Revista Cultura y Ocio

El Libro Talonario, Pedro de Alarcón

Por Jossorio

El Libro Talonario, Pedro de Alarcón

HISTORIETA RURAL

La acción comienza en Rota.-Rota es la menor de aquellas
encantadoras poblaciones hermanas que forman el amplio semicírculo
de la bahia de Cádiz;[67-2] pero, con ser la menor,[67-3] no ha
faltado quien ponga los ojos en ella.-El Duque de Osuna, a
05 título de Duque de Arcos,[67-4] la ostenta entre las perlas de su
corona hace muchísimo tiempo, y tiene allí su correspondiente
castillo señorial, que yo pudiera describir piedra por piedra....

Mas no se trata aquí de castillos, ni de duques, sino de los
célebres campos que rodean a Rota y de un humildísimo hortelano,
10 a quien llamaremos el tío Buscabeatas,[67-5] aunque no era
éste su verdadero nombre, según parece.
Los campos de Rota (particularmente las huertas) son tan
productivos que, además de tributarle al Duque de Osuna
muchos miles de fanegas de grano y de abastecer de vino a
15 toda la población (poco amante del agua potable y malísimamente
dotada de ella), surten de frutas y legumbres a Cádiz, y
muchas veces a Huelva,[67-6] y en ocasiones a la misma Sevilla,[67-7]
sobre todo en los ramos de tomates y calabazas, cuya excelente
calidad, suma abundancia y consiguiente baratura exceden
20 a toda ponderación;-por lo que[67-8] en Andalucía la Baja[67-9]
se da a los roteños[67-10] el dictado de calabaceros y de
tomateros, [67-11] que ellos aceptan con noble orgullo.

Y, a la verdad, motivo tienen para enorgullecerse de semejantes
motes; pues es el caso que aquella tierra de Rota que
25 tanto produce (me refiero a la de las huertas); aquella tierra(p68)
que da para el consumo y para la exportación; aquella tierra
que rinde tres o cuatro cosechas al año, ni es tal tierra,[68-1] ni Cristo
que lo fundó,[68-2] sino arena pura y limpia, expelida sin cesar por
el turbulento Océano, arrebatada por los furiosos vientos del
05 Oeste y esparcida sobre toda la comarca roteña, como las
lluvias de ceniza que caen en las inmediaciones del Vesubio.[68-3]

Pero la ingratitud de la Naturaleza está allí más que compensada
por la constante laboriosidad del hombre.-Yo no
conozco, ni creo que haya en el mundo, labrador que trabaje
10 tanto como el roteño.-Ni[68-4] un leve hilo de agua dulce fluye
por aquellos melancólicos campos.... ¿Qué importa? ¡El
calabacero los ha acribillado materialmente de pozos, de donde
saca, ora[68-5] a pulso, ora por medio de norias, el precioso humor
que sirve de sangre a los vegetales!-La arena carece de
15 fecundos principios, del asimilable humus[68-6].... ¿Qué importa?
¡El tomatero pasa la mitad de su vida buscando y
allegando sustancias que puedan servir de abono, y convirtiendo
en estiércol hasta las algas del mar!-Ya poseedor de
ambos preciosos elementos, el hijo de Rota va estercolando
20 pacientemente, no su heredad entera (pues le faltarla abono
para tanto), sino redondeles de terreno del vuelo de un plato
chico,[68-7] y en cada uno de estos redondeles estercolados siembra
un grano de simiente de tomate o una pepita de calabaza, que
riega luego a mano con un jarro muy diminuto, como quien da
25 de beber a un niño.

