Revista Cultura y Ocio

El Día de Santiago de 1936 en Lanaja. Setenta y cinco años de una gesta popular

Por Joaquim
El Día de Santiago de 1936 en Lanaja. Setenta y cinco años de una gesta popular
1. Los hechos tal como fueron
El 25 de julio de 1936, en los inicios de lo que más tarde sería llamada la Guerra Civil española, una fuerza armada compuesta por militares rebeldes y sicarios falangistas asaltó el pueblo de Lanaja (1). Venían de Zaragoza. No era la primera vez que los sublevados intentaban entrar en la villa monegrina desde que el 18 de julio se conoció por la radio la sublevación de una parte del Ejército español contra el Gobierno legítimo.
Ya el día 20 los miembros del sindicato local najino rechazaron a tiros en las cercanías de Alcubierre una primera incursión de unos 30 ó 40 falangistas procedentes de la capital aragonesa. La excusa de la razzia falangista era liberar a unos presuntos rehenes, familiares de militares rebeldes a los que nadie había inquietado hasta ese momento.
En la mañana del día 24 una fuerza mayor, la 12ª Bandera de Falange a la que se sumaron otros voluntarios derechistas zaragozanos, atacó al alba Lanaja, topando asimismo con una dura resistencia popular, esta vez organizada en el Saso. A las filas de los campesinos najinos se sumaron obreros del Canal, trabajadores temporeros y sindicalistas llegados de otros pueblos, especialmente de Sariñena. Tras un combate de nueve horas la derrota de los atacantes fue completa, ya que se vieron obligados a huir en desbandada hacia Alcubierre dejando tras de sí algunos muertos y dos prisioneros, que fueron ejecutados de inmediato.
Un día más tarde, el 25 de julio, día de Santiago Apóstol, se envió desde Zaragoza contra Lanaja una fuerza militar considerable, al mando del comandante del Regimiento de Carros de Combate nº 2, Nicolás de Arce Alonso (2), en la que se integró un nuevo contingente de falangistas, procedentes esta vez de Zuera. Como consecuencia del clima de miedo reinante en el pueblo ante la nueva agresión armada que se sabía iba a llegar de modo ineluctable, en las horas previas al ataque se desató la furia popular contra las propiedades de oligarcas y elementos derechistas locales, se profirieron amenazas y se llevaron a cabo vejaciones contra estas personas, y fueron profanadas la iglesia parroquial y la ermita de San Sebastián.
En esa jornada del día 25, los atacantes contaron con abundantes medios armamentísticos, como una sección de ametralladoras, otra de morteros y dos cañones de 75 mm. Los alrededor de 400 defensores de Lanaja en cambio, apenas disponían de escopetas de caza, unos pocos fusiles viejos y algunas pistolas, amén de un puñado de bombas de mano artesanales fabricadas con latas de conservas, pólvora y tornillos. A pesar de ello el combate duró cuatro horas; finalmente los defensores y la mayoría de la población huyeron en dirección a la Sierra y hacia Sariñena.
Ocupado el pueblo por los asaltantes, la dotación de la Guardia Civil local, que de grado o por fuerza había participado en los combates precedentes del lado de los defensores de la legalidad, recuperaron sus uniformes y arreos y se pusieron a las órdenes de los mandos de la columna militar rebelde, en un ejercicio de chaqueteo del que en esos días hubo multitud de ejemplos protagonizados por miembros de ese Cuerpo armado en toda la geografía española.
Inmediatamente comenzó un brutal registro casa por casa, en busca de combatientes escondidos. Hombres de todas las edades fueron concentrados en la Plaza Mayor, insultados y golpeados. A quien se le encontraba munición o rastro de haber participado en los combates –quemaduras de pólvora, señales en el hombro de la culata de un fusil-, se le apartaba de los otros. Especialmente activo como delator estuvo el sargento de la Guardia Civil, ocupado en señalar a quienes según él más se habían significado en los combates de esa semana. Una de sus víctimas fue el joven Ismael Alastruey Penella, posteriormente asesinado, quien días antes le había arrebatado al sargento la pistola reglamentaria. También se detuvo en principio a ancianos como Donato Navarro Mairal, el najino que 40 años atrás había participado como soldado colonial en las guerras de Filipinas y que estuvo preso de los tagalos de 1898 a 1900; Donato tuvo más suerte, y el propio comandante Nicolás de Arce le dijo que se fuera a su casa.
En aquella terrible tarde un avión Breguet XIX gubernamental sobrevoló en dos ocasiones Lanaja, lanzando en una de ellas una bomba que fue a caer en unas eras cercanas sin producir ningún daño. Su presencia y la cercanía de las columnas de milicianos catalanes bastaron para convencer al mando militar rebelde de que su posición en el pueblo era insostenible, y que debían replegarse lo antes posible en dirección a Zaragoza. Lo hicieron así una vez hecha la selección de prisioneros, once hombres en total (3), que se llevaron consigo a Alcubierre, donde horas más tarde fueron fusilados por los falangistas.
En la madrugada del día 26 de julio entró en Lanaja una avanzadilla de las columnas de milicianos catalanes, con lo que definitivamente la población quedó en la zona gubernamental hasta marzo de 1938.
2. Nombres que no hay que olvidar
Las personas de Lanaja que participaron en la gesta popular del Día de Santiago de 1936 lo hicieron en defensa de sus familias, de su pueblo y de la legalidad democrática. Merecen el reconocimiento y la gratitud de sus descendientes y también de las instituciones públicas, pues gracias a ellos y a su ejemplo hoy tenemos un régimen de libertades y es posible expresar todas las ideas y proyectos. Rescatarles del olvido es un acto de justicia.
Algunos de sus nombres son:
Victoriano Abadías Mairal, presidente del Comité local de la CNT y de la colectividad agraria, un hombre que se comprometió públicamente a impedir que durante su mandato se matara a nadie en Lanaja, cosa que consiguió.
Pablo Escartín Cascarosa, alcalde de Lanaja, y su teniente de alcalde, Juan Berdún Pontaque, ambos de Izquierda Republicana, que encarnaron con eficacia la representación institucional y colaboraron con Victoriano Abadías en su propósito de evitar muertes y represalias tras quedar definitivamente el pueblo en la zona gubernamental.
José María Tierz, el joven secretario municipal, hombre de firmes convicciones republicanas, que el día 21 intentó en vano negociar con los facciosos que desde Alcubierre se aprestaban para atacar Lanaja.
Las decenas de miembros del sindicato agrario anarquista local, que durante esas jornadas asumieron el peso de la defensa del pueblo y de sus habitantes. Hombres como Joaquín Pisa Gracia, quien participó escopeta de caza en mano junto a sus compañeros en el desarme de los miembros de la Guardia Civil en la tarde del 19 de julio, y en los días siguientes en la resistencia armada a los tres asaltos facciosos casi consecutivos que sufrió Lanaja.
Los trabajadores temporeros y los obreros del Canal, que ayudaron eficazmente a rechazar los ataques de los días 20 y 24 de julio y pelearon denodadamente el 25 contra fuerzas militares muy superiores. Entre ellos estuvo Mariano Carilla Albalá, najino residente en Barcelona y segador temporero durante los veranos, quien junto con su cuadrilla regresó inmediatamente del monte para sumarse a la defensa del pueblo apenas tuvo conocimiento de la situación.
Dos forasteros que no pudieron ser identificados, muertos en combate el día 25 de julio en la defensa de Lanaja, y el estanquero Dionisio Martínez Gazol, asesinado a tiros en la calle por los facciosos tras ocupar el pueblo esa tarde.
Los once prisioneros tomados por los atacantes en Lanaja el día 25, que fueron fusilados en Alcubierre esa misma noche (ver la nota 3).

