Revista Cultura y Ocio

El Danubio

Por Calvodemora
El Danubio
La literatura de verdad no halaga, no conforta, no cura: es un veneno, una sustancia incómoda, una que no da tregua, ni siquiera permite un respiro. Claudio Magris (leo ahora El Danubio) sostiene que es el malestar el que la hace válida, el malestar como principio a partir del cual indagar en la realidad, cuestionarla, convencerse de que la narrativa suscita un diálogo, no un parlamento transmitido sin que exista un interlocutor hostil. La idea del Danubio, trazando una línea sinuosa por un continente entero, representa Europa, que no es la cuna de la Literatura, pero sí su hacedor más valioso. De Europa hay que salvar el Danubio. su idea globalizadora, la del río que hermana países y los convierte en una especie de sucesión no necesariamente caótica de costumbres. Somos, al cabo, huérfanos en materia de patrias. No hay razón por la que no hayamos podido nacer a uno o a otro lado de esa corriente de agua larguísima. Quizá la cultura no sea el conocimiento de las materias sino la habilidad (la competencia, dicen ahora con más pomposa novedad) de saber comprender lo que nos rodea, la facultad de razonar esa realidad y manejarnos cívicamente (he ahí el problema de Europa en estos días) en ella. El Danubio ha entrado esta noche en mi cabeza, lo he surcado, ha tirado de mí, me he sentido transportado por sus aguas. Creo que incluso sonaba el vals de Strauss de fondo. A los lados, mientras me desplazaba río abajo, se sucedían las ciudades. Las veía iluminadas a lo lejos, emitiendo un fulgor hermoso, invitando a que abandonase la singladura (eso era, imagino) y las pasease. Fue un sueño europeo que provino de haberme dormido con el libro de Magris sobre el pecho. Hay libros que se incrustan en uno. Libros de los que nos impregnamos y que incorporamos (sin forzar ese matrimonio) al sueño. Leí una vez que nos parecemos a los que los demás ven en nosotros. Que de alguna forma la idea que proyectamos y que rebota hacia nosotros es la que creemos que mejor nos define. Europa es la idea que se tiene de Europa. Es el pasado glorioso; también su infierno, el laberinto de batallas y de infamias que cincelaron su carácter, su lugar en el mundo y en la Historia. Hoy que tantos problemas la cubren debemos pensar en la belleza que custodia, en la inteligencia que ha construido. No es que uno ame las patrias, ni que crea que podemos salvarnos si adoramos a un mismo Dios o escuchamos con piadoso fervor las notas de un himno o besamos los colores de una bandera. No hay esa filiación en mi boscosa manera de entender el mundo, pero de alguna manera admiro que alguien posea una identidad, un sentir, un proceder ante los otros o ante sí mismo. Está bien esa proyección y está bien que se refuerce o que incluso se pula. Europa precisa encontrarse de nuevo a sí misma. Ahora que algunos socios desertan, necesita fortalecer los lazos con los que no han sucumbido a la fuga. Tenemos más en común que en contra. La misma literatura nos lleva de la mano a través de los siglos. No nos deja varados, nos empuja, nos iza, nos propone un viaje y nos espolea a que lo acometamos sin miedo, pero nos avisa: no saldréis indemnes, no hay libro que uno lea que no actúe por dentro y reforme a su antojo lo que a su paso va hallando. Europa es una especie de buen libro del que cuesta salir o que anhela no salir de nosotros, como si tuviese vida y decidiese, a nuestro favor o en nuestra contra. No nos halaga, no nos conforta, no da soporte o alivio, pero sin embargo es dentro de su ámbito donde encontramos el camino, ese sendero que nos conduce al confort y a la paz, a la convivencia y a un sentir compartido.

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