Revista Cultura y Ocio

El extranjero, Albert Camus

Publicado el 18 mayo 2016 por Jordi_diez @iamxa

El extranjero, Albert CamusHe sufrido mucho con esta novela porque me costó entrar en ella, y no porque las letras del premio Nobel sean complejas, o aburridas, nada de eso, pero me ocurrió algo extraño, algo tan surrealista que afectó a mi relación con la historia y que por ese motivo me veo obligado a contar. 
Hace unos meses leí una novela acerca de un empleado de telégrafos en una ciudad árabe, un hombre que parecía pasar por la vida sin comprender lo que ocurría a su alrededor, un zombi social al que se le muere la madre en las primeras páginas, y a quien entierra sin más preocupación que si hacía o no calor, o si tenía o no para fumar un cigarrillo. Fue tanta la similitud entre esta novela a la que estoy haciendo mención y El extranjero que tuve que acercarme a San Google para ver si lo que yo estaba leyendo bajo la autoría de Albert Camus era en realidad su novela, o la editorial de turno había cometido el error de imprimir una con las tapas de otra. Cuando comprendí que todo lo que pasaba, los personajes iniciales, el trasfondo, el ambiente, las sensaciones, e incluso la forma de escribir, eran una copia de esta novela, el sentimiento de extrañeza dio paso a otro de frustración y rabia producto de mi ignorancia lectora, pues si hubiera leído El extranjero cuando tocaba, la vergüenza la habría pasado con la novela del telegrafista, y no con la del premio Nobel.
Y esta sensación de saberme engañado me duró por más páginas de las que la anécdota, por no llamarlo plagio, merecían.
Por fortuna, y a diferencia de la otra novela de la que no hablaré más, la historia de Meursault, el protagonista principal, se torna suficientemente atractiva como para centrarse en ella.
El extranjero toma su título por dos motivos, porque la historia le sucede a un extranjero, un francés en Argel, y porque el señor Meursault es en realidad un extranjero en todos los aspectos de su entorno. Empieza la novela, como decía, con la noticia del fallecimiento de la madre del protagonista y la obligación de éste de acudir a su entierro en el asilo al que la había llevado unos años atrás. El joven, autista a su entorno, apenas muestra señales de tristeza por la muerte de su madre, pues sus preocupaciones son mucho más prosaicas. A él le preocupa si tiene calor, estar cansado, dormir, comer, fumar, estas necesidades más básicas y en las que encuentra la verdadera causa de vida.
Con sus relaciones personales no es muy diferente, algunos amigos, extraños todos, una novia con la que tiene sexo sin más emoción que el deseo físico, y un trabajo sin ambición ni futuro que le permite sobrevivir. Esa es la vida de Meursault, un tipo anodino, carente de empatía, indiferente al entorno, incapaz de mantener atención sobre nada que no sea lo que esté pensando en ese preciso momento, y que casi siempre es cómo satisfacer la necesidad inmediata que tiene.
Meursault vive su mundo sin mayores complicaciones hasta que, y como él mismo reconoce ante el jurado, comete un asesinato “por casualidad”, y es cierto, mata a otra persona por casualidad, porque se dan los componentes absurdos necesarios para que el pobre desgraciado cargue en su bolsillo un revólver que dispara contra otro hombre al verse cegado por el sol. Ese acto, que el protagonista realiza con la mayor de las normalidades, como cualquier otra acción de su vida, desemboca en un juicio ante un jurado popular.
Esa es la parte que más me ha gustado de la novela, y no porque sea un entusiasta de los juicios, sino porque el fiscal que lo acusa utiliza un argumento extraordinario contra Meursault, un argumento que el acusado no puede negar y ante el que no tiene defensa alguna, pues el acusador carga todas sus tintas contra él por no ser humano. Es decir, el miedo que genera el protagonista en los demás, y su culpa final, no es por haber quitado la vida a otro hombre, sino por ser diferente, por no sentir empatía, por no defenderse, por no ser como los demás, por carecer de la hipocresía necesaria para vivir en sociedad. Y ahí, el bisturí del señor Camus disfrazado de pluma, o de máquina de escribir, disecciona la culpa, nos presenta ante un esperpento de persona que comprende que todo lo que pasa en la vida carece de la mayor de las importancias, que ahonda en el absurdo de nuestra existencia, mientras que el resto, la humanidad, la sociedad, cree que todos somos súper importantes, que nuestras vidas son únicas, y que por eso un hombre no puede enterrar a su madre sin derramar una lágrima.
El protagonista de la novela actúa con una actitud de absoluta indiferencia ante cualquier vicisitud humana. No le importa la muerte de su madre porque es normal que se muera una madre si ya es mayor, no le importan los problemas de su amigo porque él se los ha buscado, no le importa el afecto de su novia María, ni sus planes de futuro, porque él le ha dejado muy claro desde el primer momento que no está interesado en ellos, no le importa nada, ni siquiera es capaz de seguir con interés el juicio que lo va a condenar a muerte. Nada, ni la celda, ni el pabellón que ocupa antes de ser ajusticiado, nada cala en la moral de Meursault más allá de los reproches que se hace a sí mismo por no haber estado más informado en técnicas de ajusticiamientos.
Es maravillosa la conversación que tiene con el cura pocos días antes de su ejecución. Ni siquiera el párroco es capaz de comprender el absoluto desinterés del condenado. Me gustaría reproducir un fragmento breve de la conversación narrada por el propio condenado y que dice así: “Según él (el capellán), la justicia de los hombres no significaba nada y la justicia de Dios, todo. Le hice notar que era la primera la que me había condenado. Me contestó que, mientras tanto, esa justicia no había lavado mi pecado. Le dije que no sabía qué era un pecado. Se me había hecho saber, solamente, que era culpable.”. Me hizo mucha gracia otro momento de esta conversación en la que el capellán inquiere al acusado y le pregunta por qué lo llama “señor”, y no “padre”, como todo el mundo, y la respuesta de Meursault no puede ser más contundente y sencilla, “porque usted no es mi padre”. 
Y es quizá con esta pequeña anécdota que podemos conocer la personalidad del protagonista, sincero, ausente, desposeído de la más mínima hipocresía, pero que se revela como un ser lúcido capaz de comprender cosas tan profundas como que “el perro de su vecino valía tanto como su mujer” sin mayores esfuerzos, sin aspavientos, sin emoción ni egoísmo. Un tipo que pasa de generar indiferencia a ser acreedor del cariño del lector a medida que van pasando las páginas aún a sabiendas de que a él no le importa un pimiento, y de que si la casualidad hubiera sido otra, habría conversado, besado, o disparado, sin mayor emoción, contra cualquiera de nosotros.
El extranjero, Albert CamusResumen del libro (editorial)
El extranjero, novela con cuya publicación Albert Camus (1913-1960) saltó a la fama en 1942, tiene como referencia omnipresente a Meursault, su protagonista, a quien una serie de circunstancias conduce a cometer un crimen aparentemente inmotivado. El desenlace de su proceso judicial no tendrá más sentido que su vida, corroída por la cotidianidad y gobernada por fuerzas anónimas que, al despojar a los hombres de la condición de sujetos autónomos, los eximen también de responsabilidad y de culpa.

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