Revista Cine

El día de la bestia (españa, 1995)

Publicado el 06 octubre 2010 por Manuelmarquez
EL DÍA DE LA BESTIA (ESPAÑA, 1995)Desconozco si los importantes premios que ha conquistado en el reciente Festival de Venecia suponen para la carrera cinematográfica de Álex de la Iglesia una consagración, un colofón o un espaldarazo; una carrera abierta siempre plantea incógnitas a ese respecto. Pero sí parece estar bastante claro que comportan un reconocimiento a una trayectoria que, a estas alturas, muestra ya una cierta amplitud de arco, un buen puñado de films y una diversidad y nivel de calidad que la hacen merecedora de atención. Esa carrera, en lo que a largos se refiere —tras un par de cortos de gran calado y veneración entre la troupe cinéfila—, se había iniciado, en 1993, con una “marcianada” —pocas veces mejor dicho...— titulada “Acción mutante”, recibida por público y crítica con una mezcla de estupor y alborozo, pero se vio catapultada a otra dimensión con su segundo film, “El día de la bestia”.
“El día de la bestia” se presentaba como una especie de pastiche satánico-quijotesco, una propuesta descacharrante en la que un gamberro Álex de la Iglesia laminaba las fronteras entre géneros y ponía en marcha una historia con cabida para el drama y la denuncia sociales, la comedia costumbrista y el terror demoniaco, un tour de force concentrado en un solo día que transcurre a ritmo de vértigo, sin tiempo para el más mínimo respiro, y que cuenta, como telón de fondo, con una ciudad sobrecogedora, oscura, sucia e inhóspita, el reverso de esa   urbe luminosa que suele predominar en el imaginario colectivo, y desde la que, según reza el veterano slogan, se va en línea directa hasta el cielo; en este caso, no, más bien de Madrid al infierno —si es que este mismo no está situado en los territorios del oso y el madroño...—.
Con esas premisas, el joven director venía a contarnos en su película el estrambótico empeño de Ángel Berriartúa, un catedrático de teología convencido de la llegada del anticristo a Madrid el 24 de diciembre de 1994, y determinado a acabar con él. Quijotesca empresa, imposible de abordar sin la necesaria cooperación de un fiel escudero, un colega encontrado circunstacialmente y que se convierte en el Sancho Panza ideal (y no sólo por su apariencia física, tan cercana a la del célebre personaje cervantino) para guiar al despistado sacerdote por los veriecuetos de una ciudad en la que el mal aparece detrás de cada esquina, pero casi siempre difuso en su encarnación (al menos, hasta el final). De esa forma, ambos trazarán un recorrido enloquecido, preñado de episodios a cual más estrafalario y absurdo, y en el que juegan un papel de peso elementos tan dispares como las drogas, los cálculos esotéricos, la telebasura y los conjuros luciferinos, en una suerte de batiburrillo que, pese a todo, se plasma coherentemente en la narración fílmica, y, además, resulta furiosamente entretenido. ¿Hay quien dé más...?
En todo caso, atribuir el exclusivo mérito de las bondades de “El día de la bestia” a su firmante como director, sería una injusticia manifiesta con su dupla protagonista, esa “extraña pareja” que conformaron Álex Ángulo y Santiago Segura. El primero ya había trabajado con De la Iglesia en sus proyectos anteriores, y ofrece en éste una excelente muestra de sus capacidades, trasladando a su personaje ese hálito de perplejidad que despierta entre todos aquellos con quienes se cruza, incapaces de asimilar cómo ese curita de aspecto apocado, tímido y bondadoso puede moverse con tal grado de determinación supuestamente maligna. Pero el que se erigió como auténtica revelación y se proyectó hacia cotas de estrellato a partir de este trabajo, fue su partenaire, Santiago Segura. Ese Josemari, satánico y de Carabanchel, al que mueve una mezcla de pulsión psicotrópica y compasión infantil en su ánimo de convertirse en guardián protector de su frágil y vulnerable compañero de andanzas, ofreció el perfil más histriónico y desaforado de un Segura que, aun con sus limitaciones, se convirtió a partir de aquí en una estrella mediática destinada a proyectarse en otros ámbitos de actividad.
  
Que “El día de la bestia” (además de ser una de mis películas predilectas, como habrán podido advertir a lo largo de los párrafos previos...), terminara constituyendo, además de todo lo ya apuntado, uno de los films con mejor funcionamiento comercial de la historia reciente del cine español, no hace más que confirmar algunas tesis —que algunos, o muchos, sustentamos (no siempre con fortuna)—:  que, con talento y valentía, calidad y éxito no son elementos incompatibles por definición; que se pueden transmitir mensajes de calado y compromiso (las andanadas contra los movimientos racistas y xenófobos, o la denuncia de la —por entonces incipiente— proliferación de la basura televisiva, son muy, muy explícitas) a través de vehículos narrativamente ligeros;  y que el cine español, ni ahora ni antes (y cabe esperar que tampoco en el futuro), es mejor ni peor que otros cines. Les puedo asegurar, amigos lectores, que ni el mismísimo Satanás podría convencerme de lo contrario.
* APUNTE DEL DÍA; mi crítica de estreno semanal en La Butaca, destinada esta semana a "Buried (Enterrado)". Poco recomendable para claustrofóbicos convictos y confesos...

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