Revista Cultura y Ocio

El enorme tiempo, de Giuseppe Bonaviri

Publicado el 05 diciembre 2011 por José Angel Barrueco
El enorme tiempo, de Giuseppe Bonaviri
Con el subtítulo Apuntes para un diario de un médico siciliano, este librito de apenas 170 páginas me ha parecido una de las sorpresas más gratas de la temporada. Es la historia autobiográfica del autor durante el tiempo que estuvo ejerciendo de médico en su pueblo de origen, Mineo. Un lugar sumido en la miseria, en los trastornos de la postguerra (la novela arranca en 1949), con casas de una única habitación en la que se hacinan las familias pobres y se arrumban los objetos y los servicios: el agujero que sirve de retrete, la cama comunal, la cocina, algún mueble… Casi todos ellos tienen enfermedades, carecen de luz eléctrica, casi conviven con los animales que les contagian sus enfermedades y son tan testarudos que el doctor acaba desesperado: No resultaba fácil cambiar la mentalidad de un pueblo suspendido siempre en el péndulo del desempleo y la miseria.
Su mejor ventaja es la prosa lapidaria de Bonaviri. Sus descripciones logran que sintamos el frío del pueblo, acosado éste por los vientos en invierno, y que olfateemos la mugre de las casas y de las calles, y que nos compadezcamos de su impotencia ante esos pacientes que no quieren cambiar, que no quieren someterse a ciertos fármacos y revisiones y cuarentenas porque “la vida siempre ha sido así”. Mentalidad cerrada que, a menudo, es más dañina para el hombre que los virus. No dejéis de leer este libro. Dos fragmentos:
Recuerdo que en aquel mes de marzo me llamó una familia que vivía en una calle principal. Yo tenía que ver a la madre. Habitaban un solo cuarto en una planta baja, en el que había una cama de matrimonio, una mesa, una cocinita, una pila de cemento para lavar, un agujero en una esquina que era el retrete y un desván que no tenía más de metro y medio de altura, al que se accedía por una escalera de mano.
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Por la noche solo estábamos nosotros, la oscuridad y el sueño, elementos inseparables que formaban un todo, una amalgama de existencia primigenia e informe semejante a la vida embrionaria. El pueblo, situado como en un monte, quedaba expuesto por todas partes al creciente fluir del viento y a sus asaltos. Por entonces, como en todos los pueblos campesinos, a las diez de la noche ya no quedaba nadie en las calles e incluso las luces se amortiguaban en los pocos cafés abiertos y en las alturas de Mineo.
[Traducción de Pepa Linares]

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