Revista Cine

El lobo de Wall Street

Publicado el 20 enero 2014 por Cineenconserva @Cineenconserva

El lobo de Wall Street: un festival de la codicia
Una no sabe si para escribir de la última película de Scorsese hay que ir tan puesta como van sus protagonistas, pero desde la sobriedad, voy a intentar desgranar la película más excesiva, divertida y desprejuiciada del tandem Dicaprio-Scorsese, una obra en donde el de Little Italyuno de los mejores directores vivosvuelca todo su talento y energía, al servicio de un actor que pide a gritos un Oscar. 

El lobo de Wall Street es un proyecto como saben basado en la autobiografía de Jordan Belfort, un "self made man" como allí les gusta decir, que con poco más de 20 años se hizo inmensamente rico a base de estafar a propios y extraños con bonos basura y otras operaciones ilegales. Un tipo sin escrúpulos, un Calígula moderno en palabras del propio Dicaprio, que tras años de excesos, de juerga sin fin (el grueso fuerte de la película) y suponemos que de redención personal tras ser acusado de estafa, ahora se dedica a dar charlas sobre lo sinvergüenza que fue y sobre superación.

Una historia en definitiva, con todos los ingredientes para atraer a un director obsesionado con las tramas de ascenso-caída y con la corrupción moral del ser humano. No en vano, fue DiCaprio quien batalló seis años hasta que Marty accedió a dirigirla, porque sabía que no había nadie mejor que su admirado director (han trabajado juntos en cinco ocasiones) para retratar la desenfrenada vida de este corredor de bolsa neoyorquino.

Ya desde el inicio (¿Un lanzamiento de enanos en plena oficina? ¿La misma oficina que aparece en un anuncio como el sitio perfecto para depositar nuestra confianza como inversores?) la película pone todas las cartas sobre la mesa y sienta el tono que predominará en todo el film y que no es otro que una sátira feroz, una comedia negra sobre la avaricia desmedida, sobre el poder del dinero.

El lobo de Wall Street: un festival de la codicia


Una bacanal de tres horas rodadas con una energía apabullante (sin dar respiro salvo en el último tramo) que más allá de querer enjuiciar a Belfort y a los suyos, y de condicionar la opinión del espectador, busca narrar sin más los excesos de una panda de brokers. Una panda adiestrada y liderada por un inmenso Dicaprio, al que nunca antes se le había visto en una papel tan extremo, tan histriónico, tan cómico (escena en donde tima por teléfono a un cliente simulando un coito), y tan voraz. 

Su interpretación es poderosa, y capaz de contagiar al espectador el desenfreno de su personaje. Su Jordan Belfort juega en la misma liga que Scarface y otros personajes del cine que ejercen un gran poder de fascinación, una apertura de boca que demuestra que al espectador corriente y moliente le ponen los tipos malos.

Y es que seamos francos, si extraigo alguna lectura de todo lo que cuenta Scorsese, es que todos somos cómplices. Seguro que muchos de los espectadores se sentirán atraídos por el estilo de vida de Belfort, y puestos a soñar preferirá reencarnarse en las yemas de sus dedos que en las del personaje del policía (Kyle Chandler), que básicamente está ahí -no solo para apretarle las cuerdas a los tramposos- sino para que el espectador se cuestione si "hay dignidad en la pobreza" (atención al plano que transcurre en el metro).

Si Dicaprio está soberbio conviene destacar el trabajo de los actores secundarios. No solo está bien Jonah Hill, en un personaje patético y capaz de arrancar carcajadas, o esa Barbie perfecta que es Margot Robbie, el verdadero roba-escenas es Matthew McConaughey, a quien solo le hacen falta unos minutos para convertirse en casi lo mejor de la película. Su escena en el restaurante junto a un todavía ingenuo y sobrio Belfort es tan hilarante como brillante, por condensar en un diálogo la esencia de la película. Y es que si las interpretaciones tienen un gran nivel, no solo es por los actores, sino por el guion que ha confeccionado Terence Winter (Los soprano y Boardwalk Empire), lleno de comicidad, mala leche y diálogos que escapan de lo políticamente correcto. 

El lobo de Wall Street: un festival de la codicia

La última película de Scorsese recuerda por momentos a Uno de los nuestros y a Casino, y como éstas, a nivel técnico es espectacular. De nuevo encontramos recursos "marca de la casa" de este director como planos secuencias, planos congelados, la voz en off del protagonista, mirada a cámara, una estupenda selección musical que incluye hasta aquel mítico "Gloria" de Umberto Tozzi, sin olvidar, el montaje sobresaliente de Thelma Shoonmaker, fiel editora de Scorsese durante más de 35 años.

Ahora bien, en esta espiral de sexo, drogas, mucho dinero y camaradería masculina, qué es lo que falla para que no sea una "puta" obra maestra, y perdónenme por el taco pero me he contagiado del lenguaje scorsesiano. Pues se echa en falta algo de mesura, aunque el ritmo es endiablado y solo decae al final, llega a un punto en donde sobran algunas escenas de fiestas y drogas, por el mero hecho de que ya se nos han mostrado muchas. Donde antes había en la obra de Scorsese escenas violentas perpetradas por mafiosos hay aquí niñatos con dinero esnifando cocaína y copulando con prostitutas de toda clase (atención a la clasificación).

Quizás la trama de ascenso-caída ha quedado menos trágica y más cínica que en ninguna de sus películas sobre este mismo tema, de ahí que se le haya acusado de glorificar al protagonista. Pero pensemos en algo, ¿realmente ha caído el sistema podrido y capitalista?


Lo mejor: DiCaprio, Matthew McConaughey, la química entre el personaje de Dicaprio y el de Jonah Hill (se nota que se ha dejado improvisar a los actores), su falta de recato y por supuesto, la dirección de Scorsese.

Lo peor: Sobra metraje y hay escenas repetitivas. Que algunos nos hayamos quedado con ganas de que la caída del personaje fuera aún más sonora, aunque para eso están otras películas. 




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