Revista Cultura y Ocio

“EL COMENSAL” de Gabriela Ybarra

Publicado el 24 enero 2016 por Juancarlos53

 Las 176 páginas de esta novela rezuman sinceridad, humanidad y emotividad. Gabriela Ybarra sabe mantener la equidistancia con aquello que relata: experiencias durísimas vividas por miembros de su familia y, en cuanto testigo de ellas o familiar directo de alguno de sus protagonistas, sufridas por ella misma.
“EL COMENSAL”  de Gabriela Ybarra
Esta joven escritora bilbaína de poco más de 30 años presenta en su primera novela, dos experiencias distantes en el tiempo y en su vivencia personal: la primera la conoció por boca de sus padres cuando ella tenía sólo 8 años, aunque previamente en el colegio del barrio bilbaíno de Neguri al que acudía algo le había llegado a través de niñas amigas cuyos padres o abuelos habían participado, dada su profesión de médicos o juristas, tangencialmente en el suceso: el secuestro y posterior asesinato por obra de ETA el 22 de junio de 1977 de su abuelo, el industrial Javier Ybarra.
Gabriela Ybarra volverá a pensar en este brutal hecho acaecido seis años antes de su nacimiento cuando viva de cerca la terrible y rápida enfermedad que se llevaría a su madre en pocos meses. Cuando se presenta en la mesa familiar ese comensal no invitado ella observa a su padre diciendo frases aparentemente absurdas pero que, comprueba, eran rescoldos del fortísimo shock padecido por él hacía 34 años. Fallecida la madre en 2011, Gabriela indagará sobre el asesinato del abuelo y escribirá este interesante relato en el que de forma paralela hablará de una y otra pérdida
Una novela en dos partes.
  • En la primera de poco más de 50 páginas se cuenta el secuestro del industrial Javier Ybarra realizado el 20 de mayo de 1977 a punta de pistola por un comando de ETA formado por cuatro personas. Pidieron a cambio de la vida del industrial una cantidad inasumible incluso para una familia adinerada: 1000 millones de pesetas.  Esta parte finaliza cuando por motivos de seguridad la familia decide abandonar el País Vasco y trasladarse a Madrid en 1995 al estar el padre de Gabriela amenazado de muerte. 

De esta primera parte destacaría la denuncia de la cotidianidad hipócrita con que se vivía la violencia en el barrio de Neguri durante los denominados años de plomo (la década de los ochenta):
Durante los años más duros de principios de los ochenta, los llamados de plomo, los vecinos simulan que no pasa nada: juegan al tenis, toman el aperitivo, salen a navegar y visitan los merenderos de Berango. La tensión se esconde. Un coche en llamas, un muerto y a las pocas horas todo vuelve a parecer normal” (pág. 54)

  • La segunda parte refiere el proceso del cáncer de colon diagnosticado a la madre, que tuvo una evolución rapidísima y que conmocionó a toda la familia, en especial a la narradora que lo vivió en primera línea. Alterna durante unas páginas la enfermedad de la madre con el juicio al etarra responsable de un paquete bomba que la banda envió al padre en 2002. Del mismo modo que Gabriela ‘googlea’ sobre la enfermedad que invade el cuerpo de la madre, investiga en Internet sobre la personalidad del chico que quiso matar a su padre y al que ella conocía del barrio. Ambos sucesos –la brutal enfermedad y el brutal deseo de asesinar- se le presentan en su mente cual si de elementos ficcionales se tratase:
Sus retratos [se refiere al chico, a quien llama Miguel, que envió la bomba al padre] me provocan sensaciones similares a las imágenes de las células del cáncer. No pienso en la amenaza, sino en la ficción que sugieren. Las fotos de los tumores parecen galaxias, al verlas fabulo con el espacio. Cuando veo a Miguel sacando la lengua y levantando el brazo en el juicio por el paquete bomba que envió a mi padre, siento que no es a mí a quien quiere llamar la atención” (pág. 88)
Toda esta segunda parte hace referencia al libro de Robert Walser  “El paseo”. Al igual que el escritor suizo pasea y los espacios que visita le sirven para reflexionar sobre el espectáculo del gran teatro del mundo, Gabriela Ybarra, que cuando recibió en Nueva York la noticia de que su madre estaba gravemente enferma leía este libro, decide en 2012, desaparecida ya ésta, revisitar los lugares por donde aquella “paseó” su enfermedad. Así la escritora deambulará  por el Hospital neoyorquino donde la atendieron, se asomará a la habitación 1539 donde su madre vivió los duros tratamientos de quimio y radioterapia exigidos para combatir el mal que padecía, acudirá al cementerio de Pozuelo de Alarcón donde recibió sepultura… Del mismo modo, en la indagación sobre su abuelo, Gabriela necesitará pasear por el bosque donde le descerrajaron tres tiros en la cabeza. Aunque tarde, ella lleva a cabo, en la persona de su abuelo, lo que su padre le dijo en el tanatorio donde yacía el cuerpo de la madre:
Me habló sobre el cadáver de mi abuelo: “Yo lo vi”, me dijo. Entonces no presté mucha atención a lo que decía, pero creo que hoy entiendo la importancia que para él tuvo ver a su padre muerto. Le ayudó a mantenerse cuerdo. Mi padre quería que yo viera ahora a mi madre para superar mejor su tránsito” (pág. 135)

