El hombre de las mil caras, Con la corrupción como forma de vida

Si eres español y viviste de una manera más o menos consciente los años noventa, sabes quién es Luis Roldán. Era difícil, incluso para un crío como un servidor en aquel lejano 1993, no mostrar curiosidad ante un caso que no paraba de salir por la televisión y que, noticia a noticia era más sórdido y peliculero. En un país donde somos más de Anacleto que de James Bond, el caso Roldán tenía algo de ambos estilos: la sensación de cutrerío de la parte política de sus implicados y, sin embargo, la efectividad de una huida hollywoodiense que, aún hoy en día, deja boquiabierto a más de uno.
Poster El hombre de las 1000 caras

Cuando un director más que solvente como Alberto Rodríguez (La Isla Mínima) se hace cargo de una historia así, sabes que la apuesta es a caballo ganador. Si a eso le sumas un reparto cogido al milímetro, no por su parecido físico, si no por su calidad, conviertes lo que podía haber sido otro biopic más en una gran película de espías y ladrones.
Todos los protagonistas

Albert Fernández, protagonista absoluto de la película, consigue, con las palabras justas y los gestos medidos, llevar al resto de personajes y a los espectadores por donde su personaje, Paesa, quiere. El resto, incluidos un por momentos testimonial José Coronado, llevan la película a un ritmo demencial en el que, con casi los únicos recursos del dialogo y los duelos de miradas, ser más emocionante que bastantes películas de acción repletas de tiros y explosiones.

Esa tensión, digna del mejor cine de espías realista, sólo descansa en los momentos donde el director humaniza a unos personajes que, fuera de su mundo de huidas y millones, son unos desgraciados, unos peces fuera del agua que sólo se sienten completos cuando mienten. La gran mentira de la película se vuelve soberbia con una ambientación que nos traslada sin duda a esos años noventa de despilfarro. Sin florituras ni inventos, el vestuario y lo que rodea a los personajes es puro años noventa madrileños, lo que ayuda a que nos creamos todo lo que sucede en pantalla.

Sin embargo, no todo es perfecto y a la mentira se le ve ligeramente el cartón piedra al darnos la película en bastantes momentos una sensación de telefilme, (a la altura de los mejores orquestados por la BBC, no hablo de Telecinco) que nos saca de la gran pantalla para meternos en la pequeña.

En definitiva, una gran película de espías, como no se suelen hacer por estos lares y reivindicando el papel de nuestra reciente historia como fuente de una gran ficción. Sin duda, espero con ansia la siguiente propuesta el director Alberto Rodriguez, actualmente uno de los grandes realizadores que tenemos en España.