Revista Arquitectura

El damero maldito

Por Arquitectamos
Me gustan los pasatiempos dominicales del periódico; especialmente el Damero Maldito.
Supongo que lo conocéis, pero de todas formas os lo explico:
El damero maldito Damero Maldito de EL PAÍS, domingo 2 de agosto de 2015
Hay un texto literario en blanco, que tendremos que completar, y debajo se nos dan las definiciones de unas cuantas palabras que tenemos que averiguar. De las pocas que sacamos a la primera trasladamos las letras al texto de arriba. Cada letra tiene un número que le permite viajar de la lista de definiciones al texto y viceversa. Si supiéramos todas las palabras a la primera a partir de sus definiciones el juego no tendría gracia. Trasladaríamos mecánica y rutinariamente las letras al texto de arriba y ya está. Pero no es así. La cosa es difícil, y tenemos que hacer muchas idas y venidas. Averiguamos muy pocas palabras, ya digo, y trasladamos sus letras al texto. Este queda muy despoblado, con una letra por ahí y otra por allá. Por puro instinto completamos alguna palabra de ese texto, o suponemos alguna terminación, y probamos esas letras en las palabras de abajo, a ver si ahora las averiguamos. Hay una pista complementaria: Las primeras letras de cada palabra de las del grupo de abajo forman en acróstico el nombre del autor y el título de la obra. Es un poco laborioso, pero a mí me entretiene mucho. (Sí; ya sé que diréis que vaya una vida de mierda que tengo, que empleo las mañanas de los domingos en estas cosas en vez de en vivir. Pero eso es otra cuestión que prefiero soslayar).
¿Por qué traigo este juego aquí? Pues porque a las letras les ocurre una cosa curiosa que me llama mucho la atención: Por ejemplo, vamos a ver una T. Concretamente la que ocupa la casilla 88 y pertenecece a la definición G. Cada definición tiene una letra identificativa empezando por la A y siguiendo por orden alfabético. La G dice: "Sepulcro levantado de la tierra". Confieso que a la primera no lo he sabido. Posteriormente, según iba acertando otras palabras y completando el texto, tenía EX---A, que he pensado que podría ser EXACTA o EXALTA. En cualquier caso la penúltima letra podría ser una T, y la he probado en la definición G. En algún momento he caído en que ese sepulcro levantado podría ser un TÚMULO. He vuelto a probar llevándome sus letras al texto. Etcétera. Tanteando muchas veces (podéis ver las enmiendas en la imagen), poco a poco la cosa ha ido tomando forma.
Bueno; a lo que voy: La misma T pertenece a "TÚMULO" y a "EXALTA". Para más desconcierto (y más pistas) también pertenece en vertical al apellido del autor del texto; "MATEOS".
Pero siempre es la misma T. La 88-G. Qué curioso.
Esto me hace pensar que constantemente estamos manejando estructuras complejas, que pertenecen a varios campos semánticos diferentes a la vez. Miento: No es que estemos manejando esas estructuras; es que estamos dentro de ellas, sumidos en la complejidad y en la contradicción del mundo, aprendiendo a vivir con códigos contradictorios y cambiantes, o sin ellos.
No quiero ponerme ladrillo con lo de la semiótica y todo eso, pero sí que me gustaría decir muy sencillamente que hay momentos en la cultura de una sociedad en que los códigos son únicos (o unívocos, si lo preferís) y una rosa es una rosa es una rosa. Las cosas son claras, las ideas nítidas y las contradicciones son errores a corregir. Son momentos claros, constructivos, de avance y de optimismo. (Pero también de autoridad, de intolerancia y de aburrimiento). (Si os parece, yo pondría en esos momentos el Renacimiento y el Movimiento Moderno, por poner dos ejemplos. Quieren construir una estructura universal e inequívoca). Y hay otros momentos en que no hay códigos claros, sino múltiples códigos que se interfieren y se contradicen, en que un mismo signo puede significar muchas cosas diferentes, en que las contradicciones son rasgos de riqueza y de complejidad y en que reina la relación espontánea de conceptos que se creían irrelacionables hasta hace nada. Son momentos de confusión, de enredo y de crisis. (Pero también de tolerancia, de complejidad y de diversión). (Si os parece pertinente, pondría como ejemplos de esto el Manierismo/Barroco y el Post-moderno ).
