Revista Cultura y Ocio

El Chico del Balcón

Publicado el 07 marzo 2015 por Mileacero @mileMAGBooks
2
Un ligero y dulce cosquilleo en mi cuello y en la orilla de mi cara me hace despertar, pero al mismo tiempo no quiero abrir los ojos porque es realmente agradable. ¿Quién no desearía despertar así todos los días? Supongo que es un beneficio de mudarse sola. Algo no cuadra aquí. A pesar de que se siente muy bien, también es extraño. Ya vivo sola, ¿no?Entreabro los ojos para intentar distinguir qué es lo que está pasando y al mirar hacia abajo, veo una cosa blanca y peluda, con ojos negros y nariz rozada que esta olfateándome ya muy cerca de mis ojos. Entro en pánico y empiezo a gritar, me levanto sacudiendo las manos y los pies y la cobija y la almohada y todo lo que hay a mi alrededor y está al alcance de mis patadas y manotadas sale volando mientras intento quitarme de encima la cosa peluda. También termino cayéndome de la cama. O de mi colchón mas bien. Realmente no fue un camino muy largo hasta el suelo así que no termino con un gran dolor de trasero. Pero parece que mi lámpara de noche decidió que también quería caer y aterrizar en mi frente, así que termino con dolor de cabeza y estoy segura que me saldrá un chichón. ¿Qué mierda era esa cosa? ¿Se metió una rata a mi departamento? ¡Me voy a morir si se metió una rata! ¡Y además me tocó! Yo creo que ya debería estar muerta. Ahora mi papá no está para salvarme y tampoco mi hermano. La peor desventaja de mudarse sola. Pero ah, yo quería crecer e independizarme, ¿no? No me queda de otra mas que ponerme bien los calzones y ser valiente. ¿O eran los pantalones? ¿Y por qué tienen que ser los pantalones? Eso es algo machista ¿por qué no mejor la falda? Pero eso es arcaico. Ahora todas la mujeres podemos usar pantalones. Tal vez sería una mejor idea dejar de pensar en cosas inútiles y dejar de posponer el tener que revisar qué era esa cosa. Pero no soy tonta, iré armada. Luego de ponerme una almohada como armadura sujetada con un cinturón a mi cuerpo, una olla como casco, una escoba como arma en una mano, y un aerosol para el cabello en la otra mano -no encontré otra cosa y realmente no la quiero matar, sólo quiero que se vaya de aquí-, estoy lista para atacar. Sé que luzco realmente patética, pero de todas maneras nadie me ve. Punto a favor de vivir sola. Me pongo a buscar entre el desorden que hice cuando me desperté y el desorden que ya estaba de lo que desempaqué de mi mudanza. Sólo espero que la rata no salga disparada de la nada hacia mí y me coma. Pero luego de buscar un rato no encuentro nada. Al menos no a una rata. Lo que sí encuentro es un agujero en la parte baja de pared por donde puse mi buró, que es por donde creo que entró el animal. Así que me pongo a cubrirlo con un pedazo de cartón y cinta. No sé nada de carpintería, pero creo que esto puede servir por lo mientras. En lo que estoy terminando de pegar el cartón, de repente suena un timbre que me hace sobresaltar y termino pegándome en la cabeza con el buró. Luego me doy cuenta de que es mi celular y me están llamando. Debo calmarme, ¡es una rata solamente! Y ni siquiera sé si es una rata. Tomo mi teléfono sin fijarme quién es.–¿Hola? –¡Hola, albina! Es Obi-Wan, mi hermano. También es conocido como Yoda, Han Solo, Luke, Boba Fett y todos los personajes masculinos de ahí y van cambiando según su humor, por ejemplo, él dice que es Darth Vader cuando está enojado. Yo digo que más bien es Jabba the Hutt. El único papel que no ocupa es el de Anakin porque dice que ese está destinado para el idiota que se convierta en su cuñado. Y estoy citando sus palabras. De acuerdo, él no se llama así, pero él fue quien me puso mi nombre. Es obvio de dónde lo sacó. Ahora es Obi-Wan porque de seguro quiere explicaciones. –Ya te dije que es tintura –replico. –Si, pero ahora tu cabello es blanco, tú eres blanca y por eso ahora eres albina. –Como sea –digo poniendo los ojos en blanco.