Revista Cultura y Ocio

El Consejo de Egipto María Jesús Mayoral Roche A veces me...

Publicado el 02 noviembre 2016 por Chus

María Jesús Mayoral Roche

El Consejo de Egipto María Jesús Mayoral Roche A veces me...

A veces me piden opinión sobre tal libro o tal otro. Hace tiempo que me desvinculé de las islas de celulosa a las entradas de las librerías y me decanté por editoriales desconocidas para el gran público. Esto no significa que no esté al día de las lecturas de moda; aunque lo mío es literatura, literatura y más literatura. En esto de pedirme opinión, una amiga, desconcertada después de leer El Código da Vinci, me preguntó si eso podía ser verdad. La pregunta me dejó estólida porque esta mujer es médico y ya con una cierta edad; esa pregunta me dio el aviso de lo que pueden llegar a adocenar las mentes ciertas lecturas. Yo me leí el Código Da Vinci para opinar... A lo que voy: los hay que se creen todo por el mero hecho de haberlo leído en un libro y así lo argumentan. Yo, personalmente, distinguiría entre una novela histórica y un libro de historia. Una novela histórica es una ficción y algunos escritores se atreven a llegar a la ciencia ficción y está bien, siempre y cuando sepamos lo que llevamos entre manos. Y luego están los libros de historia y aquí hay que tener en cuenta las fuentes y las tendencias políticas del autor. Pero los hay que por sistema cogen un libro y lo leen sin criterio ni opinión y sin base para argumentar: leen. Para las mentes dialécticas, a las que pertenezco, resulta difícil hacernos comulgar con ruedas de molino. Por otra parte están las hipótesis y circula por ahí cada idea peregrina...

Yo soy incrédula por naturaleza, a mí me hubiese pasado como a Santo Tomás. Qué le voy a hacer. Siempre he dicho que quien no lee se pierde media vida y quien no viaja la otra media; pero estimo que hay que escoger lecturas con cierta enjundia para alimentar el cerebro y las ideas, y lo que circula por ahí, esos Bets Sellers, sirven más para idiotizar que para ilustrar al personal: tal es el caso que he comentado anteriormente.

Estamos entrando en una dinámica muy peligrosa, la gente lee lo que le venden y está de moda, se lo cree y luego opina lo que circula en las Redes Sociales e Internet. Ya sólo nos faltaba YouTube, Wikipedia y El Rincón del Vago. Esto es preocupante porque el individuo se está quedando sin opinión y esto es una mutilación a la curiosidad: nadie va más allá y todo queda reducido a la superficialidad. Y los trabajos que circulan suelen ser de corta y pega y hasta algunos libros se están confeccionando así. En algunos casos el individuo llega a quedarse sin opinión porque las críticas no se ponen de acuerdo y crean confusión a sus lectores. Me pasó con la película La Grande Bellezza, algunos en medio de la confusión que ofrecían las críticas me pidieron la mía conocedores de mi pasión italiana. A lo que voy: la creatividad es el principio de todo, sin creatividad no hay evolución.

Me apasiona la Literatura porque me da el tono vital, me hace pensar y me abre los ojos. Leer es y debe ser un ejercicio mental. El libro que estoy leyendo en la actualidad no es fácil de digerir, el autor es archiconocido, un genio científico y su obra un tesoro; pero tal y como está el patio no me atrevería a recomendarlo. Y digo que la literatura me abre los ojos porque, tarde o temprano, me muestra la realidad de la vida en toda su dimensión. Hace unos años me leí el Consejo de Egipto de Leonardo Sciascia y ahora que estoy metiendo mano a la historia más actual, me estoy dando cuenta de la vulnerabilidad a la hora de confeccionarla, de la fragilidad de los documentos. Y en este trabajo diario que me apasiona, me vino a la memoria el protagonista del Consejo de Egipto, el abate Vella.

