Revista Cultura y Ocio

El espacio andino

Publicado el 23 septiembre 2016 por Revista Pluma Roja @R_PlumaRoja

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El hombre andino ha construido su morada en torno a su propia existencia en armonía con la naturaleza. Cuentan los modernos que el problema del indio es que éste no quiere el progreso. Responden los indios que ellos adoran el progreso, añoran continuar el camino pero en no desmedro de la tierra. Muchos se preguntan qué tienen los indios con la tierra, por qué no permiten que se produzca a partir de ella la rentabilidad que nos permita obtener números favorables para crecer. El problema aquí radica en que el indio no quiere profitar de la tierra porque mantiene con ella una relación de reciprocidad: no podría arrancar de ella más de lo que necesita ni podría olvidar que le debe responder con gratitud y ser tan gentil con ella como ella lo es con él. Esto último puede sonar entrampado, pero bastaría con acercarse un poco a la comprensión andina y veríamos que lo de ellos no es cuento de ignorantes, sino experiencia de milenios en la misma tierra.

El hombre andino es telúrico, el hombre occidental no lo es ni lo comprende. Esa es la gran batalla que se ha peleado en América desde la llegada de los españoles, pues éstos jamás negociaron el significado de la visión de mundo con los indios, simplemente impusieron la propia por considerarla superior. Los indios comprendieron su morada, supieron siempre dónde estaban las raíces que configuran el sentimiento de unión que tienen con su terruño. Con la llegada de los españoles toda la relación basada en la reciprocidad que los indios tenían con su espacio, se quebró. Así fueron quedando relegados y nacieron las nuevas formas: el mestizo, el blanco, el cholo, entre tantas otras denominaciones que terminaron de escindir por completo el terreno que debió cobijarnos a todos por igual.

El blanco es demasiado joven para entender el antiguo mensaje de la tierra: se siente forastero. Vive el mestizo estallante de energía; empeñado en su forja biológica y social, carece de tiempo para detenerse en el paisaje. Pero el indio eterno, inmutable como su naturaleza circundante, es verdaderamente el amo de los altiplanos. Tomemos pues del indio la verdad y el sentido de la tierra.1

De esta manera explica Fernando Diez de Medina el fenómeno que se suscitó en el Ande cuando las gentes se dividieron por color de piel, procedencia y forma de entender el mundo. No hubo un punto de encuentro entre estos involucrados y nadie supo ver que la relación con el espacio que habían construido los indios no era retrógrada sino más bien la más sustentable y la menos nociva con el paso del tiempo. El problema fundamental es que, como dice Diez de Medina, no supimos comprender que en el Ande se daba una “Unidad trascendental de hombre y lugar: dos que son uno. Donde se atiende el hecho físico, salta el morador. Donde se atisba al morador, afluye lo telúrico”. Ante la mirada sesgada del occidental, del mestizo, el indio sólo era una persona menos evolucionada y más ignorante, por eso era incapaz de comprender que el suelo no nos conforma sino que nos sirve. Sin embargo, los indios remontan sus orígenes en el más remoto pasado y todos sus ancestros les secundan porque el pasado no ha terminado de pasar. Desde su visión cíclica del tiempo el pasado se refleja en el presente y viceversa, por tanto la sabiduría de los ancestros está siempre presente, siempre manifiesta en lo telúrico como demuestran los achachilas, espíritus ancestrales que protegen al pueblo mientras circula por la vida.

Lo cierto es que el pueblo andino ha construido su lógica, su visión de mundo, incluso su identidad en absoluta comunicación con su entorno. La relación de este pueblo con todo aquello que compone su imaginario social es lo que lo construye y le permite conformarse como pueblo con memoria e historia. “Lo importante es que, tarde o temprano, cada sociedad aprende que conocerse es ya casi vencer. La voluntad del autoconocimiento es una fase no corpuscular de la existencia”. La forma que tenían los pueblos precolombinos de conocerse es justamente a través de la tradición oral de sus mitos y su relación con el entorno inmediato que encerraba su visión holística. De esta forma, ellos construían su ética, su religión y su compromiso con el entorno natural y humano. Es por esta razón, por el autoconocimiento, que vencían los avatares climáticos, los problemas con otros pueblos y podían configurar una existencia que supusiera una convivencia en calma con el entorno para que todo continuara como debía ser.

En este sentido, cabe mencionar que la relación de los pueblos andinos con su espacio era absolutamente imprescindible para comprender su entorno y desarrollar una existencia que fuese al ritmo de él. Ellos desarrollaron una noción de espacio que les significó la supervivencia. Esta supervivencia supuso que cuando cambiaron las cosas en torno al poder político y nacieron las naciones que separan a los pueblos andinos, estos encontraron dificultades irreconciliables para subsistir bajo el nuevo modelo impuesto por los occidentales. “[L]os espíritus del estado de Bolivia no veían los hechos del espacio sino con una dimensión gamonal”, afirma René Zavaleta Mercado dejando clara una arista fundamental de esas dificultades irreconciliables: la relación con el espacio de unos y otros no eran las mismas. Los antiguos tenían una relación de reciprocidad y respeto, mientras que los occidentales tenían una relación de dominación y depredación del espacio a fin de conseguir sus propósitos. “El territorio, desde luego, es un elemento esencial de la ideología, es el soporte material nodal de la manera que tiene un pueblo de verse a sí mismo y por eso la acepción de lo nómada o lo errante tiene una significación despectiva”, continúa argumentando Zavaleta para reafirmar que es el territorio lo que confirma a un pueblo en sus mitos, creencias y maneras de relacionarse con el mundo y de interpretarlo. La identidad, el sentido de la vida del hombre andino está en absoluta e inmediata relación con su tierra y sus montañas, por eso no necesita dominarla, porque la ama; por eso no necesita viajar ni aprender de otros lugares y otros hombres, porque ahí, en lo inmediato de su tierra reside toda la sabiduría que un andino pudiese anhelar.

Por consiguiente, el quiebre principal entre los hombres que habitaron desde siempre el Ande y aquellos que vinieron con los españoles y después de éstos, es la compresión del espacio y a partir de esta noción la configuración de todo lo que les permite conocerse y sentirse a sí mismos. El hombre occidental recorre su línea de tiempo siempre en búsqueda del significado de su existencia. El hombre andino, en cambio, conoce ese significado desde siempre y el ciclo de la vida le indica que es su espacio lo que le configura en cuanto existe y reside en tal lugar. No necesita ahondar más allá porque la verdad ancestral es una y la será, para él, siempre de esa manera. El hombre occidental se ha empeñado en buscar el sentido de su vida desde la ciencia, lo cual le obscurece comprender su lugar en el mundo pues sólo se basa en la comprensión inmediata de fenómenos y la escritura de leyes, pero nada de esto le permite trascender a una comprensión afectiva del mundo. En cambio, el hombre andino se sabe vinculado al todo que le rodea y comprende su horizonte en cuanto toda su cotidianeidad está ligada a lo sagrado, a lo trascendente.

Por Cristal

llavedecristal.wordpress.com

 

1 DIEZ DE MEDINA, Fernando,  (1950). Nayjama.  (pp. 24).

2 Íbid (pp. 24)

3 (ZAVALETA, René, (1986). Lo nacional popular en Bolivia. (pp. 22)

4 Íbid (pp. 26)

5 Íbid (pp. 26)


El espacio andino


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