Revista Cultura y Ocio

El infierno de los jemeres rojos

Por Manu Perez @revistadehisto
Tiempo de lectura: 6 minutos

El concepto genocidio fue acuñado  el año 1933 por Rafel Lemkin, un jurista polaco, y definido tras los juicios de Nuremberg. Sin embargo, asesinatos masivos contra pueblos por razones étnicas, religiosas,  de nacionalidad o de otra índole los ha habido siempre. Uno de los peores se perpetró en Camboya entre 1975 y 1979, cuando los jemeres rojos -las milicias del Partido Comunista camboyano- estuvieron en el poder en este país. Los crímenes no sólo los cometen individuos y organizaciones; a veces el criminal es el propio Estado y el caso de Camboya es una buena prueba de ello.

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La larga Guerra del Vietnam no solo afectó a los vietnamitas. También tuvo consecuencias para dos países vecinos, Laos y, sobre todo, Camboya. En la primavera el presidente de Estados Unidos, Nixon,  ordenó el bombardeo de Camboya y Laos con el objetivo de destruir las rutas que comunicaban Hanói con Vietnam del sur a través del territorio camboyano. Por estas rutas llegaban tropas y pertrechos a los núcleos comunistas del Vietnam del Sur.

En una guerra no declarada, entre 1969 y 1973 fueron arrojadas sobre Camboya cientos de miles de bombas de racimo. No satisfechos con esto, en 1970 los servicios secretos norteamericanos provocaron un golpe de estado en Camboya. El país pasó a ser gobernado por un régimen militar pro-estadounidense encabezado por el general Nol Pot, antiguo primer ministro del príncipe Norodon Shinaouk.

El infierno de los jemeres rojos

Desde entonces Camboya vivió una guerra  civil entre las fuerzas del gobierno y los comunistas que duró hasta 1980. Éstos contaban con el apoyo de China y del reemplazado Norodon Sinaouk. Durante el conflicto las fueras aéreas de Estados Unidos arrojaron sobre Camboya miles de toneladas de bombas. En 1975, cuando terminó la guerra del Vietnam con la retirada de las tropas americanas, los jemeres rojos entraron en Phnom Pen, la capital de Camboya, sin encontrar resistencia. Entonces empezó en este país un infierno que duró cuatro años.

Siguiendo instrucciones del Angkar (La Organización) en pocos días los guerrilleros vaciaron la capital -más tarde hicieron lo mismo en otras ciudades. La explicación que dieron los jemeres rojos a quienes osaron pedirla fue que la aviación norteamericana iba a bombardear la ciudad. Añadieron que era una situación temporal y que pronto podrían  regresar a sus hogares. Que vivirían en el  campo durante un tiempo y ayudarían a los campesinos en las faenas agrícolas.

Pero todo formaba parte de un plan fríamente planeado. Los jemeres rojos, maoístas, querían construir una utopía, una nueva sociedad agraria autosuficiente y sin clases, libre del capitalismo y de la influencia occidental.  Como Mao Zedong, creían que las ciudades eran impuras, contaminadas por el capitalismo y caldo de cultivo de todos los vicios burgueses.  Por tanto, el primer paso consistía en vaciar las ciudades. Incluso los pacientes fueron obligados a abandonar los hospitales donde se restablecían. Cientos de miles de personas -la mayoría mujeres, niños y ancianos- fueron trasladados a pie a zonas rurales. Muchos murieron de agotamiento durante las largas caminatas.

Las víctimas de aquel éxodo fueron desprovistos de todo: documentos de identidad, dinero, libros, medicamentos, relojes, gafas incluso (consideradas un símbolo de vanidad intelectual)… Todos debían vestir igual: vestimenta oscura, puesto que la ropa de color se prohibió. Incluso fue prohibida la manifestación de sentimientos. El país se cerró a cal y canto, se convirtió en una prisión para millones de personas. Solo unos pocos países comunistas tenían embajadas en él. Los refugiados que lograron llegar a Tailandia explicaron que en Camboya se había instalado un régimen criminal.

Con los jemeres en el poder los camboyanos fueron despersonalizados.

Yo no tenía lugar, ni rostro, ni nombre, ni familia -escribió Rithy Panhm-. Estaba disuelto en la gran túnica negra de La Organización.

A los once años el futuro director de cine fue internado en un campo de rehabilitación. No salió de él hasta la invasión vietnamita de finales de 1978. Perdió a toda su familia en pocos días.

