Revista Cultura y Ocio

El camino

Publicado el 09 noviembre 2023 por Rubencastillo
El camino

No sé cuántas veces he leído El camino, de Miguel Delibes. Quizá tres. Quizá cuatro. No lo sabría precisar con exactitud. Y lo que me ocurre con este libro es tan sorprendente como especial: cada lectura me devuelve las emociones de la primera. No paseo por páginas ya conocidas. No revisito historias ya memorizadas. No redescubro a personajes cuyos perfiles ya conozco bien desde hace años o décadas. He ahí la magia de Delibes, que me dio con esta obra, sin saberlo, uno de los libros de mi vida. Cada vez que la Guindilla menor se fuga del valle con don Dimas me pregunto qué pasará con ellos. Cada vez que el Moñigo, el Tiñoso y el Mochuelo saltan la tapia del huerto del Indiano me pregunto si lograrán robar las manzanas sin ser sorprendidos o, por el contrario, la Mica los descubrirá. Cada vez que la Uca -uca se acerca tímida, suplicante a Daniel, no sé si este la acogerá con indulgencia o le dispensará uno de sus exabruptos más salvajes. Cada vez que el tren atraviesa el túnel me imagino con la misma risa a los tres desaprensivos con el culo al aire, defecando a su paso. Cada vez que se ponen a escribir la declaración de amor de Sara a don Moisés me pregunto si les saldrá bien la estratagema o incurrirán en el ridículo. Cada vez que presencio la escena en que el Mochuelo se sube a la cucaña no sé si alcanzará el sobre con el dinero o se desollará los muslos infructuosamente. Y cada vez que Daniel deja el tordo en el ataúd del Tiñoso lloro como en la primera lectura.

A Miguel Delibes, en mi opinión, no lo puede discutir nadie en la historia de la literatura española. Supo acotar un espacio narrativo y describirlo de forma tan bella como inigualable. Y ese prodigio se cumple de manera especialmente pura en El camino, retrato de un mundo que languidecía y que alcanza con la vigilia del Mochuelo (el niño que es feliz en su mundo campesino y que no entiende la necesidad de alejarse de allí para cursar estudios que lo hagan “progresar”) su punto de inflexión. Si Carmen Sotillo se enfrentaba durante toda una noche a la revisión de su mundo (Cinco horas con Mario), Daniel lo hace también, de un modo simétrico, para que conozcamos los perfiles de su tristeza y el caudal de vida que deja a su espalda. Dos noches memorables en la literatura española, que a mí me encandilan.

En estas páginas encontramos la ternura, la crueldad, el humor, el retrato íntimo de un mundo que desaparece, las trastadas infantiles, las pequeñas y grandes desolaciones, los paisajes rurales, los pájaros que cantan hasta que un tirachinas los abate, las pozas donde bañarse, los silencios profundos, el valor de la amistad, la religión, el egoísmo, las mujeres que se marchitan, los hombres que no lloran, las estrellas brillando en la noche.

Cuando vuelva a leer esta novela, por enésima vez, creo que seguiré suscribiendo las mismas palabras que he escrito antes. Una de las novelas de mi vida, insisto. A Miguel Delibes, sin haberlo conocido en persona, lo siento como mi amigo: ese también es un don mágico de algunos (muy pocos) escritores.


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