NOTAS

nota 1:
El relato de los hechos es una síntesis del que aparece en Las batallas de Lanaja, de Roberto Mateo Caballero, páginas 39 y siguientes (editado por Comarca de Los Monegros. Zaragoza, 2008), y de algunas informaciones puntuales transmitidas por memoria familiar.
nota 2:
Nicolás de Arce Alonso nació en Madrid en 1893 y murió en combate en el frente de Huesca, en abril de 1937. En julio de 1936 estaba destinado en Zaragoza. Aunque era de ideología conservadora, no parece que el comandante Arce estuviera comprometido con la sublevación militar aunque sí conocía sus preparativos (ver Las batallas de la Lanaja, páginas 51 a 54), lo que le valió la desconfianza de los mandos sublevados.
Algunos gestos suyos documentados por Roberto Mateo Caballero hablan de su talante, muy diferente al habitual entre los mandos facciosos. Por ejemplo, antes de atacar Lanaja permitió que un soldado de su columna originario de esa población se quedara en Alcubierre, sin que hubiera luego represalias contra él. Ya se ha hablado del modo en que intervino en la selección de rehenes entre los prisioneros, apartando él mismo a personas a las que su gesto les salvó la vida.
Finalmente hay que recordar que durante el repliegue de la columna facciosa, al salir los militares desde Alcubierre en dirección a Zaragoza dejando en ese pueblo a los falangistas con los prisioneros tomados en Lanaja, y previendo Arce lo que harían los exaltados fascistas con éstos, el comandante se preocupó de dejar constancia por escrito de la hora en que abandonó la población y de que en ese momento los prisioneros seguían con vida, desligándose así de responsabilidad sobre lo que aconteció inmediatamente.
nota 3:
Los nombres de estas once personas capturadas en Lanaja y fusiladas por los falangistas en Alcubierre son: Ismael Alastruey Penella, Félix Ferrer Ferrer, Pascual Otín Samper, Ambrosio Cancer Vizcarra, Joaquín Casanova, Arturo Izquierdo Gutiérrez, Manuel Pina Bartolín y Juan José Aniés Naya (ver Las batallas de Lanaja, páginas 72 a 74). Se desconoce la identidad de un joven originario de Senés de Alcubierre y de otros dos muchachos, asesinados en ese grupo. Los muertos fueron ocho, ya que Manuel Pina logró huir en el último momento y Joaquín Casanova y Pascual Otín sobrevivieron a la masacre, realizada de madrugada, casi a oscuras y de modo precipitado, pues los asesinos tenían prisa por huir inmediatamente hacia Zaragoza ante la cercanía de las columnas milicianas catalanas.
Del grupo de víctimas solo Ismael era originario de Lanaja, siendo los restantes trabajadores de las obras del Canal o residentes en pueblos vecinos que habían acudido a ayudar a defender la villa monegrina.
En la imagen que ilustra el post, vista de Lanaja desde el Saso (fotografía del autor).

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