Una vez en los arrozales y otras áreas agrícolas la mayor parte de aquella multitud fue obligada a trabajar duramente de sol a sol. Otros fueron conducidos a campos de reeducación, léase exterminio en muchos casos. Todos los que no eran campesinos eran enemigos interiores. Los campesinos eran el único modelo a seguir. Ellos constituían el viejo pueblo. Los demás, los que habían llegado vivos a las zonas rurales desde las ciudades, constituían el pueblo nuevo, y sobre ellos los jemeres tenían derecho de vida y muerte.

Los que trabajaban en el campo no podían consumir los alimentos que producían. Si lo hacían eran castigados. Todo lo que les daban para comer los guardias -a menudo adolescentes- era agua de arroz. Los internos pronto pasaron hambre y enflaquecieron; llegaron a comer ranas, lombrices, serpientes, escarabajos, hierbas…  El arroz y las legumbres que cultivaban eran para los guerrilleros que luchaban contra los núcleos de resistencia del antiguo régimen. En las comunas agrícolas murieron cientos de miles de camboyanos de hambre, enfermedades y agotamiento.

Pero el sufrimiento y la muerte también tenían otro escenario: los centros urbanos de detención e interrogación. El más conocido -actualmente es el Museo del Genocido de Tuol Sleng- era una antigua escuela rebautizada  con el nombre de S-21. Allí fueron conducidos los que más odiaban los jemeres rojos: exmilitares i exfuncionarios del régimen anterior, profesores, intelectuales, técnicos, artistas, miembros de minorías étnicas  o religiosas… Nacionalistas radicales, la violencia de los jemeres también se proyectó contra las comunidades vietnamitas, tailandesas y chinas que vivían en el país. Los cham (musulmanes), los monjes budistas y los camboyanos cristianos también estaban en su punto de mira.

En el centro S-21 fueron torturadas unas doce mil personas; solo sobrevivieron quince, aunque algunos autores rebajan la cifra a siete. Bou Meng, de profesión pintor y uno de los supervivientes, salvó la piel haciendo retratos de Pol Pot, Marx y otros dirigentes y posters revolucionarios después de ser torturado para que confesara que tenía contactos con la CIA. Más tarde Bou Meng narraría su terrible experiencia en aquella prisión y pintaría las torturas que se infligían a los internos. Eran tan insoportables que éstos acababan confesando lo que sus torturadores querían que confesaran. Confesiones que, a menudo, no eran la verdad.

La pesadilla de los jemeres rojos terminó con la invasión vietnamita del país a finales de 1978. Tras una breve guerra, en enero de 1979 los jemeres rojos se retiraron hacia las zonas boscosas  del oeste del país, cerca de las fronteras de Laos y Tailandia, donde practicarían una guerra de guerrillas contra el nuevo régimen durante años.

A causa de los trabajos forzados, la desnutrición,  las enfermedades, las torturas y las ejecuciones se calcula que unos dos millones de camboyanos perdieron la vida. O sea, la tercera parte de la población. En términos porcentuales fue el mayor genocidio del siglo XX. Muchas de las personas ejecutadas fueron sepultadas en fosas comunes. Esparcidas por el país hay cientos de estas fosas macabras. Solo en el campo de la muerte de Choenng Ek, en las afueras de la capital, fueron hallados restos de unos nueve mil cadáveres.

Y sin embargo solo unos pocos de los máximos responsables de aquella masacre fueron llevados ante un tribunal de justicia. Ta Molt, alias El Carnicero, murió en 2006 mientras esperaba ser juzgado. El 2010 el Camarada Duch, director del centro S-21, fue condenado por crímenes contra la humanidad y sentenciado a 35 años de cárcel. En cuanto a Pol Pot, el cerebro del genocidio, el Hermano Número Uno, nunca fue juzgado por crímenes contra la humanidad. Murió en la jungla de un ataque de corazón en 1998 y sus seguidores le incineraron.

Algunos de los líderes de los jemeres rojos habían estudiado en Francia, en la prestigiosa Sorbona, puesto que eran hijos de familias ricas. Pol Pot, hijo de terratenientes, había leído a autores franceses, entre otros a J.J. Rousseau y conocía la teoría del buen salvaje del philosophe. Algunos eran admiradores de Robespierre. Es lógico. Con Robespierre empezó la etapa del Terror de la Revolución Francesa. Con los jemeres rojos Camboya escribió la página más negra de la historia del comunismo.

Autor: Josep Torroella Prats para revistadehistoria.es

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Bibliografía:

Mark Aguirre: El legado de los jemeres rojos. El Viejo Topo, 2014.

Rithy Panhu y Christope Bataille: La Eliminación. Anagrama

Bruno Brenetan: Le siècle des genocides. Armand Colin, 2005.

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