición, garantizando su recolocación en la nueva economía verde”, asegura. Los subsidios en ese periodo de transición y las garantías sociales son, a su juicio, el mejor apoyo que pueden recibir esas personas. “Y, a menos que hagas esto, no tendrás la fuerza política para cambiar el sistema”.

Sirve de ejemplo el caso de países como la India. Allí la industria de los combustibles fósiles genera 129 empleos por cada millón de dólares invertido mientras que la industria de las energías limpias crea 261 puestos de trabajo, es decir, un 103% más, con la misma cantidad de capital. “Esto puede ser especialmente importante en países como España”, asevera. De su propuesta se extrae que, si nuestro país invirtiera un 1.5% del PIB en renovables en los próximos 20 años, reduciría las emisiones de dióxido de carbono a la atmósfera del 6% per cápita actual al 2,6% y generaría entre 300.000 y 400.000 empleos directos. Además, reduciría nuestra dependencia de los combustibles fósiles y su importación. Fin del problema.

Un paso más allá va Hans Bruyninckx, director ejecutivo de la Agencia Europea de Medio Ambiente, y también presente en el encuentro virtual de NESI. Confirma que la industria de las renovables ha sido uno de los principales motores de empleo durante la crisis económica, pero añade que “respetar los límites naturales del planeta es una condición esencial para la economía del siglo XXI, incluso si no creamos ni un solo puesto de trabajo”.

El poder es nuestro

En medio de este debate, el gran reto es definir quién tiene capacidad real para poner en marcha políticas económicas que le den la vuelta a la tortilla del clima.

Michel Genet, portavoz del think-tank belga Etopia, teme que la mayoría de los gobiernos europeos siguen sin ser conscientes de lo mucho que nos jugamos: “Existe consenso en torno a cuestiones como los impuestos a las emisiones de CO2, pero queda mucho por hacer”. Y menciona a China. En 2011, la presión pública de los ciudadanos hizo que el gobierno tuviera que cambiar de postura y comprometerse con el clima: “Hasta que no sientan el efecto directo del cambio climático –como ocurre con la contaminación en el país asiático–, los políticos no buscarán soluciones”.

“Necesitamos un cambio sistémico”, añade Bruyninckx; una transformación que, dice, afecta a nuestra forma de hacer política y economía, pero también a nuestros valores y estilos de vida, y que implica la participación de todos los actores sociales. En lo que se refiere a las altas esferas, el representante de la Agencia Europea de Medio Ambiente apuesta por acabar con la distinción entre lo público y lo privado: “Si eres el CEO de una gran empresa, también estás interviniendo en política”.

Por su parte, Robert Pollin considera que el apoyo público juega un papel muy importante en la transición hacia una nueva economía, aunque no es una solución en sí mismo. Para este experto, la economía verde ofrece una gran oportunidad para los proyectos a pequeña escala, públicos y privados, y las cooperativas de energía que proliferan por todo el mundo.

La otra cuestión clave es cómo integrar a todos los países, sin dejar atrás a nadie: “Necesitamos un trillón y medio de dólares para invertir cada año en energía verde, por lo que precisamos de un fondo de capital, y una parte de ese fondo debería ir a financiar inversiones de bajo coste en países pobres”, propone Pollin. Veremos lo que sucede estos días en Marrakech.

Fuente: Isabel Benítez. El Salmón Contracorriente


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