Revista Cultura y Ocio

El loco de los balcones

Por Universo De A @UniversodeA

La magia del arte y la historia

El loco de los balcones

Sinopsis y ficha técnica

El loco de los balcones es una tragicomedia de Mario Vargas Llosa dirigida por Gustavo Tambascio y protagonizada por José Sacristán, que aborda los conceptos de caída, soledad, melancolía, suicidio, libertad y autenticidad/inautenticidad.

José Sacristán interpreta a Aldo Brunelli, el protagonista de El loco de los balcones, un profesor italiano de historia del arte, viudo de avanzada edad, enraizado en el Perú y dedicado junto a su única hija Ileana, de veintisiete años, a rescatar balcones coloniales. Ileana conoce a Diego, un joven arquitecto con el que se casa. Ileana informa a su padre de su decisión de irse con Diego y le revela que la tarea del rescate de los balcones le parece absurda y fracasada. Considera que esa actividad le ha hecho perder los mejores años de su vida.

Esta obra es la tercera producción del Teatro Español sobre un texto de Vargas Llosa, tras La Chunga y Kathie y el hipopótamo.

Dirección:

Gustavo Tambascio

Reparto

(Por orden de intervención)

Borracho Juan Antonio Lumbreras

Profesor Brunelli José Sacristán

Ingeniero Cánepa Fernando Soto

Ileana Candela Serrat

Diego Carlos Serrano

Doctor Asdrúbal Emilio Gavira

Cruzado Alberto Frías

Teófilo Huamani Javier Godino

Ficha artística

Escenografía Ricardo Sánchez Cuerda

Iluminación Felipe Ramos

Figurinista Gabriela Salaverri

Composición y espacio sonoro Bruno Tambascio

Ayudante de ecenografia Gonzalo Rodriguez Checa

Audante de dirección Amparo Pascual

……………………………………………

Comentario previo

He de reconocer que el señor Jorge Mario Pedro Vargas Llosa, ilustrisimo señor Marqués de Vargas Llosa, siempre me ha producido ciertos sentimientos encontrados.

Quizás sea porque he explorado su literatura menos de lo debido, pero lo que he visto hasta el momento, me recuerda demasiado a ese tipo de escritura tan del gusto de hispanoamérica del realismo mágico que a mí, personalmente, no me acaba de convencer, o sólo en unos casos (pues con tanta abundancia, me da la impresión de que todos hacen lo mismo, y a veces, me da la impresión de que es una hábil forma de disfrazar un mal estilo).

Por otro lado, la concesión del título por parte de don Juan Carlos I, me resultaba bastante excesiva, al fin y al cabo, ese honor, es seguramente el más grande que se pueda obtener en este país, y por encima es hereditario, con lo que debería de estar exclusivamente reservado para nacionales.

Tal vez todo responda a que en las étapas finales del reinado (no como al principio de este, que no soltaba uno ni a tiros), el anterior monarca fue muchísimo más pródigo en la concesión de dignidades nobiliarias; quizás demasiado, ¡hasta Vicente del Bosque obtuvo uno por esas mismas fechas sólo por ganar un mundial de fútbol! (aunque de elegir entre uno y otro, y a pesar de mi general desprecio por el deporte del fútbol, prefiero que se lo den a un español).

Y sin embargo, por contradictorio que resulte, no ha sido suficiente espléndido, pues uno no deja de pensar en lo descuidadas que están otras parcelas del arte (ya que de momento sólo se ha titulado a escritores), por ejemplo el cine, tanto Almodóvar como Antonio Banderas han llevado y promovido el nombre de España con mucho orgullo y dignidad por todo el mundo, han contribuído indiscutiblemente al arte en este país, y han obtenido los más prestigiosos premios internacionales; y sin embargo, no tiene mucha pinta de que vayan a ser ennoblecidos próximamente, una injusticia en mi opinión.

Bien es cierto que muchos podrán argumentar, y con razón, que el también premio Nobel está nacionalizado español, pero me temo que no se puede decir que haya hecho mucho por la “madre patria España”, pues hasta ahora, todo lo que he visto de él, es extremadamente localista y muy de su país, cosa que sin duda deberían reconocerle allí con todas las formas de honrarle posibles.

En cualquier caso, de darle un merecido honor, sin duda su majestad real hubiera hecho mucho mejor haciéndole Caballero de alguna de las varias y prestigiosas, aunque demasiado descuidadas en la actualidad, ordenes de caballería de las que posee el gran maestrazgo la monarquía española (que al fin y al cabo, también es un título nobiliario, y no es hereditario… sin mencionar que ayudaría a que estas organizaciones revivieran, porque exceptuando la del Toisón de oro, el resto están medio muertas), honra perfectamente adaptable al caso, y muy en consonancia con lo que se hace en otras monarquías europeas (como la británica, en la que habrá muchos sires… pero lores, eso ya es otro cuento; quizás este último sea el caso de un excesivo exclusivismo en el que, reconocimiento, el justo, el necesario y bien clasificado).

