Revista Opinión

El Documento de voluntades anticipadas

Por Doctor Juan Carlos Trallero
Archivo Portada del díptico informativo editado por el Ajuntament de Barcelona bajo el título "Dret a la mort digna" 1  

Hace pocos meses, se procedió a la difusión de unos dípticos editados por el Ajuntament de Barcelona titulados "Dret a la mort digna". Expresado en un lenguaje claro y comprensible, habla de algunos de los derechos que asisten a las personas enfermas, y del llamado testamento vital o documento de voluntades anticipadas (DVA).
La iniciativa me parece muy positiva, porque puede contribuir, desde la información, a avanzar en el largo camino hacia un modelo distinto de relación del enfermo con su propia enfermedad y posible muerte y con las personas que le atenderán en el proceso.

Hablemos del DVA. Creo que merece y mucho la pena que cada vez más personas lo tengan redactado. En nuestro país la proporción es aún muy escasa, y muchos se han confeccionado desde la salud y sin ninguna amenaza cercana en forma de enfermedad, por lo que su valor real es al menos relativo.
Lo verdaderamente interesante es que el DVA sea la excusa para poder hacer una reflexión serena y para dialogar con nuestros seres queridos, y si es procedente, con profesionales sanitarios, acerca de cómo queremos ser tratados en caso de no estar en condiciones de decidir.
Es cierto que hablar del DVA explicita la presencia, cercana o lejana, de la muerte, y eso asusta. Preguntar a una persona si lo tiene redactado, o desearía hablar de ello, parece una broma de mal gusto. Los médicos no somos ajenos a este pudor, por temor a causar malestar al paciente.
Pero la realidad (literatura en mano) dice que muchas personas no habían pensado en ello sencillamente porque su médico nunca se lo había propuesto.
Una oportunidad para comunicarse
Una vez más, la comunicación es la piedra filosofal del tema, esa comunicación que nos permitirá hablar abiertamente con quien deseemos (un familiar, un amigo, un profesional), y en función de nuestros valores tomar (y compartir) decisiones sobre cómo queremos (y no queremos) ser atendidos. Ese proceso, que va a proporcionar tranquilidad y seguridad al paciente, que va a quitar angustia sobre qué decidir a sus allegados, y va a facilitar la tarea del equipo asistencial, ese proceso, es lo realmente valioso. Quedará reflejado en un documento, que tendrá un valor legal, pero será sólo la rúbrica a un diálogo entre personas y con uno mismo.
El peligro, la simplificación a que tiende el ser humano ante los problemas por resolver, es convertirlo en un nuevo trámite, como ya sucedió con el consentimiento informado.
Los médicos tenemos la responsabilidad de informar y proponer, en el momento adecuado. Toda la difusión que se haga nos facilitará esta difícil tarea. En último término será cada persona ejerciendo su autonomía quien decidirá si quiere ser informada, si quiere hablar de ello, y si quiere confeccionar el documento y en base a qué criterios personales.
Pero no olvidemos, como dice en su libro Juan Carlos Siurana ("Voluntades anticipadas: una alternativa a la muerte solitaria"), que lo que la sanidad necesita para su humanización no son sólo firmas, sino también, y sobre todo, diálogos".


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