Revista Cultura y Ocio

El chivo de Azazel

Por Cayetano
El chivo de Azazel Aquello se había convertido en una ratonera.  La vida era difícil, pero escapar de ella lo era todavía más.  ¿Cómo se había llegado hasta esa situación insoportable? ¿Qué habíamos hecho nosotros para merecer ese castigo?  La respuesta era muy sencilla: se hacía necesario buscar un colectivo que contara con pocas simpatías y que cargara con las culpas de todo lo malo que estaba pasando en Alemania: la crisis económica, la afrenta de Versalles tras la guerra anterior, la ruina de muchos alemanes, el desempleo, la prostitución, la pornografía, el comunismo, el capitalismo, el arte moderno… Éramos el chivo de Azazel, el sacrificio necesario para aplacar la ira del demonio, encarnado terrenalmente por lo peor de un pueblo humillado, irritado y deseoso de venganza.  El método empleado: la bola de nieve que rueda por la ladera y se va haciendo cada vez más grande hasta convertirse en un alud poderoso capaz de sepultarnos para siempre. De eso sabía mucho el ministro de propaganda del Reich, el doctor Goebbels… Un experto en el arte de la manipulación colectiva.  El proceso que se siguió fue el siguiente:  El primer paso fue el boicot a nuestros trabajos, actividades y negocios con el fin de arrinconarnos, arruinarnos, segregarnos y expulsarnos desde el punto de vista económico, social y espacial.  El chivo de Azazel En 1934, todos los establecimientos judíos fueron marcados con la estrella de David amarilla o señalados con la palabra "Jude" bien visible en los escaparates. En las puertas de acceso, matones de las SA, con su atuendo paramilitar, exhibían una actitud chulesca para disuadir a posibles compradores. Muchos alemanes optaron por no entrar en esos establecimientos, bien por no complicarse la vida, bien porque estaban de acuerdo con el boicot. Y eso suponía la ruina para muchos propietarios. En los transportes públicos y en los bancos de los parques, los judíos debíamos sentarnos en los asientos marcados para nosotros. Si alguien no lo hacía era increpado por cualquier usuario. En algunas tiendas y farmacias se nos negaba la compra de alimentos y medicinas. A nuestros médicos, docentes y abogados se les hizo el boicot, alentando a los alemanes a no usar sus servicios. En consecuencia, muchos maestros y otros empleados públicos fueron despedidos. En las escuelas, a los niños se les inculcaban ideas antisemitas, delante de los niños judíos que reiteradamente eran ridiculizados sin miramiento alguno por sus propios profesores. En los patios de recreo, el acoso de los niños judíos por parte de sus compañeros quedaba en la más absoluta impunidad. Maneras de conseguir que estos abandonaran la escuela y después acusarles de indolentes y perezosos.  En 1935 se promulgan las Leyes de Nuremberg de pureza racial, por las que los judíos dejábamos de ser considerados ciudadanos alemanes y se prohibió el matrimonio entre judíos y no judíos…   “Ley para la protección de la sangre y el honor alemanes del 15 de septiembre de 1935   Artículo 1° Quedan prohibidos los matrimonios entre judíos y ciudadanos de sangre alemana. Artículo 2° Queda prohibido el comercio carnal extramatrimonial entre judíos y ciudadanos de sangre alemana o afín.   Artículo 3° Los judíos no podrán emplear en su hogar a ciudadanas de sangre alemana o afín menores a los 45 años.”   Así, poco a poco, nos fuimos convirtiendo en los “subhumanos”, los seres inferiores, los “untermensch”.  El siguiente paso era expulsarnos definitivamente, echarnos de Alemania.  La noche de los cristales rotos, del 9 al 10 de noviembre de 1938, con el asalto a los domicilios, sinagogas y propiedades de los judíos, fue un gran salto cualitativo, una maniobra perfecta para deshacerse de nosotros.  El chivo de Azazel ¿Qué hicimos mal, ¡oh, Jahvé!, para merecer ese castigo? ¿Acaso era una prueba más a la que nos sometiste para comprobar la solidez de nuestra fidelidad hacia ti?  Contaba mi sobrina Edith que aquella noche se oían gritos en la calle. Asustada se asomó por la ventana de su habitación y vio una turbamulta de gente enloquecida que corría en grupos de un lado para otro. Sacaron de un establecimiento a un hombre ya mayor y la emprendieron a golpes con él, derribándolo al suelo y pateándolo, mientras le chillaban, le escupían y le increpaban.  Luego, con el corazón en un puño latiendo sobresaltado, vio desde esa misma ventana cómo ardía la sinagoga que estaba en frente de su casa, mientras algunos viandantes aplaudían.  Ella tan sólo tenía diez años y aquellas imágenes se le quedaron grabadas en la mente para toda la vida. Seguía contando que posteriormente un grupo de gente vociferante y violenta entró en la casa vaciando los armarios y la despensa, tirándolo todo por el suelo. Y pisoteándolo. También tiraron libros y cuadros a la calle por el balcón. Y que luego se llevaron a su padre, a mi hermano…  No lo volvimos a ver. A mi sobrina finalmente la pude sacar del país.  Después que pasó todo, ella misma contaba que tuvo durante mucho tiempo miedo a quedarse sola y que por la noche tenía pesadillas, gente gritando aporreando la puerta, fuego y humo por todos lados… Continúa... Fragmento de un capítulo de EN LA FRONTERA Un libro en formato pdf de descarga gratuita. 

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