Revista Opinión

El Genio frente al Monstruo

Publicado el 29 agosto 2019 por Carlosgu82

Dijo Avincena, en el “El Medico” (2013): “Cuál simple y tedioso sería este mundo sin misterios”. Siendo una máxima tan verdadera, sin embargo, hay que preguntar: ¿por qué tipo de misterios valdría la pena vivir?

El mundo es tan grande, que aun con nuestra civilización imponiendo leyes y medidas, no hemos podido describir algunos lugares (como las profundidades más bajas del océano), ni la ciencia ha podido desmentir o explicar multitud de fenómenos, tan únicos por estar sobre las leyes naturales, o sobre las aun pocas leyes que las Academias han lograron descifrar a lo largo del tiempo.

Afirmar que hay misterios que la ciencia nunca podrá explicar es ufanarse en la ignorancia: hay claras tendencias, entre los científicos, de continuar investigaciones ajenas, o hipótesis de científicos del pasado, tanto para, por fin, refutarlas o aceptarlas. Una hipótesis con “larga cola” es más considerable de atención que cualquier sombra en un pasillo o la desaparición de un barco en el Triángulo de las Bermudas. Además, el capitalismo es otro de los titiriteros que guían hacia dónde hay que buscar, investigar y descubrir, en pos de la producción para el mercado de consumo.

Pero la eterna investigación científica enfocada en hipótesis y teorías, no pretende anquilosar el avance humano. Para crear la maquina en la que lees este artículo, hubieron una cantidad enorme de científicos, y otra masa incontable de años necesarios para experimentar, reorganizar, medir, calcular, fallar, refutar, acertar y reinventar, para simplemente reafirmar o desechar hipótesis. Pero cuando con el método científico se confirman las teorías, la creación de nuevas tecnologías es posible. Los científicos no estudian una sola teoría, estudian cientos.

Desde ese punto de vista, el interés por los Misterios Sobrenaturales queda legado en los entusiastas, los seudocientíficos y los creadores de mitos.

¡Hay gran cantidad de misterios es este mundo! Esto es irrefutable. Pero creo que algunos no son demasiado importantes como para separarlos del mero entretenimiento o el mito desafiante.

El caso de Jack el Destripador es uno de estos. ¿Cuántos beneficios economicos habrán obtenido los editores, los guías de turistas, los museos, los fabricantes de cualquier mercancía, las productoras de cine y televisión, los desarrolladores de videojuegos, los músicos y la publicidad de la muerte de aquellas cinco mujeres? Ellas tuvieron que vender su cuerpo para sobrevivir su tiempo, pero murieron para hacer ricos (sin saberlo) a futuros aprovechados. La importancia del misterio de quién fue Jack el Destripador se mide por la cantidad de entusiastas en el tema. Los riperólogos son eruditos en los asesinatos de Whitechapel (como se les conocen): buscan pistas, descubren (casualmente) nuevas evidencias, especulan o crean hipótesis sobre cualquier móvil o propósito o rostro del asesino, escriben libros argumentando sus conjeturas, etc.

No es que no sea interesante el tema (puede tener su medida de misterio qué atrapa la atención general), pero cuando la enajenación se acepta como profesión, es un problema. He escuchado, leído y visto tanto  sobre Jack el Destripador, que lo único que concluyo es que nunca sabremos quien fue porque, simplemente, no conviene, es innecesario; eso dejo de importar hace mucho tiempo.

Tampoco se puede decir que las investigaciones de aquella época sirvan como ejemplos de actuación para la criminología moderna: casos como “la familia de Manson” o Dennis Rader (asesino BTK) son mucho más provechosos e interesantes, desde una perspectiva científica, que Jack el Destripador. Incluso el Asesino del Zodiaco tiene más elementos potenciales (motivos, época, modo de operar…) para futuro, siendo un caso todavía abierto.

Conocemos a Jack el Destripador gracias a los medios de comunicación (mas amarillistas y estorbosos que informativos), los de finales del SXIX y los más actuales: no falta el año en el que se diga en los medio que ahora sí, definitivamente, ya se descubrió la identidad del asesino de Whitechapel. Inmediatamente las hordas de entusiastas van y adquieren cualquier mercancía que los convierta, al menos por unos instantes, en ese criminólogo, policía o investigador que hizo falta, no para resolver el caso ahora, sino en esos años; no faltara quien pretenda desmentir la hipótesis del FBI o finiquitar el misterio.

