Revista Educación

El hombre que leía en voz alta

Por Siempreenmedio @Siempreblog

Una alemana de mediana edad, profesora de su lengua materna en una escuela de idiomas canaria, me contó una vez que los mayores en su país nunca querían hablar de la segunda guerra mundial. Se sentían juzgados por las miradas curiosas de los nietos, una generación que se cuestionaba si los culpables del holocausto habían sido sólo los que condujeron a las víctimas a los campos de concentración y las mataron o si la responsabilidad se extendía también a quienes permitieron, callaron, otorgaron o miraron a otro lado. Cierto que en una guerra los juicios son difíciles, los morales que no los jurídicos, tal como da a entender el juez alemán Bernhard Schlink, autor del libro Der Vorleser que, aunque reconozco que su traducción como El lector seguramente es la única posible, no me termina de gustar, en cuanto a que el término alemán se refiere no a un lector común, que disfruta de su libro en solitario, sino a aquel que lee en voz alta. Hace años pude disfrutar de esta obra en su versión original y disfruté de una novela que empezaba siendo una oda a la felicidad que otorgan la literatura y el amor, para transformarse en un jarro de realidad fría.

Portada de El Lector, de editorial Anagrama.

La novela ‘Der Vorleser’, traducida como El Lector, está publicada por la Editorial Anagrama.

Una novela que golpea al corazón y a la mente y que lanza dardos de reflexión sobre la presunta diferencia entre moralidad y legalidad en torno al nazismo. He esperado demasiado para ver la versión cinematográfica y sin ningún motivo que me defienda. Pero por fin he disfrutado también de la película dirigida por Stephen Daldry en 2008, con la interpretación en los papeles principales de Kate Winslet, que obtuvo por su trabajo el Oscar a la Mejor Actriz en 2009, y Ralph Fiennes. Aunque la novela permite dar mayor profundidad a los sentimientos, sobre todo a los del muchacho protagonista, quizás demasiado diluidos en la película, la versión cinematográfica consigue trasladar el dilema moral que plantea el libro de Schlink, la ruptura generacional en la sociedad alemana sobre el tema del holocausto y, además, calca, con buen criterio, el efectivo “giro de guión” que tanto sorprende en la historia y para el que conviene llegar “virgen” de información a la lectura y visionado de novela y película.


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