Y si al menos él lo hubiera agradecido como es debido… pero sus declaraciones no han sido de lo más afortunadas (quizás por vivir donde vive y la conveniencia de no parecer un vanidoso, eso sería lo único que podría disculparle), con frases como: “Los cholos hemos llegado a la aristocracia española, es divertido, ¿verdad?”; “Nací plebeyo y voy a morir plebeyo, a pesar del título”, o que “hay que tomarlo con humor, viviendo y siendo de un país republicano; con agradecimiento porque es un gesto muy cariñoso del Rey de España, y con una sorpresa descomunal, pues jamás imaginé que me harían marqués”, sin mencionar lo de “me parece que Álvaro (su hijo) hereda el título, no sé cómo lo irá a tomar, pues él es un republicano visceral”; todo lo cual no parece expresar mucha gratitud ni reconocimiento (sin mencionar que no se está viendo que le esté dando mucho uso a la gracia otorgada). Por lo demás, el escritor está sorprendemente indocumentado, pues la “diversión” de que los cholos llegaran a la aristocracia española se produjo hace siglos por primera vez; sin mencionar que desprenderse del título será sorprendemente sencillo si tan plebeyo desea seguir siendo, de no pagar los impuestos correspondientes a este, será inmendiatamete privado de él, y lo mismo su descendiente. Quizás debamos despreocuparnos, y el Marquesado de Vargas Llosa no vaya a crear un extenso linaje ni extenderse demasiado en el tiempo… aunque la concesión siempre quedará ahí para la historia con mayúsculas.

En fin, que esa actitud no me ha parecido la más adecuada, apropiada, agradecida o siquiera educada hacia su país de adopción, que además le ha concedido los más altos honores que se pueden otorgar (aunque quizás podamos disculparlo por donde vive y su situación personal).

Por lo demás, y volviendo al tema profesional, sus estrenos bajo el amparo del Teatro español han sido un tanto desiguales, desde la espantosa “La chunga” hasta la muy notable “Kathie y el hipopótamo”, provocaban que resultase difícil juzgarle, ver por dónde iba y si merecía la pena darle más oportunidades como dramaturgo (sin mencionar, que aún no he visto un solo estreno absoluto en España; todas estas obras han sido escenificadas por primera vez en Perú, lo cual tampoco me parece un gesto muy apropiado, y más estrenando en un lugar como el Español, teatro oficial, y que pretende seguir manteniendo la importancia, la preeminencia y representación del mejor teatro de habla hispana; otro honor adiccional que tampoco parece agradecer demasiado).

Y una vez más volvemos al tema ya tratado de su localismo, en ocasiones excesivo, lo cual, como bien sabemos todos, no ayuda a hacer una obra maestra, pues estas siempre son universales… sin embargo, en ocasiones consigue logros muy notables, pues hablando (y no dejando de promocionar) desde su tierra y sobre ella, consigue contar cosas que sí son aplicables a todo el mundo.

Cambiando de tema, y hablando del Teatro Español, no quiero dejar de comentar lo espantoso que es el cartel que no atrae nada; aunque es lo habitual en este teatro, ¡qué publicidad tan mala hacen!, desde luego, menos mal que no dependen de ella para atraer al público.

Por otro lado, otros elementos como los folletos (salvo excepciones como esta) si suelen estar muy bien, pues te vienen todas las fechas, horas y sinopsis; y eso es muy práctico para guardar y tener ahí para decidir cuando ir.

Tampoco se puede dejar de destacar (y que raro que no lo haya hecho ya), los programas, que si bien son un tanto escasos a nivel de texto, sí que cumplen la misión de informar, introducir y contar algo al espectador sobre la obra, convirtiéndose en una de esas justificaciones de porqué merecen la pena los teatros públicos. Aunque para ser perfectos, deberían de ser más amplios y contener mucha más información (a ese respecto, como ya comenté muchas veces, el modelo por excelencia es el del Teatro Real).