–¿Cómo te va en tu segundo día sola? –Pues realmente no estoy empezando muy bien, creo que tengo una rata en mi departamento. –La hora de crecer llegó. Ser valiente debes. La rata del lado oscuro ser, pero la fuerza de tu lado está. –¡Noaaaah! –me quejo. En serio a veces no sé como puede ser tan friki y que seamos de la misma sangre. Escucho como suelta una carcajada–. Está bien, lo siento, pero sabes que es la verdad. –¡Ya sé y me quiero morir! Deberías venir a salvarme con tu fuerza y todo eso. –Nop. Eso es parte de vivir sola, hermanita. La fuerza está contigo. –La fuerza, esta contigo, la fuerza está contigo –rezongo imitándolo con tono burlón y sarcástico. –¿Ya le hablaste a papá? –No. –Padme… –me regaña. –Lo sé, lo siento. Ayer lo olvidé por completo porque estaba cansada por la mudanza y hoy eres la primer persona con la que hablo. –Bueno, pues llámalo. Sabes que eres su princesa y se preocupa por ti. –¿Y tú no? –Naaah –dice despreocupado. –¡¿Cómo que no?! ¿Entonces para qué me llamaste? –Porque tu hermano soy. Joderte la vida mi deber es y hoy jodido no te había, pero jodiendote de nuevo estoy para que no me extrañes. –Como que te odio tantito –replico. De nuevo escucho su carcajada en el teléfono–. Llama a papá ¿vale? Y sabes que sí me preocupo por ti también y te quiero y también eres mi princesa. –Lo sé. Sólo quería escucharte decirlo. –¡Más reina no puedes ser! Ahora la que se está riendo soy yo–. Lo llamaré en cuanto colguemos –prometo. –De acuerdo. Te veré en unas semanas, albina. –¡Albina tu cola que le falta sol! Y escucho como se ríe de nuevo antes de cortar la llamada. Adoro a mi hermano. Es como un segundo papá para mí. Me lleva diez años de diferencia y es quien me ha cuidado junto con papá y ambos me dicen que también mamá me cuida desde el cielo. Yo les digo que ella está muy ocupada siendo feliz con Dios y eso a todos nos hace feliz. Dicen que me parezco mucho a ella. Por la pantalla de mi teléfono veo mi reflejo, mis ojos marrones, mis cejas definidas y gruesas, mis pómulos marcados, mis labios algo gruesos y mi cabello que si no fuera por la tintura, sería castaño, pero sigue manteniendo sus ondas y me llega por debajo de mis hombros. Estoy segura de que no le llego ni a los talones y que mamá lucía muchísimo más hermosa. De reojo percibo un movimiento en mi cama que me hace voltear la mirada y poner mi atención ahí, y entonces veo a la dichosa rata, que resulta ser un hurón blanco que me está olfateando desde ahí con su naricita moviéndose en lo alto de su cuerpo. –Así que tú eres el causante de tanto alboroto –le digo al hurón mientras me acerco a él para acariciarlo–. Gracias a Dios que no eres una rata. Aunque parece una. Pero una rata bonita. Se pone a olerme la mano y cuando ve que no tengo nada interesante se olvida de mi y se pone a oler por ahí. ¿Qué se supone que debo hacer con un hurón? Supongo que tengo que regresarlo, ¿pero a quién? Tomo de nuevo mi teléfono y activo la cámara y entonces trato de tomarle una foto al animal, pero se mueve mucho. –¡Vamos, hurón, estate quieto que necesito una foto tuya! Después de mil intentos, por fin logro tener algunas fotos buenas para hacer un folleto para que lo vengan a buscar.Mientras revisaba las fotos, me doy cuenta de que son casi las dos de la tarde. ¿De verdad dormí tanto? La culpa la tiene la vaca asmática que estuvo a lado anoche. También me doy cuenta de que Nathan ni sus luces. Había dicho que saldríamos hoy para que me enseñara la ciudad, así que decido llamarlo para ver dónde está. Un tono, dos tonos, mil tonos y no contesta. Para variar. ¡Qué se joda! No pienso perderme de un fantástico día por su culpa y además de que yo tengo mis pies para salir yo solita y pasármela bien. Y ahora que lo pienso, sería buena idea ir por esas flores que vi ayer para terminar de decorar mi balcón, y también tengo que ir por algo de comer para mí y mi nuevo compañero temporal de departamento. ¿Qué comen los hurones? Volteo a ver al animal y me doy cuenta de que está profundamente dormido sobre el desorden que hice cuando me despertó en una posición bastante extraña. ¿Tanto le costaba quedarse así de quieto para la foto? Antes de seguirme cabreando más con la vida, decido que mejor tomaré una ducha y me alistaré para reiniciar bien mi día, así que arrojo mi teléfono a la cama, voy en busca de mis bocinas y mi iPod, mis toallas y me encierro en el baño con música a todo lo que da. 
