Revista Cultura y Ocio

El grito.

Publicado el 17 mayo 2011 por Zeuxis
EL GRITO.
Ilustración de Fabio Vargas a mi libro "Mitomanía"
« Escuchó el grito.
La voz venía de la orilla del río. Se abrazó con todas sus fuerzas a la roca saliente. Le costó trabajo aferrarse, apenas había logrado recuperarse del golpe en la cabeza. Tenía las piernas fracturadas y un hilo de sangre resbalaba por su frente dividiéndose en dos ramificaciones en el resto del rostro; el golpeteo del agua en su espalda lo hacia morderse los labios y la lengua, pero ahora no estaba para dolores o quejas. La mano derecha resbaló; la corriente intentó sacarlo y arrojarlo aguas abajo pero un intento último por salvar su vida lo aferró descomunalmente a la roca resbalosa.
Apretó el rostro contra la piedra, apretó los ojos; los brazos sufrían mutilaciones y temblores intuyendo la tragedia mas él sólo podía pensar en una palabra que dejó escapar con todo el desespero:
“-¡AUXILIO!”
No entendía lo que había pasado, ¿por qué estaba allí, por qué en esa situación?, todo era borroso, la cabeza le dolía, sus piernas no le respondían, sabía que era de noche pero ¿a qué horas, en que momento había pasado aquello?»
« Bajaron por la pendiente para verlo mejor, Artemio, bajaba detrás de Cristobal contando los pasos mientras observaba estupefacto el gran poder del río que aguas abajo parecía amenazarlo todo. Cristóbal lo forzó a seguir, tenían que llegar hasta el lugar de siempre; les era necesario. Las piedras y la oscuridad hacían difícil el descenso, apenas si podían caminar. Pronto advirtieron lo que había quedado de la playa.
Cristóbal era un hombre fuerte, silencioso y un tanto perezoso; Artemio tenía un rostro optimista, no sabía nadar y tampoco le importaba pero lo que unía a estos dos campesinos era su amor por la aventura, el riesgo y esa feroz mujer que tenía en el rostro una constelación de lunares ingobernables.
Cristóbal desenvainó el cuchillo escondiéndolo en la parte trasera de su pantalón mientras animaba a su compañero con frases de bienvenida. Artemio corrió por la orilla espantando luciérnagas y arrojando palos a la corriente. Estaba feliz de volver, sentía que todo hombre indudablemente desea ser siempre lo mismo, que a pesar de lo que intente el destino, el espíritu del hombre busca siempre el camino de regreso porque quizá está en su esencia, porque a lo mejor en el origen, es donde se hallan todas las respuestas. Cristóbal bajó por el camino hasta llegar al desfiladero donde llamó a su acompañante ofreciéndole que se sentara a su lado. Allí, desde el borde del abismo, el río ofrecía su mejor panorama. Desde aquel saliente rocoso el valle entero parecía adolecer de venganza. El río era una vena hinchada de pavor y furia. Cristóbal acarició el mango del cuchillo y se acercó casi hasta rozar el cuerpo distraído de Artemio.
- ¡Mireee el pájaro tijereta! ; es el ave más hermosa que he visto; ¡Allá va!, vea su larga cola – Exclamó levantando los brazos y sacudiendo la ruana mientras buscaba con sus ojos aturdidos la gran sombra voladora.
- ¿Cuál pájaro?, ahora no me queda ninguna duda de que el estudio en esa ciudad lo cambio por completo, ya hasta delira, dizque pajarracos tijeretas, allá no hay nada, quizá lo que vio fue un murciélago – respondió Cristóbal con sarcasmo sacando el cuchillo lentamente.
- No diga que no lo vio, le paso casi por encima, acaso está ciego – Contestó Artemio señalándole el vacío donde sólo retumbaba el doloroso tronar del río.
- ¿Ver qué? Un pájaro... ¡Artemio! Reaccione, no vinimos hasta acá sólo para ver lechuzas y murciélagos. ¡Que pájaros ni que nada! ; más bien cuénteme, ¿en dónde fue: en el viejo trapiche del abuelo o en el establo?, vamos dígame, yo sé que fue capaz, esa mujer se moría de las ganas de estar con usted – aseveró quitándose el sombrero y jugando con el cuchillo entre sus manos como si intentara dominar a un animal en celo.
- Pa’ serle sincero si estuve con ella, pero no fue ni en el trapiche ni en el establo; fue en la casa de los viejos. Usted tenía razón... Jamás olvidaré esa noche, esa mujer es mágica - Le respondió dándole la espalda y adelantándose unos pasos a la orilla del desfiladero para ver como caía el sombrero – Creo – afirmó dándose vuelta – que me estoy enamorando.
El rostro de Cristóbal se tornó primitivo e insolente; el cuchillo intentó acabar de una vez con la ofensa, más sólo logró rasgar el aire furiosamente. Artemio cayó rodando sobre la piedra, los lances iban y venían buscando la sangre pero un mal movimiento hizo que tanto el verdugo como la victima fueran a dar al fondo del abismo.
Una silueta que caía alcanzó a aferrarse a una rama; la otra se perdió en el centro del río. »
« Una voz retumbó desde la orilla pasando por encima de la poderosa avalancha de lodo y troncos desgarrados.
La roca quedó libre. Un pedazo de piel sangriento se desprendía poco a poco.
La risa aturdió el valle invadiéndolo con un eco maligno y azaroso.
Se escuchó de nuevo el grito proveniente de la playa. Esta vez la voz era clara y firme:
- ¡Ojalá nunca lo encuentren... Y sí era un pájaro tijereta! – Dijo mientras se limpiaba el pantalón. Pero nadie lo escuchó.

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