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El hombre que se llamaba como la muerte: melodrama, misterio y delirio, el arte de Tod Browning por José Manuel Serrano Cueto.

Publicado el 16 octubre 2011 por Esbilla

El hombre que se llamaba como la muerte: melodrama, misterio y delirio, el arte de Tod Browning por José Manuel Serrano Cueto. José Manuel Serrano Cueto asoma a Tod Browning a Cátedra en una entrega, ya penúltima, de su torrencial producción literaria. El resultado es un volumen compacto, en todos los sentidos, que sortea las dificultades de enfrentarse a una obra mutilada, más de la mitad de la producción del cineasta está perdida irremediablemente, aplicando sobre el monografiado un estilo directo, de admirable capacidad de síntesis (especialmente vigorosa y rematadamente útil en el capítulo centrado en, precisamente “La obra perdida”) dedicado a explorar a Browning más allá de su popularidad terrorífica, clarificar algunas (malas) interpretaciones y mirar de frente a clásico no tan intocables (ahí que aplaudir que ponga en su real sitio a esa nadería naftalinosa que es Drácula). No se escapa el perfil biográfico, una jugosísima vida de hijo de la farándula forjadora de carácter, fetichismo (eróticos, grotescos, morbosos) y obsesiones recurrentes que trasladaría puntualmente a su obra: ambientes arrabaleros y circenses, lumpen y corrupción desde un óptica de melodrama delirante.El hombre que se llamaba como la muerte: melodrama, misterio y delirio, el arte de Tod Browning por José Manuel Serrano Cueto.

Se suceden capítulos dedicados a la figura de la mujer en el cine de Browning, ambivalente siempre, como todo en su prontuario. Rosa del arroyo, pérfida perdición de los hombres, causante de desgracias y camino de redención. Y a la figura, capital de Lon Chaney, vehículo expresivo de sus grandes logros, Garras humanas y Los pantanos de Zanzíbar a la cabeza, y figura prodigiosa que encarna, por si mismo, las capacidades del cine mudo para transmitir emociones complejas, una forma de actuación privativa del cine hasta la irrupción de ese sonido que tanto se le atragantó al cineasta.

El hombre que se llamaba como la muerte: melodrama, misterio y delirio, el arte de Tod Browning por José Manuel Serrano Cueto.
Queda sitio para rastrear las relaciones con lo fantástico, su particular sentido del espectáculo relacionado con las variedades, la magia y os charlatanes de barraca de feria. La entraña pulp de su cine de misterio o las construcciones, deconstrucciones y reacciones del y contra el vampiro, sus aportaciones a la comedia de los 30 y, claro esta, una parada especial entre Freaks, auténtica summa artis de estremecedor impacto y asombrosa permanencia.

Pero el libro no carece de defectos. Así la insistencia en la interpretación psicoanalítica, resultando pertinente avasalla otras posibles miradas y pretende explicar, de modo racional, la fascinación de elementos que son puro arrebato. También es cierto que la sencillez, a veces hasta simplicidad, formal del directo, se presta a serpentear más entre el nutrido y abigarrado fondo de sus `perturbadoras ficciones que en una forma no tan sugestiva. También de su estructura discontinua presenta algunas dificultades, ya que al preferirse la agrupación por bloques temáticos se termina por caer en ciertas reiteraciones. En todo caso un libro muy valioso, que ni es definitivo ni tampoco lo pretende, ajustando más bien sus intenciones a las de un pórtico de entrada a un territorio por explorar todavía en profundidad para lo cual este libro resulta un utilísimo mapa.

El hombre que se llamaba como la muerte: melodrama, misterio y delirio, el arte de Tod Browning por José Manuel Serrano Cueto.

Primero la bienvenida y las gracias por venir de visita.

Gracias a ti. Es un placer venir a Esbilla Cinematográfica Popular por dos motivos: porque sigo el blog desde hace tiempo y porque la amabilidad del anfitrión viene avalada por dos buenos amigos, Carlos Aguilar y mi querido Juan Andrés Pedrero Santos.

