Revista Psicología

El Código de los Angeles

Por Carolina Guzman Sanchez @RevistaPazcana
Continua leyendo 1/7 de esta historia real que nos conmueve y nos lleva a pensar en el verdadero significado del amor.

Por Angélica Villalba**

El código de los ángeles: Y ella cerró los ojos, mientras su cuerpo se apagaba lentamente. Yo estaba parada ahí, a su lado, viéndola morir, sin poder hacer nada, sin aplacar su dolor.

Quinta Parte 

Familiares del código 2378672. A Ángela y a Cristina se les paralizó el alma cuando escucharon el número, porque tan rápido las llamaron. En la puerta estaba un doctor con su rostro desencajado. ¿Ustedes son las hijas? ¿por qué le dieron estas pastillas a la paciente? ¿Cuáles pastillas? La enfermera se la recetó para aliviar el dolor de cabeza, nosotras seguimos las instrucciones de la señorita. Cometieron un terrible error. Esta medicación adelgaza la sangre. ¿Cómo es su nombre?. Ángela. Bueno pues tiene que firmar este papel en donde usted se hace responsable si algo le pasa a su mamá, por culpa de esa medicación  no tiene coagulación.

Ángela sintió que el mundo se le caía encima, ni siquiera podía pensar. Firmó aunque su esperanza moría lentamente. Abrazó a su hermana y lloraron sin descanso. Todo estaba consumado.

Pasaron horas, que parecían siglos y por fin se abrió la puerta: era ella. Familiares del código 2378672. Somos nosotras. Está en coma. La operación fue un éxito, pero es cáncer, ustedes saben. La verdad ellas no sabían nada, eran como dos seres indefensos esperando un milagro.

Virginia no pasó por el túnel de luz o esas cosas que dicen sobre las experiencias cercanas a la muerte, en cambio, ella se vio acostada como entre sueños, el dolor había desaparecido y estaba conectada a muchos cables y aparatos. Vio como  Ángela su hija entró a la habitación, parecía que no caminaba sino que volaba. Se sentó en un escritorio cerca de la cama y comenzó a escribir en una vieja máquina. No escribas nada. No firmes nada, es un engaño, por favor no firmes. Pero su hija no la escucho y siguió tecleando algo, y sí firmó una hoja.  De pronto abrió los ojos y la vio parada mirándola, sin verla.

Ella estaba conectada a un tubo que le atravesaba la garganta, era imposible hablar, quería decirle a su hija que no firmará nada, pero luego vio el resto de la habitación y no estaba la vieja máquina de escribir, ni la mesa. Sintió un alivio, Ángela no firmó nada.

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Me siento extraña, ¿por qué no puedo mover mi lado izquierdo? ¿será que quedé inválida? Dios. Virginia estaba como clavada en la cama, y no pudo evitar recordar que su día empezaba a las 5 de la mañana, recibía al primer ángel, cómo les llamaba a sus alumnos, luego corría a hacerles un desayuno nutritivo cómo se lo habían enseñado en los cursos y luego la algarabía: llegaban todos los niños. Los ruidos, los llantos, la revolución infantil le inyectaban vida.

Enseñaba a escribir, a leer con canciones, pero también con disciplina. La única vez que ella dudo de su vocación fue un día en el que se ofreció a ser voluntaria de una escuela infantil del centro de la ciudad, donde se cuidaban niños hijos de prostitutas. Junto a varias compañeras visitaron algunas casas, y de pronto, Virginia vio a un pequeño, quien no se inmutó por la presencia de todas esas señoras. Tenía un pantalón corto, roto por la miseria y su cabello tan rubio que el sol se reflejaba en su cabeza. Ella se acercó sigilosa para no interrumpir su juego y cuando pudo ver lo que tenía en las manos, el motivo de su curiosidad, la piel se le erizó. Era un condón usado.

Virginia no pudo evitar recordar que había perdido a su primer hijo, Juan Carlos cuando apenas tenía una semana de vida,  también era de cabello rubio y piel de ángel. ¿Cómo aquel pequeño  jugaba inocente con ese asqueroso pedazo de plástico usado quien sabe por quién?. Se acercó más y el niño le sonrió, así que le cantó suavemente, mientras le quitaba de sus manitas, ese condón, símbolo de ese hueco infernal, donde crecía la inocencia.

Junto a las demás señoras, lo bañaron, lo vistieron, jugaron con él y mientras se marchaban, Virginia y el niño se miraron, sabían que era la última vez que se encontrarían, pero también sintieron que jamás se olvidarían.


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Virginia Carrero de Villamarin.jpg


**Acerca de Angélica Villalba: Periodista. Nuestra redactora de eventos y Boletines de prensa con su emprendimiento Prensa Efectiva. Angie ha participado como productora de contenidos para televisión en diferentes canales. Canal Uno con ‘En Las Mañanas Con Uno’ es su gran orgullo. AVC Es una sensible jugadora del buen ánimo de quienes le rodean. No se rinde hasta sacarte una sonrisa del corazón. Y no para de misionar con “buscando ser libre” E-mail:  [email protected]


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