Revista Política

El Estado ineficiente y peligroso

Publicado el 03 abril 2010 por Franky
El Estado es el mayor fracaso de la Humanidad. Es como un hijo que no sólo no te ayuda sino que te maltrata y te oprime. --- El Estado ineficiente y peligroso Es probable que el Estado sea la instancia más ineficiente del planeta. Ha sido creado por el hombre para que gestione la democracia, garantice la convivencia, la seguridad y la justicia, para fomentar la paz y el orden y para que luche contra las grandes lacras de la Humanidad: desigualdad, pobreza, injusticia, incultura, diferencias lacerantes entre ricos y pobres, etc. Si se establece un balance justo y preciso, el Estado ha fracasado en todas sus misiones y, en lugar de eliminar las lacras y garanttizar la convivencia y los grandes valores, ha concentrado su esfuerzo en fortalecerse a sí mismo y en dominar, someter y, muchas veces, a asesinar a los mismos ciudadanos que lo han creado.

El Estado es, seguramente, la mayor estafa y el mayor fracaso de la civilización.

Tan sólo en el siglo XX, el más sangriento de la historia y el que fue testigo del mayor incremento del poder estatal, los expertos calculan que el Estado asesinó a más de cien millones de personas. Otros expertos elevan la cifra a más de 150 millones, refiriéndose no a muertos en los campos de batalla, sino a gente asesinada en la retaguardia, civiles a los que ese mismo Estado debía proteger.

En el año 2005 ocurrió en Francia un hecho que revela con deslumbrante claridad la sorprendente ineficiencia del Estado: un empresario frances generó un enorme revuelo entre sus trabajadores tras entregarle cada mes una nómina detallada, en la que aparecía claramente que una parte importante, prácticamente la mitad del fruto de su esfuerzo laboral, iba a parar a manos del Estado.

Los obreros y empleados reaccionaron con estupor porque no tenían ni la menor idea de que la empresa les pagaba justo el doble de lo que recibían cada mes, sólo que el Estado se quedaba con la mitad.

El mismo empresario, quizás animado por el efecto que tuvo en la plantilla la información sobre el salario, calculó qué tendría cada trabajador si en lugar de haber entregado al Estado las prestaciones para la seguridad social hubieran invertido esas mismas cantidades en un fondo libre de pensiones. El resultado fue todavía más sorprendente y la indignación de los empleados casi llega a la revuelta al conocer que al jubilarse habrían percibido más del doble de pensión y, en algunos casos, más del triple.

El empresario, tenaz y libre, llegó más lejos y calculó qué tipo de beneficios y servicios médicos habrían disfrutado sus empleados si en lugar de destinar parte de sus sueldos a la sanidad pública, hubieran contratado seguros médicos privados.

Lo sucedido en aquella empresa francesa demuestra que lo que está en crisis en nuestras democracias europeas no es el “Estado del Bienestar” sino el Estado mismo, al menos en su concepción actual, como ente supremo, autoritario, aislado de la sociedad, majestuoso, cargado de poder y alejado de un ciudadano que, a pesar del ser el rey de la democracia, ha sido marginado y aplastado.

El Estado, según declaró a la prensa uno de los empleados franceses de la mencionada empresa, “es como un hijo que no sólo no te ayuda sino que te maltrata y te oprime”.

Pero la verdad es todavía más dura: el Estado es una máquina ineficiente y cruel que aplasta a los mismos ciudadanos que la crearon, que ha fracasado en todas sus misiones y que incumple vergonzosamente sus compromisos.

A pesar de los enormes recursos que la ciudadanía ha puesto en manos del Estado (fondos públicos casi ilimitados, garantizados mediante el cobro de impuestos, gran capacidad de endeudamiento, monopolio de las armas, servicios de seguridad, tecnologías, información, ejército, legiones de funcionarios y de empleados, etc.) ese ente superior ha fracasado en todas sus tareas y no sólo no ha sido capaz de eliminar la injusticia, la desigualdad, la pobreza, la incultura y otras grandes lacras que azotan a la Humanidad, sino que ha optado por el uso del engaño y de la fuerza, por dominar y ni siquiera ha podido garantizar la seguridad diaria de los ciudadanos, ni de ofrecerles esperanzas de cara al futuro. Demasiadas veces, ese Estado, que sólo se muestra eficaz a la hora de recaudar, se ha revuelto contra el ciudadano, aplastándolo y asesinándolo, como quedó científicamente demostrado a lo largo del terrible siglo XX.

En manos de políticos ineptos y muchas veces corruptos, el Estado moderno es un monumento a la ineficacia y a la injusticia que reclama a gritos reformas urgentes y drásticas.

Para muchos ciudadanos conscientes y libres, el Estado, injusto, voraz recaudador, ineficiente, egoísta, rencoroso, arbitrario y violento, es ya su peor pesadilla y empieza a ser visto también como el peor enemigo.



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