Revista Opinión

El esplendor de Elia Kazan

Publicado el 20 agosto 2018 por Jcromero

Volver a leer un texto o regresar a una película ya vista es dar nueva vida a esos párrafos que permanecían aletargados en la estantería, a esos personajes fosilizados en los fotogramas. Volver a ver una película, como releer un libro, es descubrir detalles que pasaron inadvertidos, elementos que en su día no se apreciaron o secuencias que ahora se enfocan desde otra perspectiva. Las películas, como los libros, no cambian; nosotros sí.

Hace unos días volví a ver Esplendor en la hierba de Elia Kazan -uno de los grandes del cine y un tipo despreciable-. Si como director tiene gran reconocimiento con películas como La ley del silencio, Río salvaje o Un tranvía llamado deseo, como persona ha dejado un recuerdo desagradable por a sus compañeros durante la famosa "caza de brujas " que fue un sistema coercitivo ideado para el control ideológico y evitar que los ideales comunistas pudieran propagarse entre los estadounidenses.

Recordab a esta película como un melodrama de amor juvenil y poco más. Sin embargo, al rebobinar, percibo otros aspectos como la influencia del contexto histórico y social en el argumento y en los propios personajes. La acción se desarrolla a finales de los años 20, en una población rural de los Estados Unidos conservadora en lo moral y ambiciosa en lo económico. Ahora, no sólo me parece una historia de jóvenes estudiantes enamorados que enfrentan sus impulsos a los convencionalismos de una sociedad hipócrita. Ahora la observo como un alegato contra la resignación y la cobardía, una denuncia contra el puritanismo, contra el poder y la ambición, contra la obsesión de padres y madres por controlar y dirigir el futuro de sus hijos.

La cinta ofrece también las discrepancias entre dos generaciones. Los mayores, que se muestran intransigentes y posesivos; los jóvenes, sumisos e incapaces de vivir sus propias vidas por no enfrentarse a sus familias. De alguna manera, es la sempiterna dicotomía entre lo que está bien y mal, donde lo bueno es seguir las reglas establecidas y lo malo romper con ellas. Para unos, lo primordial es la seguridad, el orden y vivir en la ensoñación del enriquecimiento fácil mediante el petróleo o las acciones en bolsa. Para otros, se trata de romper vínculos, liquidar esos convencionalismos conservados sobre la mentira y la represión sexual, romper con una concepción mojigata de las relaciones de pareja.

En cada plano de se percibe una atmósfera melancólica. Dos escenas: el despertar de la ensoñación juvenil y la madurez con la renuncia a los sueños. Cuando la protagonista lee en clase un fragmento de la Oda a los signos de la inmortalidad de Willian Woodsworth - "Aunque ya nada pueda devolver la hora / del esplendor en la hierba, de la gloria en las flores, / no hay que afligirse, porque la belleza / siempre subsiste en el recuerdo... " -. En ese instante, se da cuenta de que ya no es una joven que puede vivir de sueños e ideales; los versos le han abierto los ojos, le han desvelado su propia realidad; se siente herida, se derrumba y huye. La otra escena es cuando regresa para encontrarse con el amor de su juventud. Son momentos de gran intensidad dramática, de tristeza, ternura y emoción. La imagen de la protagonista con el vestido blanco y su pamela, igualmente blanca, está cargada de simbolismo. No menos metafórica es la del protagonista masculino ataviado con ropa de granjero. Es un final impactante, intimista, introspectivo; los protagonistas hablan más con los silencios, miradas y gestos que con palabras. Pura belleza narrativa.

La película termina volviendo a los versos de Woodsworth como aceptando que lo vivido alguna vez, si es intenso y auténtico, nunca desaparece por completo; lo que se ha creído, lo que se ha querido, perdura en el tiempo y, en su recuerdo se encuentran las fuerzas necesarias para afrontar lo que queda.

Gerry Mulligan, Harold Danko, Frank Luther y Billy Hart


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