Desde entonces hasta la recolección cuida diariamente una por
una las plantas que nacen en aquellos redondeles, tratándolas con
un mimo y un esmero sólo comparables a la solicitud con que
las solteronas cuidan sus macetas. Un día le añade a tal mata[68-8]
30 un puñadillo de estiércol; otro le echa una chorreadita de
agua; ora las limpia a todas de orugas y demás insectos dañinos;
ora cura a las enfermas, entablilla a las fracturadas, y
pone parapetos de caña y hojas secas a las que no pueden
resistir los rayos del sol o están demasiado expuestas a los(p69)
vientos del mar; ora, en fin, cuenta los tallos, las hojas, las
flores o los frutos de las más adelantadas y precoces, y les
habla, las acaricia, las besa, las bendice y hasta les pone expresivos
nombres para distinguirlas e individualizarlas en su
05 imaginación.-Sin exagerar: es ya un proverbio (y yo lo he
oído repetir muchas veces en Rota) que el hortelano de aquel
país toca por lo menos cuarenta veces con su propia mano a
cada mata de tomates que nace en su huerta.-Y así se explica
que los hortelanos viejos de aquella localidad lleguen a quedarse
10 encorvados, hasta tal punto que casi se dan[69-1] con las
rodillas en la barba[69-2]....

¡Es la postura en que han pasado toda su noble y meritoria
vida!

Pues bien: el tío Buscabeatas pertenecía al gremio de estos
15 hortelanos.

Ya principiaba a encorvarse en la época del suceso que voy
a referir: y era que[69-3] ya tenía sesenta años ... y llevaba[69-4]
cuarenta de labrar una huerta lindante con la playa de la Costilla.

20 Aquel año había criado allí unas estupendas calabazas,
tamañas[69-5] como bolas decorativas de pretil de puente monumental,
y que ya principiaban a ponerse por dentro y por fuera
de color de naranja, lo cual quería decir que había mediado el
mes de Junio. Conocíalas perfectamente el tío Buscabeatas
por la forma, por su grado de madurez y hasta de nombre,
25 sobre todo a los cuarenta ejemplares más gordos y lucidos, que
ya estaban diciendo guisadme, y pasábase[69-6] los días mirándolos
con ternura y exclamando melancólicamente:

-¡Pronto tendremos que separarnos!

Al fin, una tarde se resolvió al sacrificio; y señalando a los
30 mejores frutos de aquellas amadísimas cucurbitáceas que tantos
afanes le habían costado, pronunció la terrible sentencia.
(p70)
-Mañana (dijo) cortaré estas cuarenta, y las llevaré al
mercado de Cádiz.-¡Feliz quien se las coma![70-1]

Y se marchó a su casa con paso lento, y pasó la noche con
las angustias del padre que va a casar una hija al día siguiente.

05 -¡Lástima[70-2] de mis calabazas!-suspiraba a veces sin
poder conciliar el sueño.-Pero luego reflexionaba, y concluía
por decir:-Y ¿qué he de hacer,[70-3] sino salir de ellas?[70-4] ¡Para
eso las he criado!-Lo menos van a valerme quince duros....

Gradúese, pues, cuánto sería[70-5] su asombro, cuánta su furia y
10 cuál su desesperación, cuando, al ir a la mañana siguiente a la
huerta, halló que, durante la noche, le habían robado las cuarenta
calabazas....-Para ahorrarme de razones,[70-6] diré que,
como el judío de Shakespeare, llegó al más sublime paroxismo
trágico, repitiendo frenéticamente aquellas terribles palabras
15 de Shylock, en que tan admirable dicen que estaba el actor
Kemble:[70-7]

-¡Oh! ¡Si te encuentro![70-8] ¡Si te encuentro!

Púsose luego el tío Buscabeatas a recapacitar fríamente, y
comprendió que sus amadas prendas no podían estar en Rota,
20 donde sería imposible ponerlas a la venta sin riesgo de que él
las reconociese, y donde, por otra parte,[70-9] las calabazas tienen
muy bajo precio.

-¡Como si lo viera, están en Cádiz! (dedujo de sus cavilaciones.)
El infame, pícaro, ladrón, debió de robármelas[70-10]
25 anoche a las nueve o las diez y se escaparía con ellas a las doce
en el barco de la carga[70-11].... ¡Yo saldré para Cádiz hoy por
la mañana en el barco de la hora,[70-12] y maravilla será que no
atrape al ratero y recupere a las hijas de mi trabajo!

Así diciendo, permaneció todavía cosa de veinte minutos en
30 el lugar de la catástrofe, como acariciando las mutiladas calabaceras,
o contando las calabazas que faltaban, o extendiendo una
especie de fe de livores[70-13] para algún proceso que pensara
incoar hasta que, a eso de las ocho, partió con dirección al muelle.