Un libro sobre la asunción de la pena
En esta estupenda novela, hacia el final de la misma, escribe su autora esta reflexión que me parece muy reveladora:
 "Miro fotos de etarras e investigo sus vidas. Me cuesta aceptarles, porque asumir su humanidad significa reconocer que yo también podría hacer algo así.  Mi conciencia estaba más tranquila cuando imaginaba que eran locos o que no eran personas. Marcianos. Ficción."(pág. 159)
Esta reentrada en la dura realidad, este escapar de la locura, paradójicamente mediante el uso de la memoria ficcionalizada, es lo que para la escritora ha supuesto la escritura de esta novela. A través de la indagación interna y externa que ha realizado se ha dado cuenta de que lo que Rafael Sánchez Mazas le dijera a su abuelo asesinado en el prólogo que le escribió a un libro suyo publicado en 1947 (“Mientras en toda España y en casi toda Europa la política se iba convirtiendo en una política de individuos, en Vizcaya todavía era una política de familias”), aunque hayan pasado ya muchos años desde el asesinato de 1977 y aunque la industria y los industriales de Neguri hayan desaparecido o evolucionado
el símbolo de Neguri y de mi apellido aún perduran. Mi intimidad aún es política. La muerte de mi madre también. El lenguaje, los silencios, las casas, la convivencia, los sentimientos… Todo es política. Incluso la literatura” (pág. 140)
Es en este momento, al llegar aquí cuando encuentro el verdadero sentido que la escritora ha querido dar a esos dos versos sacados del poema “Las encinas” de Antonio Machado bajo los que se acoge todo el relato: “¿Quién no ha visto sin temblar  / un hayedo en un pinar?”.
Entiendo que Gabriela Ybarra ha construido partiendo de la dura realidad que le ha tocado vivir un relato que le ha servido para asumirla, y aunque esta ficcionalización la ha perturbado seriamente, le ha servido para poder superar -o al menos intentarlo- ese duelo silencioso que desde hacía tantos años ella, y sobre todo su padre, arrastraban interiormente sin poderlo manifestar.
Final
Hace muy pocos días que leí y reseñé otra obra que hablaba sobre la necesidad de superar el duelo, la pena. Me refiero a "Lo que no tiene nombre" de la colombiana Piedad Bonnett [ver reseña aquí]. Aunque nacidas de motivaciones muy distintas, ambas coinciden en las bondades que la escritura encierra para la asunción de la realidad, abandonando con éxito el natural estadio de pena y de duelo al que la muerte de los seres más queridos nos arroja.
“EL COMENSAL”  de Gabriela YbarraFICHA TÉCNICA
Nº de páginas: 176 págs.
Editorial: CABALLO DE TROYA (2015, 6)
Lengua: CASTELLANO
Precio formato papel: 15'90€
Precio formato ebook: 3'79€

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