Revista Viajes

El día que me monté en un Trabant

Por Belilo @BeatrizLizana

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–Por favor, que firmen todos los que vayan a conducir el coche.

Debido a los casi treinta grados de temperatura que hace en la calle aún me cuesta entender que estoy en Berlín. El coche al que nos subimos me parece de juguete, este micromachine Trabant descapotable –el más común en la antigua RDA– dejó de circular en 1991 y ahora Trabi Safari lo usa para hacer rutas turísticas por la ciudad. Amadeu me pasa la hoja de firmas pero yo me hundo en el asiento del copiloto, no estoy segura de dejar mi autógrafo. Es que, siendo algo disléxica y medio ambidiestra, a mi cerebro le cuesta más trabajo procesar determinadas tareas.

 –Para meter primera, tira de la palanca hacia ti y gira hacia abajo, la segunda sube hacia arriba, la tercera empujas y otra vez la palanca hacia abajo…

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Firmo, pero no. No voy a poder conducir. ¡Somos tres en el coche y no quiero cagarla! Julia no tiene carnet así que dejo que Amadeu se haga dueño del volante; yo me dedicaré a hacer fotos y a disfrutar como una enana por las calles de Berlín.

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La ruta la forma un convoy de unos ocho coches con los responsables de Trabi Safari en cabeza. Además de guiarnos por el camino, nos van relatando anécdotas que escuchamos a través de la radio del coche. Pasamos por los principales puntos turísticos de la ciudad: Postdammer Platz, el Reichtag, el monumento al Holocausto, lo que queda del muro de Berlín, la puerta de Brandemburgo… Durante algo más de una hora y media nos sentimos famosos, los turistas nos hacen más fotos a nosotros que a los propios monumentos.

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A mitad de camino el convoy se para a un lado de la carretera para hacer un cambio de conductores. Mis ganas de experimentar algo nuevo pueden más que mi miedo a conducir el Trabi así que casi sin pensarlo me pongo al volante. Hacía mucho tiempo que no me ponía tan nerviosa, pero ya era tarde para echar marcha atrás (nunca mejor dicho), por lo que me pasé los cinco primeros minutos relatando los cambios de marcha en voz alta para que Amadeu pudiera corregirme en caso de error. Tras ese breve periodo de tiempo que a mí me pasó a cámara lenta pude automatizar los cambios y empecé a relajarme. Entonces sí, me sentí como en una película de los años sesenta, con el pelo ondeando al viento y disfrutando del placer de conducir.

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Mi carnet de Trabi


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