Revista 100% Verde

El disfraz del consumo colaborativo

Por Cooliflower

Cooliflower Consumo colaborativo low

¿Qué es, y qué no es, consumo colaborativo?

No es: Granjero cambia cabra por cinco gallinas. Carpintero se ofrece a reparar silla a cambio de lap dance. Moderno arrepentido regala disco de Vampire Weekend por LP de Dire Straits.

Sí es: Todo lo anterior, promocionado vía digital. Consumo colaborativo es el trueque de toda la vida saltándose intermediarios y dinero… en teoría.

¿Por qué supone una revolución en nuestras vidas?

Abarata el coste de las cosas, además de ampliar la oferta de productos y servicios que, de otro modo, resultarían inasequibles. Un licenciado en políticas, por ejemplo, podría orientar su futura carrera intercambiando clases de retórica con lecciones de salsa y preparación de gin-tonic.

Lo bueno…

Imagina que deseas viajar a Nueva York con tu pareja, y tienes los euros justos como para tomar un vuelo y alimentarte de perritos calientes, o perrillos fríos. Una década atrás sería imposible hacer turismo por la Gran Manzana, hoy dispones de la opción de intercambiar tu propio piso con neoyorkinos registrándote, por ejemplo, en Homeforhome. Hasta aquí todo es bueno.

Quizá necesitas viajar de Madrid a Sevilla de un modo rápido, y no puedes permitirte usar el AVE. Es fácil: buscas un coche que haga tu misma ruta (en Blablacar, sin ir más lejos), con un chófer al que le guste la conversación y no fume, como tú… Es fantástico, ¿verdad? Compartir significa ahorrar y ser más ecológicos, reducir emisiones y aumentar la generosidad.

…y lo menos bueno

Ahora bien, la generosidad tiene un límite, como bien saben los profesionales del taxi.

En España ha habido manifestaciones y huelgas por el despegue de Uber, una aplicación para disponer de chófer. En Blablacar, anteriormente mencionado, el coste es compartido (o al menos el beneficio es mínimo), por contra, en Uber los conductores pueden hacer negocio trabajando como taxistas sin licencia. En este artículo de El País se explica lo que supone para un profesional costearse su oficio: “José Manuel Méndez comenzó a ser taxista hace siete años y muchos años más tendrá que pagar la hipoteca que pidió para pagar los 147.000 euros que le costó la licencia, más 500 euros de tasas al ayuntamiento. Pero antes tuvo que demostrar que tenía aprobada la ESO, que no tenía antecedentes penales, ni enfermedades de transmisión. Además, durante dos meses se preparó el examen que tenía que pasar.”.

Son estos los casos en los que el “consumo colaborativo” se debería llamar “competencia desleal”.

¡Pero yo no soy taxista!

Quizá no sientas demasiada empatía hacia los profesionales del taxi, pero ¿y si el consumo colaborativo fuera también una forma de decir “becario con incentivos”? Comienza a temblar pensando en tu propio puesto de trabajo, porque la última tendencia podría dejarte en la calle; esta vez se trataría de disfrazar el intercambio para disponer de trabajadores a coste cero. El intercambio trabajo-visibilidad se puede encontrar en medios de comunicación como el Huffintong Post, donde no pagan a la gran mayoría de colaboradores porque “no son profesionales”, lo que no impide embolsarse beneficios a los dueños de la publicación online, con textos muy trabajados escritos por amor al arte.

En las grandes empresas han tomado nota y se empiezan a crear servicios de “atención al cliente”, comparativas o consultas externas con remuneraciones en descuentos y/o posibilidades de contratación, con el nombre de “Consumo Colaborativo; dicho de otro modo: cuanto más y mejor colabores (gratis), más puntos sumarás para optar a un posible puesto de trabajo. El empleo se externaliza a cambio de un “ya veremos”. Poniendo una zanahoria en la cara de la gente de buena fe, los beneficios aumentan, se reducen las plantillas y los trabajadores son fantasmas que compran billetes de lotería, con el premio de aspirante a empleado. ¡Y todo queda de lo más guay!

Banda sonora del post…


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