Y ahora ya… ¿Por qué Browning?

Después de ver, por enésima ocasión, La parada de los monstruos y el documental que acompaña a su edición en DVD, me apeteció saber más sobre Browning. Me hice con el libro de David Skal y Elias Savada editado por Filmoteca Española y descubrí cosas de Browning que desconocía. Me interesó mucho el personaje y, sobre todo, el

El hombre que se llamaba como la muerte: melodrama, misterio y delirio, el arte de Tod Browning por José Manuel Serrano Cueto.
libro me animó a indagar en su filmografía y a analizar qué cosas quería contar Browning y cómo quería hacerlo. Y, en cierto modo, me sentí identificado con él, porque también yo me dediqué de joven a recorrer los pueblos en una furgoneta, no para enterrarme bajo tierra, pero sí para da vida a las marionetas de un guiñol.

En el interior explicas lo dificultoso que resultó ver muchos de los títulos, aquellos que se conservan que rondan más o menos la mitad. ¿Cómo te planteaste el problema del acercamiento aun filmografía tan parcial?

Como en muchas otras cosas de mi vida, me lancé a la piscina sin cerciorarme de que estuviera llena. Antes de saber que me iba a costar tantísimo, ya tenía firmado el contrato. Sin embargo, estaba convencido de que, de una u otra manera, el proyecto iba a salir adelante. Afortunadamente, y gracias sobre todo a Filmoteca Española, he podido ver toda la filmografía conservada de Browning, salvo una película. Eso sí, algunas de la época silente las tuve que visionar con títulos en checoslovaco. No había otra cosa.

¿Cuál es, a tu juicio, la “gran pérdida” entre su material desaparecido?

Hombre, por lo mítica, London After Midnight, pero también me parece una pérdida muy dolorosa Los antros del crimen. Para poder completar la relación Browning / Chaney ambas son fundamentales. De todos modos, por cuestiones personales que tienen que ver con

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mi formación teatral, a mí hubiera encantado ver su cortometraje Puppets.

La imaginería que se conserva de London After Midnight es fascinante. Especialmente ese Chaney con los dientes limados. ¿Crees en la posibilidad de que aparezca o, por el contrario, no hay nada más que esa reconstrucción en imágenes fijas?

De vez en cuando llegan noticias de que una copia ha aparecido en alguna parte, pero finalmente nunca la vemos. No sé, quizás alguien pueda tener una copia, pero por ahora solo podemos hacer conjeturas y conformarnos con ese montaje fotográfico.

Me ha sorprendido lo sintético que es el volumen, por cierto. Y no para mal.

Me alegro. Me lo planteé como un libro de fácil lectura, ameno, no como una tesis doctoral. Un libro que le dejara al lector con ganas de indagar por su cuenta, ya que de eso creo que se trata. Para mí, un libro de cine tiene que provocar en el lector el interés por ver las películas y no que se conforme con lo que autor dice. Además, para mí fue un gran reto porque desde Cátedra me advirtieron que los libros de la colección debían de tener unas dimensiones determinadas.

 

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Hay bastante literatura sobre los actores barridos por el sonoro pero no tanta atención sobre los directores que no supieron adaptarse ¿Fue Browning uno de estos en alguna medida? ¿Había refinado tanto su arte, su expresividad, que se quedó fuera del nuevo juego?

A Browning no le gustaba el sonoro. Al principio le costó mucho adaptarse. The Thirteenth Chair es una película especialmente interesante para estudiar los errores de los directores al comienzo del sonoro, sobre todo en lo concerniente a mover a los personajes mientras hablaban. A Browning le interesaba especialmente la máscara y esta, para él, se diluía con la palabra. Su cine era un cine

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muy físico, donde la expresión corporal era esencial. Por otra parte, y ya en el aspecto técnico, Browning estaba acostumbrado a rodar con la cámara fija y, cuando llegó el sonoro y los planos pedían movimientos, no supo muy bien cómo resolverlos. Fue aprendiendo con la práctica… y con la ayuda de los operadores de cámara.