(Cuando hablo de que estos momentos de confusión son también ricos y divertidos me refiero a que lo son para los integrados. Para los apocalípticos no hay ninguna diversión. Los apocalípticos nos consideramos modernos, buscamos una explicación convincente a los fenómenos y clamamos contra este sindiós y esta falta de criterio).
Por lo mismo por lo que la misma T puede pertenecer a la vez a Túmulo, exalTa y maTeos, el mismo detalle arquitectónico, pictórico, literario o musical puede pertenecer a campos diferentes y tener distintos significados. Cada signo puede ser sacado de su contexto original y puesto a trabajar en otro completamente diferente. Un capitel jónico es un elemento estructural muy claro, que tenía una simbología muy precisa (ciertos dioses podían tener capiteles jónicos en sus templos, y ciertos dioses no, por ejemplo, y ciertos usos podían tener capiteles jónicos y otros no) y unas condiciones constructivas muy específicas. (Por ejemplo, el problema de la esquina en el capitel jónico da para varios libros, con cientos de soluciones posibles).
El damero maldito Durante siglos fue un ejercicio arquitectónico muy serio diseñar un capitel jónico de esquina, ya que eso ponía en crisis su orientación y su direccionalidad.
Perdida la simbología original y utilizando el signo fuera de su contexto, como mero objeto decorativo y mera forma sugestiva y evocadora, y siendo como somos unos maestros de la fisión semántica, ahora tomamos el signo (en un tiempo sagrado) "capitel jónico" y con él hacemos un cenicero o un bolso. Es mucho más divertido, mucho más topeguay, aunque por el camino se hunda toda la historia y toda la tradición del capitel jónico. (Mejor dicho: No se hunde. Se "contamina" con nuevas interpretaciones y nuevas aportaciones).
Si la T en el damero maldito puede tener hasta tres significados diferentes, cualquier elemento lingüístico puede hacer lo mismo, y ya no hay códigos unívocos ni fijos. El lenguaje es más confuso, por supuesto, y todo es más complejo y más difícil, pero qué le vamos a hacer. Es el signo de los tiempos. Es lo que toca.
Veo que la concepción moderna del mundo es demasiado unívoca, y que ya no se puede encontrar a gusto en este mundo contradictorio. Este mundo no es el suyo. Veo por otro lado los elogios a la complejidad, a la contradicción y al desorden de los postmodernos, pero, sobre todo, las ramplonas respuestas que dan a estas preguntas tan interesantes, y me desanimo. Entiendo que el mundo que vivo ya no es el moderno, por desgracia, y añoro las certidumbres y la seriedad operativa y logística de aquellos maestros. Creo que esta complejidad (cuyo ejemplo he puesto en broma con el damero) es enriquecedora y difícil, pero que en el mundo postmoderno sólo engendra chorradas, y me quedo con ganas de otra cosa: Ni moderno (demasiado tarde; ya no es posible) ni post-moderno (diagnostican bien el problema, pero dan soluciones falsas que no pueden satisfacer a nadie exigente); y leo con anhelo (aunque también con un cierto escepticismo) lo que propone José Antonio Marina, quien ante esta disyuntiva habla del yo ultramoderno.
El yo posmoderno, adiestrado en la experiencia del caos y recargado ideológicamente por el yo moderno, deviene yo ultramoderno. En la página 12 de su libro El misterio de la voluntad perdida, Anagrama, Madrid, 1997, nos dice:
El problema intelectual de nuestro tiempo es enfrentarse a la complejidad, saber conjugar lo universal con lo concreto, lo científico con lo estético, lo racional con lo poético, lo riguroso con lo sentimental, lo occidental con las demás culturas, la extensión con la profundidad, lo moderno con lo posmoderno. A este paradigma, a medio camino entre el barullo y la plenitud, lo llamo ultramodernidad. Exige conocer mucha información, manejar argumentos simultáneos, tener un gusto especial por desenredar marañas, y forzar a la inteligencia para que trabaje con dos sistemas que parecen contradictorios: el secuencial y el paralelo. Pensar en bloque y escribir en líneas. Argumentar en línea y expresar en bloques. Algo tan complicado como escribir poéticamente un razonamiento matemático.
Es ciertamente difícil, pero su misma dificultad nos llena de esperanza y de ganas tras una decadencia por otra parte tan pertinaz, ubicua y derramada.
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