Que tan cercano esta Londres de Uruguay que uno de los riperólogos más importantes es Gabriel Pombo, un uruguayo. Parece que los misterios del hombre unen más que los misterios del Señor. Sin embargo, al cuestionamiento que se le hizo a Pombo de qué si es posible, actualmente,  resolver el caso y saber la identidad del asesino, este respondió (paráfrasis): “Qué solo en la ficción se podría dar rostro a Jack el Destripador”. Cuando un experto concluye esto, el misterio es más misterioso, sí, pero, ¿qué hay más por investigar si solo en la ficción (fuera de la realidad) se puede zanjar el misterio?

 
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El caso continúa atrapando a muchos curiosos, y lo seguirá haciendo hasta que Inglaterra sea borrada de la tierra junto con sus hijos. Pero Inglaterra no solo es Jack, ni EUA es solo Manson, y si desaparecen, quizá también se olviden otras cosas, valiosas, como Charles Dickens  y  Charles Bukowski, respectivamente.

Este último es una antítesis del misterio mórbido o sobrenatural.

El “viejo indecente” sufrió la crueldad de la especie humana y lucho contra la vida misma, que tanto es más real es más dura. Mientras que otros buscan el misterio como posibilidad para escapar de la vida real, Bukowski se enfrentó a ella sin autocompasión y envuelto en excesos. El alcohol pudo ser un placebo, pero nunca logró salvarlo de su realidad (la resaca siempre le gritaba que estaba vivo). Su alter ego, Henry Chinaski exploro las alcantarillas, el hambre, la depresión , el desprecio y el rechazo,  los prostíbulos y los bares, y logro más que cualquier buscador de Pie Grande: retratar una época sin adornos, mostrar la realidad de un
“sueño” que no fue real, “solo un chiste”, y descubrir (creando también su propio mito) otros misterios, no en Roswell, sino detrás de la mirada triste de una prostituta, en una banqueta , en una esquina, hambriento y oculto en una biblioteca pública, en un frio banco, trabajando doce horas en una fábrica de bicicletas, o apostando en el hipódromo: el misterio que para el ojo perspicaz e imaginativo  no es más que vida. Bukowski describió sus descubrimientos en sus poemas, en sus cuentos, novelas y ensayos. Cuando les su literatura, tu realidad, la realidad, incluso, otras realidades, son tangibles. La duda es: ¿seremos capaz de moldearlas algún día?

Y también no hay que olvidar los nombres de quienes sufrieron la injusta pena de morir en unos sucios, oscuros y pequeños lugares del vientre de Londres: Mary Ann Nichols, Annie Chapman, Elizabeth Stride, Catherine Eddowes y  Mary Jane Kelly.

Bukowsky y las Asesinadas compartieron el desprecio de su sociedad, el ostracismo a los lugares vergonzosos que las metrópolis más poderosas no quieren reconocer como tragedias inevitables en su búsqueda de desarrollo; la ultramarina expansión, también. Fueron vulnerables a cualquier intemperie por ser simples hojas desprendidas de las ramas del árbol de los dogmas inalterados. El pequeño Bukowsky tuvo que pagar, injustamente, por los rencores guardados del padre y observar la inacción de su temerosa madre cuando aquel lo golpeaba con furia. Desde Mary Ann Nichols a Jane Kelly, no es difícil adivinar que las vidas de las Asesinadas fueron tan o más terriblemente desafortunadas que sus muertes. La pobreza, la violencia, el hambre, los complejos de inferioridad, melancolía perpetua, perversiones, adicciones, frio, falta de amor, olvido… Las civilizaciones, las sociedades humanas son quienes crean a sus monstruos, pero también a las víctimas de estos. Afortunadamente el niño se convirtió en poeta y las mujeres en víctimas: otros tuvieron que convertirse en monstruos o victimarios.

Bukowsky hizo su observación sobre lo subliminal que es la sociedad, como esta admira, sin admitirlo, a quienes desafiaban la autoridad establecida, a quienes hacen con el mundo lo que quieren. Sobre todo, porque Ellos hicieron lo que siempre ha deseado hacer en secreto el “hombre civilizado” (el preservador de las leyes que nos impiden convertirnos en animales), y a Ellos, convertidos en animales, les admiramos envidiándolos, porque somos incapaces de hacer lo que está prohibido. No somos nada, aun con todas nuestras torres de autoridad.

 

 

El vulgo continuara indagando en misterios sin respuesta (y si la tienen, ¿qué tanto valor tendrán para el avance humano), e ignoraran a los millones que sufren por la mala fortuna de no pertenecer a un lugar  o clase social afortunado y carecer de lo necesario para no ser ignorando por un efímero entretenimiento sin respuesta.

José Ávila


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