Pese a una celebridad adscrita al horror Browning emerge como un esencial del melodrama. Eso si, en una variante personalísima: perversa, trágica, grotesca, delirante, patética,…

Absolutamente de acuerdo. Creo que es el drama humano lo que más interesa a Browning, por encima de la faceta fantástica o sobrenatural. Su miedo parte de la idiosincrasia del ser humano, capaz de convertirse en la peor de las bestias. Y, sobre todo, le interesa mucho el concepto de la soledad, que impregna gran parte de su obra, sobre todo por la falta de amor (filial, de pareja, etc.). Sus personajes son unos desdichados.

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Insistes mucho, quizás demasiado, sobre la interpretación psicoanalítica de sus películas.

Pero, si te fijas, en algún momento lo hago a regañadientes, y así lo expreso. Es imposible no tener en cuenta a Freud en una época en la que el psicoanálisis estaba muy presente en Estados Unidos y, por supuesto, en Hollywood. En esto sí coincido con muchos otros analistas, como Skal y Savada, pero me niego a reducirlo todo a complejos sexuales. Con Oriente es con la que más pegas tengo. Hablé con un psicoterapeuta, no precisamente freudiano, y me dijo que si no tenía en cuenta a Freud en el libro estaba cometiendo un error. Efectivamente, un analista no debe nunca apartarse de la sociedad en la que se crearon las obras. El contexto de la época es fundamental, sería un error no tenerlo en cuenta.

También sobre el poderoso, y retorcido, substrato sexual que atraviesa sus imágenes y dramas. En Garras humanas, por ejemplo, esto lo lleva al paroxismo.

Aquí, por ejemplo, sí me parece muy obvia la influencia freudiana. Garras humanas, para mí, es la mejor película de Browning. Me parece una de las películas más duras de la historia del cine, incluso

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más que La parada de los monstruos. Y supone, de nuevo insisto que para mí, la gran interpretación de Lon Chaney, capaz de pasar en un plano, y únicamente con los músculos de su rostro, por varios sentimientos. Era extraordinario.

Junto a él Browning alcanza la cumbre de su cine. La simbiosis entre ambos resulta escalofriante.

Creo que Browning encontró en Chaney a un actor que entendía muy bien sus propuestas y que era capaz de expresar lo que quería contar. El actor, por su parte, tuvo en Browning a alguien que le permitió explorar su enorme capacidad para la transformación. Ambos congeniaron profesionalmente tan bien que dieron al cine algunos de sus mejores logros, de los más perversos al menos.

El retrato que le haces lo presenta como un cineasta de la ambivalencia, incluso, a su modo tortuoso, como un humanista.

A Browning le interesaba el ser humano, pero sobre todo el conflicto personal entre el bien y el mal, y, como dije arriba, el concepto de soledad no deseada.

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¿Está el rupturismo de Freaks, su valor revulsivo que todavía hoy estremece, incrustado en el hecho de que Browning presente y trate a sus monstruos no como tales sino como humanos? Es decir ¿los que espanta es la similitud y no la diferencia?

Efectivamente. Desde mi punto de vista, lo que nos aterra de los monstruos es lo que de nosotros puedan tener. El zombi, por ejemplo, por irnos a un monstruo muy de moda, nos asusta porque, en cierto modo, nos vemos reflejados en él. ¿O es que no vamos a

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convertirnos en cadáveres putrefactos? En el caso de La parada de los monstruos, a los espectadores de entonces, y aún a los de hoy, les espantaba ver que esos seres deformes se comportaban como ellos, que eran capaces de reír, de llorar y, lo que es peor, de amar. Los “freaks” eran iguales a los espectadores, iguales a los personajes normales de la película, pero iguales hasta en lo perverso. No diferenciaba Browning entre buenos y malos por el aspecto físico. No era tan trivial, para él las personas actúan según sus circunstancias, no por una bondad o maldad intrínsecas.

David Pirie dice en aquel El Vampiro en el cine algo así como que el cineasta pensaba que la gente no se iba a creer lo fantástico, o más bien lo sobrenatural. Pero me da la impresión de que tú matizas esto en el libro.

