Revista Arte

El infante

Por Desdelaterraza
  Se ha dicho de él que fue una víctima, pero en realidad acabó siendo un instrumento para tratar de herir a su padre. Como suele suceder en estos casos, el misterio, la aparente debilidad del personaje, ha hecho que se le ensalce, se le reconozcan méritos y se le dediquen obras, que más que beneficiarle, han servido para perjudicar a quienes tenían el poder.
   Don Carlos, el hijo tarado de Felipe II y María de Portugal, tuvo mala suerte, desde que nació hasta su muerte. Ya de niño, el barbero real, Ruiz Díaz de Quintanilla, recibió orden de seccionar el frenillo de la lengua del niño. Se esperaba que con esta medida el niño soltara la lengua, es decir, comenzara a hablar, pues pasaba el tiempo y los sonidos que salían de su garganta no se convertían en las palabras que, en un futuro rey, debieran ser entendidas como órdenes.

Alcalá de Henares

De niño, Carlos fue llevado hasta Alcalá de Henares para que mejorase su salud y comenzara sus estudios. Ni una cosa ni la otra pudo conseguirse.


   Pese a su manifiesta locura se le designó heredero, y como tal gozó de los privilegios correspondientes. Por el tratado de Château-Cambresis se concierta, para el futuro, el matrimonio entre Isabel de Valois y el infante don Carlos. Ella, de doce años de edad, él, un año mayor que ella. Al poco el rey enviuda de María Tudor. Felipe busca su tercera esposa. La encuentra en Isabel, pero está prometida a su hijo. Se redactan de nuevo los pactos del tratado. Felipe II desposa a Isabel. Don Carlos, contrahecho, con una gran giba a la espalda, un hombro más bajo que el otro, un brazo más largo que el otro, igual que sus piernas, también distintas, y orate perdido, todavía conserva un gramo de cordura. Lo pierde al verse privado de su prometida. Entre excentricidades transcurre su tiempo. Vengativo y fuera de sí, inducido por otros, promueve la rebelión en Flandes. Trata de salir de España. Los consejeros del rey lo saben todo. Informan al rey. El rey, quiere a su hijo, pero conoce su estado. Ordena su confinamiento. La locura del infante es incontrolable. Siempre enfermo, unas veces come hasta reventar, otras ayuna hasta desfallecer. Un accidente empeora la situación. Cae por unas escaleras. Su estado es crítico. Se llama a Vesalio, el cirujano del rey, el más afamado de todo el orbe conocido. Trepana el cráneo del desgraciado. Don Carlos parece mejorar. Es una ilusión. Al poco le da por comer hielo. Ya no tiene cura. Nadie sabe que hacer. Contrae una pulmonía. Seis meses después, a los veintitrés años muere. El rey asiste a los funerales, dignos del príncipe que fue.
   Shiller en la época romántica escribió su famoso “Don Carlos”, relato basado en la “leyenda negra” y exagerada, aún más, siguiendo la moda tremendista que en el siglo XIX se le daba a la historia. Después, Verdi compuso la ópera del mismo nombre, basándose en Shiller. Un relato mendaz de lo sucedido, pero muy acorde con la mentalidad romántica, y la política de la Italia del “Risorgimento”. Una Italia tratando de despegarse del yugo austríaco, tomaba como ejemplo a un príncipe, cuerdo, generoso y leal, libertador de tierras, en lucha con su propio padre y rey.
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