Revista Literatura

El deber de no claudicar

Por Isabel Martínez Barquero @IsabelMBarquero

    Esta tarde, mientras pegaba en el tablón de anuncios del portal del Paraíso la convocatoria para la reunión de la comunidad de propietarios, me ha dejado sorprendido la vecina del quinto derecha, Encarna, maestra de la escuela pública y mujer dada a la filosofía. Me ha tendido unos folios para que los lea con detenimiento, pues es su propósito declamar el discurso que contienen al final de la junta de vecinos.–Don Máximo, como Presidente que es de la comunidad, considero que debe conocer el contenido de este pequeño discurso que me propongo leer una vez adoptadas las decisiones vecinales pertinentes.–¿Acaso te has metido a política para andar con arengas?Encarna me ha respondido que no tiene ninguna intención de abandonar la docencia y dedicarse al “dolce far niente”, que con el desorbitado número de personas que viven a costa de todos con el único cometido de darle al pico, ya es bastante.Ya en mi casa, sentado cómodamente en mi sillón, he desplegado los folios de la maestra y los he leído con agrado. Tengo muchos años, lo cual equivale a que he vivido todo tipo de situaciones, por lo que enfoco los acontecimientos con una cierta perspectiva que no me nuble la razón. Tengo muchos años, pero nunca serán bastantes para que pierda mi fe en el género humano, y el discurso que transcribo es la prueba de que, en medio de la arena, reluce el oro:
TIEMPOS SOMBRÍOSMito de Pandora representado en una vasija griega     
      “Toda la oscuridad ha caído sobre esta tierra alegre y las personas que me encuentro por la calle ya no sonríen, como antes, sino que llevan el ceño fruncido y la mirada abismada en un pozo de preocupación sin fin.Nos ha tocado la mala estrella, y la llevamos encima sin que hayamos merecido su distinción, que la gran mayoría somos gente de bien, trabajadora, honrada y pacífica. Asistimos a un despegue que sabíamos inflado y que, como las pompas de jabón, explotó. Lo terrible es que nos salpique a quienes jamás jugamos a las ambiciones desorbitadas y que tengamos que seguir manteniendo a quienes ya se lucraron a nuestra costa, a los espabilados que nos manejan a su antojo.Nuestra realidad cotidiana es deprimente: cifras de paro alarmantes, la sanidad tratada por los políticos como si fuera un capricho prescindible, la enseñanza pública ninguneada, la corrupción extendida a todas las esferas de quienes poseen un mínimo poder, el número de políticos a quienes sustentamos en su evidente impericia es vergonzoso... En medio de este panorama desolador, con la amenaza permanente de esos mercados que aún nos quieren castigar más y mandarnos de una patada al pelotón de los torpes, me pregunto cómo mantener la fe para no derrumbarnos, porque cuesta asumir toda la fea realidad que digerimos día a día, porque no nos merecemos que se nos robe la esperanza minuto tras minuto. Recortados por quienes nunca pasan estrecheces y no tendrán problemas para educar a sus hijos o acudir a una sanidad puntera, por quienes cobran sueldos intocables y bufandas generosas en gastos de representación a costa del sudor de todos, no me explico cómo no estamos todos los días en la calle chillando nuestro descontento. ¿Qué nos ocurre? ¿Qué extraño narcótico nos han suministrado para que nos quedemos impasibles ante tanta tropelía? Escucho protestar a todas las personas que conozco, y a las que no conozco también, que en el tranvía o en el supermercado, por poner sólo un par de ejemplos, se cosechan comentarios que son un auténtico termómetro de la insatisfacción general. La tristeza ya no es sólo epidérmica, sino que se ha incrustado como una gangrena en los espíritus de todos. ¿Seremos capaces de espantarla de una forma activa?Escribo todo lo anterior y pienso que alguien puede confundirme y creer que abogo por la violencia. Nada más lejos de mi intención, que siempre he sido pacífica y nunca me han gustado las soluciones que precisan intemperancia, fuerza o brutalidad. A lo que aspiro, supongo que como todos, es a vivir en un país mejor, más justo. Nos falta valentía y nos sobra miedo, como lo demuestra el resultado de las últimas elecciones. Tampoco sé dónde se halla la clave para dar el salto y pasar de una Europa de los mercaderes, totalmente a la deriva, a una Europa de los pueblos y naciones, de los valores que hemos forjado durante siglos. Porque tengo claro que la salvación ha de ser conjunta, cada vez más claro, aunque ello implique apartarse de la dura ascesis que impone Alemania, una nación más en Europa, no Europa ella sola ni el paradigma del que hayan de surgir todas las directrices. Se hunde España, se hunde Grecia, se hunde Italia, se hunden otras naciones de esta vieja Europa. No podemos consentirlo. Hemos de reaccionar, sacudirnos los moscardones que nos han parasitado sin piedad, partir de otras premisas: las que crean, las que ilusionan, las que sacan a flote a los pueblos y a sus gentes. Ya está bien de esta guerra silenciosa que, por el camino del desánimo, nos tiene a todos silenciados. Somos personas, no números ni entes económicos. Aboguemos por los derechos que nos corresponden, los que no nos cosifican. ¿Cómo seguir aguantando este mordisco a nuestra libertad de ser y estar en el mundo? ¿Cómo es posible que a estas alturas tengamos que volver a reivindicar derechos fundamentales para las personas, los derechos humanos que creíamos tan sólidos?Recuerdo una canción de Luis Eduardo Aute, “Libertad”. En ella, existen un par de versos que siempre me emocionan y me sacuden la pereza, esa molicie que inclina hacia el conformismo: “Vivir es más que un derecho, / es el deber de no claudicar”. No claudiquemos nunca, que la vida es de todos y para todos y no de unos pocos o para unos pocos”.


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