–Ya imprimí un folleto que pegué en el buzón del edificio para que su deño lo viera y supiera que yo lo tengo. Porque el hurón es de alguien del edificio, ¿no? Sí no, no sé qué mas voy hacer. No me voy a poner a buscar por todo Nueva York a su dueño –le cuento a papá a través del teléfono. Estoy en la florería eligiendo las flores que quiero. Dejé al hurón encerrado en el baño con un tazón lleno de agua por si le daba sed y una playera para que tenga donde recostarse. Busqué en internet qué comen y yo no tengo nada para darle, así que también iré a comprarle una bolsita de comida mientras encuentro a su dueño. Escucho como papá suelta una carcajada–. Pues te lo quedas tú, mi niña. –¡Nooooooo! –¡Pero a ti te encantan los animales! –Pero ahorita no tengo tanto dinero para mantenerlo. Además, cuando busqué en internet vi que también necesitaban muchas cosas y que con su alimentación son bastante especiales. –Ya te las arreglarás, mi niña. –Pááááá –replico. La verdad es que hasta cierto punto sí me lo quiero quedar. Ya hasta estoy pensando en un nombre para él. Pero ahora es más fuerte la necesidad de encontrar a su dueño.–Te apuesto a que ya tienes algunos nombres para él. A veces me sorprende lo bien que me conoce. –Pááááá –me vuelvo a quejar y escucho su risa. –¿Y qué andas haciendo ahora, mi niña? –Vine a comprar una flores. –¿Tulipanes? –¿A caso hay otras? –Eres igualita a tu madre –dice contento–. Yo solía regalarle esas flores cuando salíamos. –Lo sé, pá. –¿En dónde las vas a poner? –En mi balcón. Pienso ponerlas como una especie de división para que el vecino o vecina no se pasé a mi lado. –¿Todavía no sabes si es vecino o vecina?–No. La verdad es que cuando llegué no encontré a gente muy amable y… –me detuve. Iba a decirle lo que pasó con la base de mi cama pero  sé como se va a poner y no lo quiero preocupar. –¿Y? –insiste. –Pues no he tenido la oportunidad de conocer a nadie. Apenas es mi segundo día aquí. –Sabes que aquí siempre estará tu casa –dice melancólico. –Lo sé, pá. Pero quiero este trabajo. Es para lo que estudié.Escucho que suelta un suspiro–. Sí, mi niña, lo sé y te mereces eso y más. Perdona que me ponga así pero soy tu padre. Es mi trabajo como padre y además de que no lo puedo evitar. –Te quiero mucho, pá. –Y yo a ti, mi niña, y te extraño. Ansió el día en el que regreses para visitarme. –Sabes que siempre regresaré. Sólo que ahorita tengo que terminar de establecerme bien.–Yo te pago el boleto para que regreses mañana mismo. –¡Pááááá! –Oh, está bien. Lo sé. Todo a su tiempo –replica. –Te prometo qu… –Oye, mi niña –me interrumpe–, tengo que colgar. Acaba de llegar la señora Morrison para invitarme el té. –Y es que estas tan solito –digo con humor y sarcasmo. Escucho su carcajada–. No te pongas celosa mi niña. Sabes que tú siempre serás mi princesa, pero uno tiene su vida. –¿Seguro que nada más van a tomar el té? –Eso no te lo pienso decir. Aunque ya lo sabía, su respuesta me deja sorprendida– ¡Me tienes que contar! ¿Ya se besaron? –¡Se escucha cortado! –grita en el teléfono y luego escucho un sonido como si fuera interferencia– ¡Hablamos luego! –y cuelga. Volteo a ver mi teléfono con la boca abierta por la sorpresa. ¿Es en serio?  ¿Piensa que yo no sé que él hizo ese ruido? No pude evitar sonreír y sentirme bien por mi papá. –Veo que has encontrado las flores que querías –me dice la florista que se acerca a donde estoy. –Oh, no, es sólo que recibí buenas noticias. –Esos es muy bueno –me dice sonriendo. –Busco tulipanes. –Esos están por acá –me dice mientras me invita a que la siga. Me muestra los tulipanes y compro varios que me llevo en macetas pequeñas. Mi balcón quedará hermoso.