Ya estaba dispuesto para hacerse a la vela[70-14] el barco(p71)
de la hora, humilde falucho que sale todas las mañanas para
Cádiz a las nueve en punto, conduciendo pasajeros, así como el
barco de la carga sale todas las noches á las doce,
conduciendo frutas y legumbres....

05 Llámase barco de la hora el primero, porque en este espacio
de tiempo, y hasta en cuarenta minutos algunos días, si el viento
es de popa, cruza las tres leguas que median entre la antigua
villa del Duque de Arcos y la antigua ciudad de Hércules[71-1]....

Eran, pues, las diez y media de la mañana cuando aquel día
10 se paraba el tío Buscabeatas delante de un puesto de verduras
del mercado de Cádiz, y le decía a un aburrido polizonte que
iba con él:

-¡Estas son mis calabazas!-¡Prenda V. a ese hombre!

Y señalaba al revendedor.

15 -¡Prenderme a mí! (contestó el revendedor, lleno de sorpresa
y de cólera.)-Estas calabazas son mías; yo las he
comprado....

-Eso podrá V. contárselo al Alcalde-repuso el tío
Buscabeatas.

20 -¡Que no![71-2]

-¡Que sí!

-¡Tío ladrón![71-3]

-¡Tío tunante!

-¡Hablen Vds. con más educación,[71-4] so indecentes![71-5] ¡Los
25 hombres no deben faltarse[71-6] de esa manera!-dijo con mucha
calma el polizonte, dando un puñetazo[71-7] en el pecho a cada
interlocutor.

En esto ya había acudido alguna gente, no tardando en presentarse
también allí el Regidor encargado de la policía de los
30 mercados públicos, o sea[71-8] el Juez de abastos, que es su
verdadero nombre.
(p72)
Resignó[72-1] la jurisdicción el polizonte en Su Señoría, y enterada
esta digna autoridad de todo lo que pasaba, preguntó al revendedor
con majestuoso acento:

-¿A quién[72-2] le ha comprado V. esas calabazas?

05 -Al tío Fulano,[72-3] vecino [72-4] de Rota....-respondió el
interrogado.

-¡Ése había de ser! (gritó el tío Buscabeatas.) ¡Muy
abonado[72-5] es para el caso! ¡Cuando su huerta, que es muy
mala, le produce poco, se mete a robar en la del vecino!

10 -Pero, admitida la hipótesis de que a V. le han robado
anoche cuarenta calabazas (siguió interrogando el Regidor,
volviéndose al viejo hortelano), ¿quién le asegura a V. que
éstas, y no otras, son las suyas?

15 -¡Toma! (replicó el tío Buscabeatas.) ¡Porque las
conozco como V. conocerá a sus hijas, si las tiene!-¿No ve
V. que las he criado?-Mire V.: ésta se llama rebolonda;[72-6]
ésta, cachigordeta;[72-7] ésta, barrigona;[72-8] ésta,
coloradilla; [72-9] ésta Manuela..., porque se
parecía mucho a mi hija la menor....

20 Y el pobre viejo se echó a llorar amarguísimamente.

-Todo eso está muy bien ... (repuso el Juez de abastos);
pero la ley no se contenta con que usted reconozca sus calabazas.
Es menester que la autoridad se convenza al mismo tiempo
25 de la preexistencia de la cosa, y que V. la identifique con
pruebas fehacientes....-Señores, no hay que sonreírse....-¡Yo
soy abogado!

¡Pues verá V. qué pronto le pruebo yo a todo el mundo,
sin moverme de aquí, que esas calabazas se han criado en mi
huerta!-dijo el tío Buscabeatas, no sin grande asombro de
30 los circunstantes.

Y soltando en el suelo un lío que llevaba en la mano, agachóse,
arrodillándose hasta sentarse sobre los pies, y se puso a
desatar tranquilamente las anudadas puntas del pañuelo que lo
envolvía.
(p73)
La admiración del Concejal, del revendedor y del corro subió
de punto.[73-1]

-¿Qué va a sacar de ahí?-se preguntaban todos.

