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El extraordinario viaje de Benjamín de Tudela

Por Manu Perez @revistadehisto

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El extraordinario viaje de Benjamín de Tudelan el año 1171 parte desde Tudela hacia su extraordinario viaje por tierras europeas y asiáticas el judío navarro Benjamín de Tudela. Benja-mín ben Zona, que era su verdadero nombre, rabino, políglota (dominaba el hebreo, el latín, el griego, el árabe y el romance), experto en telas, gemas, especias y perfumes, inició un periplo hacia Oriente que guardaba una doble intención; por un lado, establecer nexos con los diferentes grupos de judíos dispersos por Europa y Asia y, por otro, obtener recursos para los gastos de tan costoso viaje.

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Según su relato, pudo haber llegado hasta China en constante observación de la situación de sus hermanos de religión, las relaciones entre los pueblos del mundo occidental cristiano y el oriental islámico y la descripción y situación de los centros comerciales más relevantes, así como las rutas que los unían y las que podrían unirlos en el futuro. Podría considerarse que el objetivo de sus anotaciones era la construcción de un informe puramente comercial pero, en realidad, se trataba de un ambicioso producto cultural y literario del que formaron parte la crónica, la geografía, el ensayo costumbrista la etnografía y la sociología.

Benjamín recogió sus notas de viaje en un relato que tituló en hebreo Sefer Masaot, literalmente Libro de viajes.  Esta obra tardó cuatrocientos años en ser editada por primera vez, incompleta y olvidada, y nunca el testimonio que legó fue tomado como veraz. Hoy sabemos que fechas, datos sobre el estado de construcciones, gobernantes y conflictos concuerdan con la realidad histórica pero Benjamín de Tudela sigue siendo un gran desconocido.

El extraordinario viaje de Benjamín de Tudela

El viaje de Benjamín de Tudela, iniciado desde su tierra natal pasa por Tudela, Zaragoza, Tortosa, Tarragona, Barcelona y Gerona, para salir después de la península y dirigirse a territorio francés, llegando a Montpellier y desde allí a las repúblicas italianas, haciendo una detallada descripción de sus visitas a Génova, Roma, Nápoles, Amalfi y  Pisa. Para hacernos una idea la descripción de esta última ciudad es la siguiente:

«Pisa – De Génova a Pisa hay dos jornadas. Es una ciudad muy grande y en ella existen unas diez mil torres en sus casas para luchar en tiempos de discordias; todos sus hombres son valientes; ni hay rey ni hay príncipe que los gobierne, sino tan solo cónsules que ellos mismos nombran. En ella viven unos veinte judíos cuyos jefes son (…). No está circundada por muralla alguna y se encuentra a seis millas del mar, entran y salen de ella en embarcaciones por el rio que atraviesa la ciudad».

Posteriormente visitará Antioquia, y la describirá con todo lujo de detalles; desde Beirut pasará a Tierra Santa (San Juan de Acre, Haifa, Cesarea, Tiberias) y a Jerusalén para después poner rumbo a Bagdad y después a Babel, continuando  por tierras persas, la India y Egipto, y desembocar en una magistral descripción de Alejandría. Tras pasar por India, Tíbet y China, volverá a Egipto y pasará por Sicilia e Italia de hasta llegar a  Paris, terminando su relato en Castilla. Cerrará el texto con diferentes narraciones de Bohemia, Croacia, Rusia y Francia.

Babilonia

Gracias a sus magníficas descripciones se pudo conocer el lugar exacto de la antigua Babilonia, ciudad de la que  que tras ser destruida en los siglos VII y VIII se  había perdido el rastro de  su ubicación hasta el punto de que se llegó a situar en Bagdad cuando Benjamín de Tudela ya la había situado correctamente en las colinas artificiales, o tttlúl, que rodean a la actual población de Hilla,

Lo novedoso: Viajero y explorador

En los tiempos de Benjamín de Tudela – principios de la Alta Edad Media – apenas había exploradores: los musulmanes eran dueños de la mayor parte del mundo conocido, pero limitaban sus viajes a los estrictamente comerciales. Extendían sus caravanas hasta el lejano oriente con un objetivo puramente mercantil, y sus relatos eran un compendio de exóticas fantasías destinadas a ensalzar los valores de sus mercaderías. Estas historias dieron lugar a la literatura arábiga de cuentos pero, a pesar de su valor literario, no pasaban de ser relatos de ficción. Los cristianos occidentales, por otro lado, estaban ocupados en contener el impulso conquistador del Islam y contaban aún con menos medios científicos o de comunicación para reunir datos acerca de los territorios más allá del norte mediterráneo, y los orientales. Bizancio, por último, jamás mostró otro interés que no fuera en su propio territorio y  en el Norte de Europa acababan de establecerse las primeras archidiócesis en los reinos escandinavos, y pueblos como el lapón o el lituano aún eran paganos en su mayoría. En el siglo XII lo último que se sabía del mundo había sido recogido por el Imperio romano, desaparecido cientos de años atrás y a nadie parecía interesarle emprender expediciones o embajadas por latitudes ignotas. Para los judíos, sin embargo, saber sobre el destino de los hebreos repartidos por la tierra constituía casi un deber, tal vez la única forma de conservar algo parecido a un espíritu nacional

Es en ese contexto dónde surge la insólita figura de Benjamín de Tudela, el cual relata su viaje a las grandes orbes de su tiempo haciendo una clara selección; analizará el número de días de marcha de una comunidad judía a otra, el gobierno local ciudadano, las riquezas naturales, principales actividades mercantiles y comerciales, la seguridad de los caminos y vías marítimas, la orografía, introduciendo en ocasiones leyendas y tradiciones orales., ofreciendo así al lector visiones diversas (religiosa, comercial, geográfica, política y antropológica de los mundos que va recorriendo.

Su Libro de Viajes (Sefer Masaot) conoció diversas ediciones a partir de la primera en Constantinopla, en 1543, apareciendo en 1575, la edición latina realizada por Benito Arias Montano, en Ámsterdam y en 1583 otra versión latina posterior, seguida en 1666, de una holandesa y otra en yidish. También existen diversas versiones traducidas al castellano.

Autor: Ignacio del Pozo Gutiérrez para revistadehistoria.es

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