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Browning pone en entredicho en varias ocasiones la farsa de los videntes, médiums, ocultistas, aunque pudiera creer en ellos. Él conoció en las ferias la capacidad de las pitonisas para engañar a la gente y esto no debió gustarle demasiado. No es que él no creyera en lo oculto, sino que no soportaba a quienes se valían de ello para beneficiarse económicamente engañando a los demás. Con respecto al cine fantástico, en Browning es una excusa para continuar indagando en la sicología torturada de sus personajes.

¿Se traduce esta posible aversión en su querencia por la impostura, la mentira en todos lo órdenes incluido el cinematográfico?

Pudiera ser. Es cierto que me ha llamado muchísimo la atención su constante tratamiento de la mentira, con sus diversos matices, como un tema clave de su filmografía. Todos los personajes mienten, por

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uno u otro motivo, casi siempre para huir del pasado. Y el propio Browning miente al espectadore en varias ocasiones.

 Su penúltima cinta, Muñecos infernales, presenta una particularidad casi poética que va más allá de su carácter cercano a la obra recapitulativa: es un gran truco cinematográfico sostenido dentro y fuera de la ficción mediante la técnica. Un engaño doble de un Browning más mago que nunca.

Sé que esta película está muy bien valorada, pero no es de mis preferidas. Tiene cierta fascinación, no cabe duda, sobre todo cuando hacen su aparición los homúnculos, pero me parece una vuelta a sus comienzos, cuando hacía aquellos melodramas policíacos… De hecho repite secuencias de, por ejemplo, El trío fantástico. De todos modos, lo que sí destaco de esta película es la grandísima interpretación de Lionel Barrymore.

Lo cierto es que después de embobarnos con esa vida novelesca que cuentas, brevemente, no queda otra que mirar su obra desde una perspectiva autobiográfica.

Casi todas sus películas poseen rasgos de la vida de Browning o, más bien, de lo que conoció como observador: los suburbios, la delincuencia callejera, la pobreza y, por supuesto, los espectáculos populares. Y, más allá de esto, la soledad que él mismo experimentaba, sus propios traumas, están presentes en sus personajes torturados.

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Con respecto a Drácula creo que eres hasta blando. Nació caducada.

Fue el capítulo que más me costó escribir porque no quería herir susceptibilidades en los fans, pero tampoco podía dejar de lado mi opinión, que, como tal, es relativamente subjetiva. Estoy de acuerdo contigo en que nació caduca. No sé, a veces pienso que Browning la hizo a desgana, seguramente por las trabas que le ponía constantemente la Universal. Y el resultado, después de los cortes de montaje, acabó horrorizándolo. Y Bela Lugosi, uff, mejor no hablar…

¿Qué tal sus comedias? No he visto ninguna pero pareces apreciarlas.

El sentido del humor está presente en todas las películas de Browning, aunque a veces de manera un tanto retorcida. Para mí su mejor comedia es “Miracles for Sale” porque parece un testamento y en ella se recogen las ideas que sobre lo oculto y lo mágico tenía el director. Es muy divertida, repleta de “gadgets”.

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¿Encuentras hoy rastros de la sensibilidad browningiana? En el libro citas el Santa Sangre de Jodorowsky. A mi me resulta muy cercana en su mezcla de melo, misterio y alucinación la seria de HBO Carnivale.

Debo confesarte que no he visto esa serie… Soy muy poco dado a ver series televisivas, sobre todo porque me resulta imposible engancharme a ellas. Con una hora y media de película me basta… Sin embargo, y ya que haces esa analogía, la tendré en cuenta. En mi libro cito a David Lynch, Jodorowsky, Cronenberg, John Waters, etc. Sin embargo, nadie puede comparársele.

Muchas gracias otra vez. Un libro que merece la pena sobre un director que merece la gloria. Dejo la despedida y cierre de tu cuenta.

Te agradezco la atención, por supuesto, y animo al lector a que disfrute con las películas de Tod Browning. Si lo conocen, que lo revisen; si no lo conocen, ya están tardando.

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