Revista Comunicación

El hombre del saco

Publicado el 14 abril 2011 por Libretachatarra

super chatarra special
En junio del 2003, contamos en “Super Chatarra Special” (http://www.superchatarra.com.ar/edanteriores/julio2003/hombrebolsa.htm), la historia de El Hombre de la Bolsa, leyenda urbana usada hace unos cuantos años (tantos como cuando éramos chicos) para asustar a los niños que se portaban mal o no tomaban la sopa. Pero, en realidad, existió El Hombre de la Bolsa y su historia es tan siniestra como para quedar grabada en el imaginario popular.
Todo comenzó en mayo de 1928, cuando los Budd, una familia de Nueva York, puso un aviso pidiendo trabajadores. Uno de los que se presentó, un tal Frank Howard, era un hombre no muy alto, de cabellos y bigote gris, un viejo traje holgado y un bombín gastado. Arrastraba una pierna al caminar y llevaba una bolsa.
Los Budd invitaron a Howard a almorzar, tras lo cual, el hombre se excuso de tener que dejarlos para ir al cumpleaños de su sobrino quien cumplía nueve años como Gracie, la pequeña de los Budd. Pero prometió volver para tomar el empleo. Como muestra de su buena fe, les dejó dos dólares en consigna.
Poco antes de salir, Howard volvió sobre sus pasos y ofreció llevar a Gracie al cumpleaños de su sobrino. La Sra. Budd dudó pero su marido la convenció de que dejara ir a la niña, que la pequeña no perdiera la oportunidad de divertirse un poco. Howard prometió cuidarla personalmente y le dejó la dirección de la casa de su hermana, donde sería el cumpleaños.
Los Budd no volvieron a ver a Gracie.
Desde ya, no existía ninguna casa en la dirección dada, no había hermana del Sr. Howard ni Sr. Howard tampoco. Pese al esfuerzo policial, el caso de Gracie se transformó en un callejón sin salida.
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Seis años después, el detective William F. King se tiró el ultimo lance: anunció a la prensa que cerraba el caso.
Y el secuestrador, picó el anzuelo.
Poco tiempo después, la Sra. Budd recibía una carta:

“Mi querida Sra. Budd: El 3 de junio de 1928 llamé a su casa. Almorzamos. Gracie se sentó a upa mío y me dio un beso. Decidí comérmela”

La carta fue el principio del fin: King rastreó la misiva y dio con el hombre que respondía a las señas de Howard: Albert Fish.
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En una casa abandonada en Westchester, encontraron los huesos de Gracie Budd. Fish confesó que había cazado a más de cien chicos, a los que torturó, violó y los comió. El propio Fish, siendo niño, había sido torturado en un orfanato, desarrollando el gusto por el sadomasoquismo.
Su juicio fue un muestrario del horror, confesiones que debían extraerse entre las fabulaciones del acusado. Finalmente, Albert Fish fue sentenciado a la silla eléctrica. “Qué alegría. La de la silla eléctrica será el último escalofrío. El único que todavía no he experimentado” fue su respuesta a la sentencia.
El 16 de enero de 1936 a las once y seis minutos de la noche, Albert Fish fue ejecutado en la prisión de Sing Sing. Poco antes de accionarse el interruptor que acabaría con su vida pronunció: “No sé aún por qué estoy aquí”.
(Más data de Albert Fish en Wikipedia: http://es.wikipedia.org/wiki/Albert_Fish)


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