  Voy hacia la salida de la tienda para animales donde compré la comida del hurón cuando suena mi teléfono. Lo reviso y es Nathan. –Hola, desaparecido. –¿Dónde estás? –me dice en él teléfono. –Ah, yo muy bien, ¿sabes? Decidí salir a disfrutar el día en vez de quedarme a esperar el tarado de mi novio que no puede llegar temprano. –Padme, estaba ocupado… –Ocupado ni madres ­–le digo mientras empujo la puerta de la tienda para salir–. ¿Por qué nunca me puedes avi… –entonces siento que alguien me empuja, o yo choqué con alguien o no sé. El punto es que terminé en el suelo y todo lo que llevaba conmigo también. –Lo siento mucho –decimos al mismo tiempo yo y la voz de un chico mientras siento que alguien intenta ayudarme a levantarme. Cuando logro quitarme el cabello de la cara, veo al chico que me estaba ayudando. Sus ojos marrones están clavados en mí, su cabello castaño está sujeto en un chongo y está lleno de tatuajes que distingo en todos sus brazos y su cuello, pues trae una camiseta roja holgada sin mangas. También usa unas expansiones. Intento decir algo, pero de mi boca no sale nada. –¿Estás bien? –me pregunta. Yo solo puedo asentir con la cabeza. El se me queda viendo de forma extraña y luego voltea a ver todo lo que quedó en el suelo. –Te ayudo con esto –dice mientras se agacha y empieza a juntar todas las cosas. Es entonces cuando yo reacciono y también me pongo a recoger todo lo que se me cayó. –Esto… Creo que alguien te está hablando –me dice entendiéndome mi teléfono. Yo sólo se lo recibo y sigo sin decir nada. ¡Dios, no es posible que esto me esté pasando a mí!–¿No vas a contestar? –me pregunta. –Por venir hablando es que terminé en el suelo contigo. ¿Es en serio? ¿Yo acabo de decir eso? ¡Mátenme! Escucho que él suelta una ligera risita. Yo solo niego con la cabeza, cuelgo el teléfono y sigo recogiendo mis cosas, avergonzada. –Lo siento, no pretendía burlarme –murmura. –Claro que no. Esto no podía ser más incómodo. –¿Tienes un hurón? –pregunta. –¿Qué? –Lo digo por lo que compraste aquí. Aunque creo que una de tus flores se arruinó –me dice entregándome la bolsa de comida y mi flor medio rota. Otra vez me quedo sin decir nada y sólo le recibo las cosas. ¿Qué mierda está pasando conmigo? –Lo siento. No pretendía meterme en tus cosas, es sólo que no pude evitar verlas. –No. Yo… Es sólo… –en serio no puedo ser más patética. Tengo que terminar esto antes de seguirme avergonzando­–. Lo lamento, tengo que irme.Me pongo de pié de nuevo ya con todas mis cosas y me dispongo a marcharme. Pero después siento que me toma del brazo. –Espera. ¿Segura que estas bien? Pareces algo aturdida. –¿Y quién no? Veo que el se sorprende con mi respuesta. Niego con la cabeza–. Estoy bien. Gracias por la ayuda y lamento lo que pasó –le digo mientras retomo mi camino para escapar de aquí. Durante el camino a casa no pude dejar de pensar en lo patética que fui. Nunca me había quedado sin palabras en nada, pero supongo que siempre hay una primera vez para todo. Pero en serio, de esa forma fue realmente humillante. Es obvio que lo pude haber hecho mejor.  