[...] Fray Giuseppe Vella enriquecía, pues, el códice con palotes ligeros y vibrátiles como pastas de mosca, con puntos diminutos, tildes y cedillas, distribuidos con atención especial y con mano firme. Luego sobre cada folio, cubierto con cola incolora, extendía mediante una espátula, y con enorme habilidad, una hoja casi transparente de oro; así lograba una pátina uniforme a través de la cual fuese imposible diferenciar la tinta antigua de la nueva. Y después de ese trabajo lingüístico y de la delicada faena manual, se empeñaba en desarrollar otra tarea, en la que el estudio y fantasía lo llevaban a límites extremos de compromiso: la creación, a partir de nada, o de casi nada, de toda la historia de los musulmanes de Sicilia.

[...] Era necesario estudiar, pues, para adecuar la fantasía a los pocos datos existentes, para evitar, como por cierto le había ocurrido en los primeros tiempos de la aventura, atribuir a un personaje actos que, en cambio habían sido ejecutados por otro.

[...] Vuestra eminencia me ha hecho comprender que no se trata de una misma cosa: entregar a las llamas un archivo como aquel del Santo Tribunal constituye un daño enorme, irreparable... Habrá de transcurrir mucho tiempo hasta que se logre seguir el rastro de los documentos dispersos aquí y allá, hasta reunirlos... ¡Y luego, los periódicos! A cualquiera se le ocurre una tontería y la estampa en un periódico, como el del marqués de Villabianca, que recoge cada rumor. De aquí a cien años, su periódico se habrá convertido en un excelente motivo de risa.

Extractos del Consejo de Egipto (Leonardo Sciascia).

Y ahora que me aplico a clasificar documentos, me acuerdo de este personaje. Clasificar documentos no deja de ser una rutina, acariciarlos una delicia y manipularlos... Tener el poder de decisión de lo que se guarda o destruye, no deja de ser una responsabilidad y ahí voy. Archivos, documentos, correspondencia, tratados, fotografías... Y en medio del polvo, el papel amarillento y la tinta borrosa, pienso que dependiendo de las manos por las que pasan ciertos documentos, la historia puede ser de una manera o de otra bien distinta. Y soy consciente de lo fácil que resulta manipular un hecho histórico o hacer ver una cosa por otra, también es fácil destruirlo. Cuántas paladas de tierra se habrán echado sobre el manto de la verdad... Cuántos falsos héroes se habrán creado mientras los auténticos se perdieron por el camino. Me viene a la memoria la pregunta que me hizo Antón Castro en su programa de TV sobre la posibilidad que se estaba barajando de que Alfonso I El Batallador fuera homosexual. Le respondí que eso era una suposición, una hipótesis de moda y que eso quién puede saberlo. En mi caso, yo me había ceñido a las fuentes históricas y como puntal a José María Lacarra a la hora de escribir mi novela. A mi lado estaba un historiador y me dio la razón.

En la actualidad se está tendiendo a desmitificar al héroe, y si me apuran a sacar las cosas de quicio. Que Alfonso I fuera homosexual ¿qué relevancia puede tener en la historia, en la Toma de Zaragoza? Quizá fuera otra cosa que no se ha dicho y donde se podrían cargar las tintas, o simplemente estuviera por encima de lo humano. Y dándole vueltas al tema pienso en lo importante que han sido los diarios de los protagonistas históricos, puestos a buen recaudo, porque claro un diario también puede desaparecer. De hecho los diarios han arrojado más luces que sombras a la historia. Y también me vienen al pensamiento los cronistas de la época, pero por lo general suelen ser tendenciosos. Historia, una palabra contundente, con peso. Cuando decimos, esto es historia, lo empleamos como un argumento final a cualquier duda o debate: es una forma de cerrar bocas. Historia palabra contundente y frágil en su elaboración. Y quizá sea que ese amor y fascinación que siento por las ruinas, excavaciones, sea debida a que las ruinas no mienten; las piedras nos hablan y nos muestran la historia cotidiana de la época, esa historia silenciosa que tanto me gusta, esos héroes anónimos que la hicieron posible las grandes gestas. Sí, las ruinas son piedras caídas, pero marcando un territorio, una civilización.

Y El Consejo de Egipto de Sciascia es un buen ejemplo de cómo manipular la historia y liarla, de paso, desvela y subraya la corrupción como base del sistema. Y además Sciascia lo hace con una sutil ironía siciliana, precisa. Pero claro, El Consejo de Egipto es literatura seria, lejos de los cuentistas que ahora tanto se llevan.


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