Revista América Latina

El infierno según Padura

Publicado el 25 mayo 2015 por Javier Montenegro Naranjo @nobodyhaveit

regreso_a_itaca_Decepción. Una de las tantas palabras que sirven para definir a “Regreso a Ítaca”. Cinco amigos se encuentran después de 16 años para celebrar el regreso de uno de ellos que, sin previo aviso, decidió marcharse del país. Recreada en el presente, la película intenta diseccionar una realidad que pasa por el filtro de Leonardo Padura, motivo por el cual el se convierte en una especie de estrado desde donde el escritor deja claro sus puntos de vistas acerca de la Cuba actual.

La cinta tiene un ritmo pausado pero sin llegar al extremo del cine europeo. Dirigida por el francés Laurent Cantet, ganador de la Palma de Oro en Cannes con “La clase” en el 2008, el film se limita a contar a través de la voz de sus actores, una especie de puesta en escena teatral con una única locación, sin saltos temporales y donde los sentimientos, negativos casi siempre, suben el tono de la trama y la tensión entre los amigos. Con todo esto, la cinta propone un lienzo que no es la realidad de todos los cubanos pero sí la de un grupo que apostó sus vidas a un proyecto y al final se sintieron estafados.

Quizás la novedad en “Regreso a Ítaca” con respecto a la temática cubana es la forma en que se aborda la realidad. Por regla general, casi todas las realizaciones nacionales hacen un guiño a la situación política, ya sea a través de un chiste que sirve de válvula de escape o un contexto donde el espectador cubano se siente identificado. En esta propuesta, el contexto es el único motivo de ser de la película: gritar sin tapujos toda la inconformidad con un sistema.

Es destacable la actuación del quinteto que lleva la cinta acuestas, pues son Nestor Jiménez, Isabel Santos, Fernando Hechevarría, Jorge Perogurría y Pedro Julio Díaz Ferrán quienes logran mantener a flote una apuesta tan arriesgada como la de sentar a cinco cubanos a hablar “cáscara” con una botella de alcohol por medio.

Cada uno de ellos representa algún tipo de fracaso. El artista al que le robaron el talento y las oportunidades, el incomprendido que se marchó del país, el solitario sin familia porque los suyos se fueron, el ingenuo que mira en otra dirección para no ver, y el corrupto que prefirió arriesgar el cuello para buscar la felicidad a través del dinero. Y aquí desearía hacer un alto. El único personaje con las agallas para enfrentar la vida termina contra las cuerdas al final del metraje; corrupto o no, fue quien decidió tomar las riendas y jugar a la ruleta rusa; no lo hizo de la mejor manera, pero si estás increpando a un sistema por robarle la vida a un grupo de personas, es un poco ambiguo que le eches la soga al cuello al único que tuvo el valor de robarle al sistema.

Además de Perugorría, quien sin ser el protagonista es una de las principales marionetas empleadas por Laurent en esa búsqueda de pequeños clímax de la cinta, es válido destacar la buena actuación Fernando Hechevarría; la película gira alrededor de él, y a pesar de ser Nestor Jiménez la figura central, la mayoría de las interrogantes se refieren al pintor frustrado. Es él quien nos devela la verdadera cuestión del film, que no es la decepción como mencionábamos en el primer párrafo, sino la cobardía. Bajar la cabeza y aceptar. Rafa (Hechevarría) se las da de rebelde, pero es uno más que no pudo con el miedo y los mecanismos de represión de una dictadura solapada, según Padura.

Durante una cena que sirve de interludio al acto final, se toca el tema de los jóvenes que desean emigrar, y lo hace de una manera tan superflua, que se confirma una sospecha presente desde un inicio. En su afán de realizar una radiografía nacional, de tocar todos los temas, desde el surrealismo habanero, hasta el amor al beisbol, las costuras comienzan a notarse y ciertas cuñas colocadas a la fuerza, no tanto a modo de concesiones sino en busca de lograr un gran relato, provocan cierto hastío de tanta reflexión.

La idea final queda clara: ninguno luchó por sus sueños. Eddy (Perugorría) abandonó la escritura, Aldo (Díaz Ferrán) vive el día a día como un sobreviviente, Tania (Santos) se cae a pedazos por las ausencias, y para el gran final, nos guardan la historia más dramática de todas: el motivo por el cual Amadeo se marcha de Cuba.

Y aquí se le escapa el guion de las manos a Padura. Entre tanto miedo, el regreso de Amadeo parece poco lógico. No es imposible, pero un final tan efectista deja muchas incógnitas abiertas y nos hacen dudar de mucho de lo narrado con anterioridad. Usted puede tener un final abierto, o permitirle al espectador buscar un significado propio a determinada idea, pero no puede doblar un codo y convertirlo en recta sin más explicaciones, mucho menos cuando el objetivo es dejar al espectador ante el conocido “abandona toda esperanza” y marcharte sin más.

PD: Después de leer otra vez el texto, hay algo importante que me faltó mencionar. Para mí, este es el primer filme nacional que aborda sin tapujos el tema de la represión en Cuba. Si estoy equivocado, por favor corríjanme.


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