Al llegar a la puerta de mi departamento me encuentro con un glorioso y enojado Nathan. –¿Por qué me colgaste? –replica. –Hola, Nathan –lo saludo fastidiada. –Padme, no… –No me molestes, Nathan. No he tenido un gran día y eso que apenas son las 4:30. Se suponía que ibas a venir para que me enseñaras la cuidad y no apareciste apenas hasta ahora. Me desperté de una forma bastante intensa con un nuevo compañero de apartamento y… –¿Cómo que un nuevo compañero? – me interrumpe. Yo solo pongo los ojos en blanco y lo hago a un lado para poder entrar a mi departamento. Y él me sigue detrás y cierra la puerta. –Padme… Lo ignoro. Dejo las cosas que compré en la mesa, tomo una de las botellas de agua que también compre y me la tomo toda casi de un trago, y luego me voy a sentar en el sofá. –¿No me vas a hablar? –insiste. No contesto. Por el rabillo del ojo noto como se enoja. Me gusta hacerlo enojar cuando es tan machorro. No pude evitar sentir algo de satisfacción. –¿Puedo pasar a tu baño entonces? Como si necesitara mi permiso. Sólo quiere hacerme hablar pero no lo va a lograr. Si hace un rato me quedé sin habla en contra de mi voluntad, pues ahora porque no quiero no voy a hablar. Y porque lo quiero cabrear más. Es divertido. Y ya tuve un día bastante extraño como para no divertirme un rato. Escucho como suelta un suspiro exasperado y luego oigo sus pasos. Obviamente va al baño. Pero después de unos breves momentos, regresa. –¿Por qué hay un hurón en tu baño?No contesto tampoco. Y tampoco cerró la puerta del baño, pues veo al hurón caminando frente a mí, libre y feliz.–Padme… Recojo al hurón y lo empiezo a acariciar. –¿Ese es tu compañero del que hablabas? Sigo sin decir nada. –¿Lo compraste esta mañana? –No es mío –contesto. ¡Mierda! Me hizo hablar. Escucho cómo se ríe. Odio que sea tan persistente. Y también odio la facilidad con la que dejo de estar enojada con él. –Eso explica esto –continúa mientras me extiende un pedazo de papel. Devuélveme a mi hurón –leo en voz alta y luego volteo a ver a Nathan. –Estaba pegado en tu puerta cuando llegué –me explica. Yo solo asiento con la cabeza y regreso a acariciar al hurón. El hecho de que ya no esté tan enojada con él no quiere decir que me guste cuando se pone así. –¿En serio no me vas a hablar más? –vuelve a preguntar. –¿Para qué, Nathan?Escucho que de nuevo suelta un suspiro–. Perdóname, Padme. –No tienes por qué ser tan celoso –replico. –Lo sé. Es sólo qué… Esto también es nuevo para mí, ¿sabes? Yo también dejé de verte mucho tiempo cuando me mudé aquí y ahora el tenerte de nuevo me poner nervioso. –¿Por qué? –No lo sé. Me acostumbré a estar solo y ahora no sé cómo cuidarte de nuevo. –Pues con tus celos te aviso que no. –Lo sé, corazón. Lo siento –Y tampoco necesito una niñera. –Estoy tratando de hacer bien las cosas. Perdóname, Padme –en sus ojos veo que verdaderamente está arrepentido. Decido que ya es suficiente, así que dejo al hurón en el sofá y me levanto para abrazar a Nathan. Nos quedamos un rato así y luego escucho que me dice a mi espalda–: Aún es temprano, ¿puedo invitarte a comer algo al menos? ¿Y enseñarte un poco lo que hay por aquí? –Realmente ya no tengo ganas de salir –contesto. –¿Ni si quiera a comer? –pregunta separándome de él. –¿No nos pueden traer la comida aquí? –¡Claro! ¿Qué quieres comer? –Escoge tú –le digo sonriendo.


