Revista En Femenino

El fin es el principio

Por Expatxcojones

El fin es el principio

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Cuando hace un año empecé con este blog no fue por casualidad ni por inspiración divina; tenía muy claro porqué lo hacía. Lejos de la familia, los amigos, sin trabajo y más sola que la una en una ciudad que no es la mía, deseaba escribir que —como follar, jugar con mis hijos y emborracharme junto al Kalvo— es una de las cosas con las que más disfruto y la única que me podía salvar de no volverme loca en esta nueva faceta de mujer, madre, cuidadora, cocinera y chófer.
Me propuse hacerlo, cada día, durante doce meses. Encontrar algo apasionante, curioso o simplemente entretenido de lo que hablar cada 24 horas no es fácil. Al menos para mí no lo ha sido. He escrito prácticamente de todo. De mi vida en Tánger, la mayor parte de las veces. He hablado sobre los lugares que he visitado y sobre la gente que me he ido encontrando —chicas jóvenes y mujeres viejas, activistas, comerciantes, artistas, periodistas, músicos, taxistas, buscavidas, emigrantes, inmigrantes, empresarios y personas de la tercera edad— pero también he contado cosas de mi vida a secas, hechos que afectan a mi marido o anécdotas sobre mis hijos. Durante estos meses no sólo he escrito sobre aquello que me ha sucedido en Marruecos, también sobre la vida que dejé atrás.
He contado mi experiencia como becaria en una televisión, los enfados con mi madre y las reconciliaciones con una de mis hermanas. He descrito mi vida universitaria en Barcelona, la infancia en un pueblo del Maresme y la historia de amor de mis padres. He puesto en palabras la experiencia de compartir piso con amigas, el trauma de romper con un ex al que quise mucho y los cuernos que le puse a otro al que no quise tanto. He explicado la primera vez que me acosté con mi marido, el parto en casa de La Peque y las meadas furtivas que hice en todos los rincones del piso para acabar con los mordiscos de Terremoto. He narrado en primera persona la borrachera que cogí en su cuarto cumpleaños, alguna que otra fiesta loca con los amigos, un par de escapadas sola a Barcelona y más de una resaca.
En todo este tiempo me he sentado frente al ordenador estando alegre pero también cuando estaba triste. He explicado mis angustias, mis inseguridades y mis miedos. He hablado de mis sueños, mis objetivos y mis retos. He escrito prácticamente de todo. Es hora de descansar.
Hace algún tiempo leí El fin es el principio, del periodista y escritor Tiziano Terzani, que me gustó mucho. Tiziano se muere. Sabe que le queda poco tiempo. Sereno ante lo que le espera pero ya cansado para escribir decide embarcarse en un último proyecto y para ello necesita de la colaboración de su hijo, a quien escribe el siguiente telegrama:
   ¿Y si nos sentáramos juntos una hora todos los días, y tú me preguntases cosas que siempre has querido preguntarme y yo hablara sin trabas de todo lo que me parece importante, desde la historia de la familia hasta la del gran viaje de la vida?
Puede parecer idiota, teniendo en cuenta mi edad, pero esto es algo que siempre he querido hacer. Lo que no tengo tan claro es que mi padre se preste al experimento. Desde que era muy pequeña, he soñado con ser escritora pero hay un inconveniente —y no es uno cualquiera—. Mi gran problema es que no tengo imaginación. A mis neuronas les es imposible inventar nada. Mi mente no es tan prolífica. La novela queda descartada. Yo soy más del psicoanálisis. Hablar de mí misma, de mis cosas, mis experiencias, mi familia, mis amigos. Hablar de lo que siento, de lo que me gusta, de lo que me repele… Tú siempre comiéndote la cabeza, dice uno de mis amigos que más sufre mis delirios. Será que soy egocéntrica, egoísta y con tendencia exhibicionista —es cierto en todos y cada uno de los ejemplos citados— pero no creo que sólo sea eso. Escribir sobre uno mismo es ambivalente y contradictorio. Por un lado siento pudor, por el otro un gran desahogo.
Sentarme delante del ordenador y ponerme a escribir me atormenta y me satisface a partes iguales. Me inquieta no saber como empezar, no poder mantener el ritmo, y, sobretodo, no dar con un buen final. Siempre me han costado los finales… son mi talón de Aquiles. Por otro lado, la dicha de crear algo de la nada, de encontrar el modo sencillo de explicar lo complicado, hallar el adjetivo adecuado para cada ocasión… es un gozo inexplicable. Escribir es luchar contra mí misma. Difícil salir airosa. Rara vez lo consigo pero cuando lo hago, siento que, por un momento, soy feliz.
Cuando vas a cualquier taller de escritura, da igual quien lo imparta, siempre sale a relucir el mismo tema, la misma recomendación. Puede ser en la primera clase, la segunda, la tercera o en la pausa del café, pero irremediablemente hay algún momento en que el profesor suelta el mismo rollo. Hay que escribir sobre aquello que uno conoce, lo que nos es próximo. Sí, vale, de acuerdo, lo pillo. Entonces intento, en vano, pensar qué conozco mejor e inmediatamente me deprimo porque, rápidamente, llego a la conclusión de que no sé una puta mierda. Paso palabra. ¿Qué te interesaría conocer? Algo que te motive lo suficiente como para embarcarte en un trabajo que te puede llevar meses, incluso años. Algo que te fascine tanto como para dedicarle la mayor parte de tu tiempo, un día tras otro, sin perder el interés. 
Me interesa la vida; quizás por eso le temo a la muerte.
Siempre he sentido fascinación por los asuntos personales, las historias cotidianas, la gente anónima. Siempre me ha interesado la familia; ya sea la mía o la del vecino. La familia como institución social y como metáfora de lo que acontece en el mundo. La familia, de puertas adentro. Ese grupo de gente que no escoges, que te toca como en una especie de lotería divina y con la que estás condenado a pasar el resto de tu vida.
Es por este motivo que he pensasdo —ya hace tiempo que la idea me rondaba la cabeza pero tomar la decisión no ha sido sencillo —escribir sobre la mía. 
Mi familia no es extraordinaria. No hay casos de suicidio, asesinato, maltrato ni drama freudiano por ningún lado. Nadie ha muerto de sobredosis, ni ha sido adicto al sexo, no hay casos de bulimia ni hijos desaparecidos, abandonados o bastardos. Simplemente es una familia como cualquier otra. Entonces ¿podríamos decir que es una familia normal? Sí y no. Antes de contestar a esa pregunta, deberíamos concretar qué entendemos por normal. Pido el comodín del público. Cada familia es distinta y cada una lo es por una razón. Una cosa sí tengo clara, todas las familias están formadas por personas. Gente que siente, que sufre, que goza. Gente que lucha por sus sueños o que llora por alguna de sus pérdidas. Gente feliz, atormentada, enferma, paciente, desobediente, revolucionaria, adelantada a su tiempo o anclada en el pasado. Gente corriente con vidas que no lo son.
¿Significa esto que dejaré de escribir el blog? No. No lo haré. Continuaré contando mi vida de expatriada para quien desee leerla, como hasta ahora, con una única diferencia. No voy a estar pendiente del tiempo. Me da igual si son 24 horas, 48 o 72. Cuando tenga algo que contar, lo haré. Si, por el contrario, no lo hay me limitaré a callar, que según dice el Kalvo, a mi edad es algo que ya debería saber hacer.
El fin es el principio.

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