Revista Psicología

El Código de los Angeles

Por Carolina Guzman Sanchez @RevistaPazcana
Continua leyendo 1/7 de esta historia real que nos conmueve y nos lleva a pensar en el verdadero significado del amor.

Por Angélica Villalba**

El código de los ángeles: Y ella cerró los ojos, mientras su cuerpo se apagaba lentamente. Yo estaba parada ahí, a su lado, viéndola morir, sin poder hacer nada, sin aplacar su dolor.

Cuarta Parte 

Virginia abrió sus ojos entre dormida y los vio ahí, a su familia. El amor no se había ido, pero el dolor tampoco. Se sentía mareada, adormilada y otra vez no podía hablar, sus labios se entumecieron. Agua por favor…  ¿Por qué tienen esas caras largas? Nada mamá no es nada, estamos cansados, eso es todo.

El olor a flores no era la visita de los ángeles, ni una misión que Dios le había encomendado. Era algo más, que estaba carcomiendo su cerebro día tras día, algo que había empezado a crecer sin razón. La frase más temida había sido pronunciada por uno de los sabios de bata blanca: Ella tiene cáncer cerebral etapa 4.  ¡Hay que sacárselo ya!.

Y, ¿qué es eso? ¿veamos en Internet? ¿Quién le dice a mi papi? Te toca, tú eres la mayor. Discutían sin realmente saber qué significaba la palabra cáncer. Leyeron mil veces el diagnóstico del código 2378672 y encontraron la palabra tumor, ambas vieron la radiografía y creyeron que  lo habían entendido.

Virginia ya no se sentía la de antes, sabía que tenía algo grave, y era hora de poner todo en orden. Como en el ejército cuando el comandante llama a sus filas a revista, ella planeó lo que tenía que decirle a cada miembro de su familia.

Tenía que hacerlo, tal vez nunca más los volvería a ver. Se llenó de valor para no llorar, aunque sentía que las lágrimas rodaban adentro de su corazón. Impartió órdenes, tú debes quedarte con mi escuela, deben ser organizadas, ese Mauricio no le sirve, pilas con mi nieto, no me lo vaya a abandonar.  Ángela, mija no se vaya a quedar sola, búsquese un buen hombre, cuidado con el dinero, traten de no tener deudas, pero cuando llegó Enrique su compañero se quedó callada, durante 30 años se habían dicho todo. No había nada más que decir. Él ya lo sabía y por eso la acompañó, tomado de su mano.

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Se despertó sin abrir los ojos, tal vez con la esperanza de que todo esto fuera una pesadilla, sin embargo un punzón agudo y certero  en la cabeza, le recordó que el cáncer había llegado a su puerta sin previo aviso, y se preguntaba por qué a mí, y si era una equivocación.

La voz de sus hijas la sacaron de su propio panel de preguntas. Las dos estaban allí paradas, al lado de su cama, con la mirada de niñas asustadas, esperando a que su madre, la matrona, les solucionara la vida.

Virginia lo entendió así. ¿Qué hacen ahí mirándome? Ya levántenme que debo bañarme. Me trajeron una pijama nueva. Ni crean que voy a ir desarreglada a esa ridícula cirugía. Ella las vio correr para alistarlo todo, mientras su corazón se rompía en pedazos. ¿Qué iba a pasar con la vida de estas niñas ya mujeres, sin mi guía? En ese momento sintió furia, una rabia que le carcomía el pecho. ¿Por qué los ángeles le estaban haciendo esto? No valía todo el sufrimiento que había vivido cuando era una pequeña, ¿qué estaba pagando?

Al salir del cuarto una compañera de la habitación le preguntó: ¿Para dónde la llevan? Me van a cortar la cabeza, ¿contenta? Sus hijas se sonrojaron y le sonrieron a la impertinente mujer, pero Virginia no se avergonzó de su respuesta. ¿Acaso no era la verdad? Le iban a cortar su cabeza, su cerebro. ¡Que le importaba a esa vieja! Tenía tanta impotencia, ahí estaba ella, sentada en una silla de ruedas.

En su mente pasaban imágenes de sus días de adolescente, cuando los muchachos la cortejaban por su belleza casi ancestral, su hermoso cabello largo y grueso como el de una diosa indígena. Ella caminaba con su espalda erguida, silenciosa, casi etérea.

Ahora estaba sentada torcida, doblada, y sí, estaba en silencio pero esta vez ese silencio le pertenecía al miedo, a la muerte, al más allá, a lo desconocido. Esos temas a Virginia le apasionaban y trataba de recordar lo que había leído y  podía poner en práctica, pero por más que se esforzaba, no podía traer a su mente nada, sólo sentía miedo.

Las enfermeras tomaron su silla y Virginia no quiso ver a los ojos a sus hijas. Ella no quería que la descubrieran desnuda, sin su armadura de poder. (Continuará…)


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Virginia Carrero de Villamarin.jpg


**Acerca de Angélica Villalba: Periodista. Nuestra redactora de eventos y Boletines de prensa con su emprendimiento Prensa Efectiva. Angie ha participado como productora de contenidos para televisión en diferentes canales. Canal Uno con ‘En Las Mañanas Con Uno’ es su gran orgullo. AVC Es una sensible jugadora del buen ánimo de quienes le rodean. No se rinde hasta sacarte una sonrisa del corazón. Y no para de misionar con “buscando ser libre” E-mail:  [email protected]


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