Comimos comida sana. Pidió ensalada y esas cosas y aunque yo no estoy acostumbrada a ese tipo de comida, realmente sabía bien. Supongo que es lo que él tiene que comer para cuidar su cuerpo y todo eso por su trabajo. Luego de comer me ayudó a acomodar mis tulipanes en el balcón y ya quedó dividido mi espacio al del vecino o vecina, y gracias a mis dotes de jardinería creo que la que se lastimó se va a mejorar. Y después de la jardinería nos dimos muchos besos con arrumacos. De nuevo no pasó nada. Ahora fui yo la que no tuvo ganas. –Lamento no poder quedarme de nuevo –me dice Nathan mientras lo acompaño a la puerta. –Ya tendremos la ocasión. Y sabes que puedes quedarte cuando quieras. –Lo sé, pero me molesta porque tendré que trabajar todo el día y ya no te pude enseñar la ciudad y estar contigo en tu primer fin de semana aquí. –Ya me mudé aquí, así que no te desharás de mí tan fácil mente.Veo como se anima de nuevo–. Me alegra que no.Yo le devuelvo la sonrisa. –El lunes es tu primer día en la empresa. ¿Estas nerviosa? –Algo, sí –admito. –Lo harás muy bien. Trata de relajarte mañana. Supongo que también quieres buscar alguna academia de baile, ¿no? –Obviamente. –Buscaré información sobre ello. –¿Me llamarás? –Te lo prometo –me dice y luego sella mis labios con un tierno beso antes de abrir la puerta para marcharse.–¡Espera! –le grito antes de que cierre la puerta y voy corriendo a buscar algo con qué escribir y la hoja de papel que encontró cuando él llegó. –¿Qué pasa? –me pregunta. Escribo rápido en la hoja, le pongo un poco de cinta y luego se la entrego–. ¿Puedes pegar esto en la puerta? Él recibe el papel y lee en voz alta–: ¿Y cómo diablos te lo regresó si ni sé quién eres ni donde vivé el hurón? ¿Sabías que existen placas de identificación para las mascotas? –Y cuando termina de leer, se echa a reír y luego me dice–: Ya duérmete, corazón. Te amo.–Yo también, Nat. –le digo mientras cierra la puerta. Luego escucho que pega la hoja y se aleja. Yo reviso por última vez al hurón, que ahora se llama Draco, y es que se parece al hurón de Harry Potter. ¿Cómo me quejo de que mi hermano es un friki de la Guerra de las Galaxias y yo soy igual con las cosas que me gustan?También me fijo que Draco tenga su agua y comida y lo dejo en el baño. No quiero andar limpiando sus gracias por todo el departamento. Luego me dirijo a perderme entre mis cobijas y en mis sueños.

  De nuevo unos sonidos extraños me despiertan. Esta vez parece que a lado hay una foca adolorida. Supongo que a lado practican la zoofilia. ¡No puedo creer que yo haya pensado eso! ¡Qué mente tan bizarra tengo! En serio tengo que ir a que me analicen o algo. Al menos sé que la chica se oye diferente y estoy segura de que entonces tengo un vecino. Busco mi teléfono para poner la alarma porque no me quiero despertar tan tarde de nuevo por culpa del zoológico de a lado, luego me tapo la cabeza con la almohada e intento dormir de nuevo.

© El Chico del Balcón por Michelle Acero«Capítulo 1         Capítulo 3. Próximamente.

•• Índice de capítulos ••


© Copyright El Chico del Balcón. Todos los derechos reservados.Acepto críticas, comentarios y consejos siempre y cuando sean constructivos.Cualquier comentario ofensivo será eliminado.

Volver a la Portada de Logo Paperblog