Revista Maternidad

El Gran Dictador

Por Karusa @karusa

Desde que nos casamos, en casa se han instaurado varios regímenes políticos. Al principio reinaba la anarquía. Rompimos con todas las normas establecidas en nuestros anteriores regímenes y vivimos en el paraíso. No había reglas. Cuando teníamos hambre, comíamos. Cuando teníamos sueño, dormíamos. Entrábamos y salíamos de casa  siempre que nos apetecía. La improvisación era nuestra forma de vida.

Cuando nació R las cosas cambiaron. Se instauró una monarquía constitucional, donde El Rey de la Casa pasó a tener bastante poder. Nos adaptamos a unas normas y a un horario. Dormíamos cuando podíamos, comíamos cualquier cosa y empezamos a depender de otros estamentos para salir a realizar actividades tales como ir al cine o a cenar fuera de la casa. Pero éramos felices y nos adaptábamos a las normas con gusto.

C llegó discretamente y poco a poco se ha hecho con el poder. Con sólo 3 meses y medio nos tiene viviendo bajo su dictadura. No entiende de normas ni de leyes y abusa del poder que se le ha otorgado. Sabe que es el segundo y que no contamos ni con el tiempo ni con las ganas que le dedicamos a su predecesor.

Le puede el hambre. Come 180ml de mi teta exprimida cada 180 minutos. O sea, que me obliga a producir 1ml al minuto. ¡Un estrés! Yo no doy abasto. Dependo de una máquina infernal que me saca leche a todas horas y en cualquier lugar: en casa, en casa de la suegra, en casa de los amigos, en el trabajo, en el coche, en restaurantes, en aeropuertos, en centros comerciales, en el zoo…Y es que el nene es como reloj suizo. Lo ves en la hamaquita tranquilo, dormidito, regalando sonrisas en sus sueños y de repente le cambia la cara, se pone verde, azul y morado y chilla. Porque mi hijo no grita, él chilla como un poseso hasta que consigue lo que quiere.

A su padre le tiene manía. No hay día que no le vomite encima. Y si le da el biberón no le deja estar pendiente de otra cosa, hasta el punto que si ve la tele el pequeño dictador le mira fíjamente a los ojos y murmura: “¡eh!”. Descansar es misión imposible. Si al pobre hombre le da por hacer la siesta, o por sentarse a ver una de sus series favoritas entonces la criatura llora desconsoladamente hasta que su padre le columpia en la hamaca. No puede ser su madre, ni la abuela. C necesita atención diaria de papá.

La noche es su momento. A la 1.30 sabe que hay Happy Hour. Come rápido y se queda dormido, y, aunque aguanta el tipo unas horas, vuelve a despertarse a eso de las 5 a tomarse un chupito. Y yo me he rendido. Sé que debería ponerme dura, enchufarle el chupete y ponerme unos tapones, dejarle llorar. Pero cuando me acuerdo que al día siguiente me toca madrugar, entonces lo amorro a la teta y le dejo hacer mientras que yo rasco algo más de sueño. Y cuando lo voy a meter en la cuna me vuelve a regalar una de sus sonrisitas así que me acuerdo del Sr. González y pienso que le hará mucho bien quedarse conmigo en la cama. Pero a la mañana siguiente mis cervicales maldicen el puñetero colecho y la madre que lo parió.

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