Revista Política

El estado de la nación

Publicado el 28 febrero 2015 por Alejandropumarino

El estado de la nación

El Sr. Iglesias abandonó su actividad como eurodiputado para asistir en España a su particular debate sobre el estado de la nación. No está bien. Los votantes confiaron en la representación de su líder para que, a diferencia de lo que los políticos de la “casta” hacen, y por lo que fueron ácidamente criticados por D. Pablo, estuviese presente en los asuntos de relevancia que se debatiesen en cámara o comisiones. Por lo visto, la situación de Venezuela, la represión de Maduro, la detención de alcaldes, es un tema menor que solventó un eurodiputado con la referencia a que las elecciones en aquel país habían sido auditadas internacionalmente y que toda la operación se había llevado a cabo dentro de la más estricta legalidad. Un adolescente de catorce años murió de un disparo en la cabeza después de que Nicolás, el sucesor del gorila rojo, autorizase a las fuerzas de orden público al uso de la violencia y las armas necesarias, capaces incluso de provocar la muerte, a fin de mantener el orden institucional en el país. Claro está que el tipo de desorden es lo que cabe ser interpretado y donde no hay pañales, papel higiénico, pan y otros bienes de absoluta necesidad, cuando se vive en un país en el que la tasa de inflación anual promedio es del cincuenta por ciento; cuando se camina por calles con el índice de violencia y asesinatos más elevado de América latina, cualquier malpensado podría interpretar que las instrucciones del líder venezolano son una patente de corso para atentar contra la población en general. Después los cadáveres de los adolescentes pesan y son difíciles de esconder, por más que Pablo pase de puntillas sobre un asunto proveniente del país que financia su formación política. Si el chaval hubiese muerto en Zaragoza o Valladolid, si hubiese resultado abatido por un disparo de las fuerzas de orden público en nuestro país, la reacción podemita hubiese sido diametralmente opuesta, y es doble vara de medir que caracterizó siempre la izquierda pseudoprogresista y resulta tan del gusto de sus simpatizantes, es tan injusta como patética. Pablo Iglesias se monta un debate televisivo en promoción de su partido mientras abandona su trabajo en Bruselas, por el que percibe la nada desdeñable suma de diecisiete mil euros al mes; como tantas veces repetimos en este mismo espacio, la democracia bien entendida empieza por uno mismo.


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