Al mismo tiempo llegó un nuevo curioso a ver qué ocurría
05 en aquel grupo, y habiéndole divisado el revendedor,
exclamó:

-¡Me alegro de que llegue V., tío Fulano! Este hombre
dice que las calabazas que me vendió usted anoche, y que
están aquí oyendo la conversación, son robadas....-Conteste
10 V....

El recién llegado[73-2] se puso más amarillo que la cera, y trató
de irse; pero los circunstantes se lo[73-3] impidieron materialmente,
[73-4] y el mismo[73-5] Regidor le mandó quedarse.

En cuanto al tío Buscabeatas, ya se había encarado con el
15 presunto ladrón, diciéndole:

-¡Ahora verá V. lo que es bueno!

El tío Fulano recobró su sangre fría, y expuso:

-Usted es quien ha de ver[73-6] lo que habla; porque si no
prueba, y no podrá probar, su denuncia, lo llevaré a la cárcel
20 por calumniador.-Estas calabazas eran mías; yo las he
criado, como todas las que he traído este año a Cádiz, en mi
huerta del Egido,[73-7] y nadie podrá probarme lo contrario.

-¡Ahora verá V.!-repitió el tío Buscabeatas acabando de
desatar el pañuelo y tirando de él.[73-8]

25 Y entonces se desparramaron por el suelo una multitud de
trozos de tallo de calabacera, todavía verdes y chorreando
jugo, mientras que el viejo hortelano, sentado sobre sus piernas
y muerto de risa, dirigía el siguiente discurso al Concejal y
a los curiosos:

-Caballeros: ¿no han pagado Vds. nunca contribución?
Y ¿no han visto aquel libraco[73-9] verde que tiene el recaudador,
de donde va cortando recibos, dejando allí pegado un tocón o
pezuelo,[73-10] para que luego pueda comprobarse si tal o cual[73-11]
recibo es falso o no lo es?
(p74)
-Lo que V. dice se llama el libro talonario-observó
gravemente el Regidor.

-Pues eso es lo que yo traigo aqui: el libro talonario de mi
huerta, o sea[74-1] los cabos a que estaban unidas estas calabazas
05 antes de que me las robasen.-Y, si no, miren Vds.-Este
cabo era de esta calabaza.... Nadie puede dudarlo....

-Este otro..., ya lo están Vds. viendo..., era de esta
otra.-Este más ancho..., debe de ser de aquélla....
¡Justamente!-Y éste es de ésta.... Ése es de ésa....
10 Ésta es de aquél....

Y en tanto que[74-2] así decía, iba adaptando un cabo o pedúnculo
a la excavación que había quedado en cada calabaza al ser
arrancada, y los espectadores[74-3] veían con asombro que, efectivamente,
la base irregular y caprichosa de los pedúnculos convenía
15 del modo más exacto con la figura blanquecina y leve
concavidad que presentaban las que pudiéramos llamar cicatrices
de las calabazas.

Pusiéronse, pues, en cuclillas los circunstantes, inclusos
20 los polizontes y el mismo Concejal,[74-4] y comenzaron a
ayudarle al tío Buscabeatas en aquella singular comprobación,
diciendo todos a un mismo tiempo con pueril
regocijo:

-¡Nada! ¡Nada! ¡Es indudable! ¡Miren Vds.!-Éste
es de aquí.... Ése es de ahí.... Aquélla es de
25 éste.... Ésta es de aquél....

Y las carcajadas de los grandes se unían a los silbidos de los
chicos, a las imprecaciones de las mujeres, a las lágrimas de
triunfo y alegría del viejo hortelano y a los empellones que los
guindillas daban ya al convicto ladrón, como impacientes por
30 llevárselo[74-5] a la cárcel.

Excusado es decir que los guindillas tuvieron este gusto;
que el tío Fulano vióse obligado desde luego a devolver al
revendedor los quince duros que de él había percibido; que el
revendedor se los entregó en el acto al tío Buscabeatas,(p75)
y que éste se marchó a Rota sumamente contento, bien que fuese
diciendo[75-1] por el camino:

-¡Qué hermosas estaban en el mercado! ¡He debido
traerme[75-2] a Manuela, para comérmela[75-3] esta noche y guardar
05 las pepitas!

Noviembre de 1877.



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