En cualquier caso, sí, reconozco que el ilustrísimo señor Marqués me dio una lección en esta ocasión sobre las cosas anteriormente comentadas, haciéndome descubrir algo que no esperaba, y eso se produjo viendo la obra de teatro de la que hago la:

Crítica

La verdad, el título no suena a obra maestra (ni siquiera es demasiado bueno), pero probablemente tiene mucho que ver con la realidad. ¿Por qué? pues porque el propio autor reconoce que todo lo que escribe está basado en cosas reales que le han sucedido; lo cual nos llevaría la pregunta de, ¿tiene mérito entonces, plasmar la realidad aunque sea de un modo más o menos artístico?, difícil pregunta, y más para alguien como yo, que cree que todo debe salir de la imaginación, sin embargo, también es muy cierto que no falta quien diga que los buenos escritores siempre se basan en cosas que han vivido o que conocen muy bien.

Y es que el loco de los balcones existió realmente (abajo dejo algunos datos reales en las imágenes, se pueden encontrar en muchas partes de la web), y es una pena que este hombre nunca llegue a saber que un amante del arte como él, ha sido capaz de inspirar una grandísima obra artística como esta. Por otro lado, quizás esta magnífica obra de arte inspire a los limeños para salvar sus preciosos balcones, a los que ya he hechado una ojeada en la web (y adjunto unas imágenes abajo) y son auténticas maravillas, obras de arte que serían muy útiles para potenciar el turismo, un sector que suele dar muy buenos resultados y muchos beneficios, tanto económicos como sociales, si es bien empleado y gestionado. En cualquier caso, ya han ganado un adepto para su causa, una vez más, Universo de A se une a otra lucha por la cultura, ¡salvemos esas maravillas que son los balcones limeños!.

En primer lugar, la historia, resulta apasionante, y todos aquellos amantes del arte y la historia nos sentiremos rápidamente identificados; pues, si ya anteriormente, en “Kathie y el hipopótamo”, el Marqués de Vargas Llosa trataba brillantemente la temática de la frivolidad que rodeaba al mundo cultural (temática en la que, curiosamente, coincidían varios en aquella temporada), esta vez, desmenuza con todo tipo de detalle, y admirablemente, a los amantes del arte y todo lo que les rodea.

Su análisis, lo hace principalmente, y de forma absolutamente brillante, a través del protagonista, que es la representación por excelencia del amante del arte con el que muchos nos sentiremos identificados.

Sin embargo, en su contra, la obra tiene una característica muy habitual del Marqués de Vargas Llosa, y esa es su localismo, cuestión que dificulta mucho el que cualquier obra alcance la categoría de maestra, sin embargo, y como se seguirá explicando, a pesar de que la ficción está muy situada en un lugar muy concreto (lo que también se nota en las expresiones del lenguaje, tan americanas y que resulta tan raro oír con acento de España), expresa ideas totalmente universales, eternas y totalmente aplicables a cualquier lugar, persona o circunstancia, y eso señores, es una de las características por excelencia que posee cualquier obra maestra artística.

En cualquier caso, volviendo al protagonista, el personaje de Aldo Brunelli, en un determinado momento, se le compara con el Quijote, y no es para menos, pues este personaje, uno de los más brillantes de la literatura universal, es precisamente tan fascinante por su enorme complejidad, pues su locura es muy relativa, ¿no será más bien don Quijote un loco por querer hacer el bien en un mundo de malos?.

Con lo mismo se enfrenta el protagonista, Aldo Brunelli, una persona que apenas tiene los estudios básicos (ese magnífico reconocimiento de Vargas Llosa a la idea de que se puede ser muy culto y muy preparado sin necesariamente poseer estudios que lo acrediten es un rasgo realmente brillante y perfectamente real, de hecho, yo conozco mucha gente así… algunos con mucha más cultura que otros con carreras universitarias, las cuales no dicen nada, sino recordad este artículo mío anterior), dedica su vida a la misión de salvar la herencia cultural, histórica y artística de una ciudad que parece ser incapaz de comprender el como la pérdida del patrimonio supone la pérdida de ellos mismos, de lo que son, y de como han llegado a serlo.

Pero la cosa no se queda ahí, a partir de este, ya de por sí, brillantísimo e interesantísimo argumento; se reflexiona acerca de todo lo posible acerca de la historia y el arte, entre otras cosas: la conservación del Patrimonio, su importancia y prioridad; llama la atención el que se comenta muchas veces si es importante salvar unos balcones viejos en un país en el que la gente se muere de hambre… la respuesta es claramente sí, lo vemos en nuestra historia, muchas de nuestras obras maestras, ahora colgadas en los más importantes museos nacionales, jamás habrían sobrevido a los múltiples y complicados avatares de nuestra historia si no fuera porque hubo mucha gente que intentó que se conservaran como fuera; y al final, eso es lo importante, porque las personas desaparecen, pero el arte es inmortal, debe de vivir para siempre para todas las generaciones futuras. Yo mismo, cuando alguna vez se ha planteado, medio en serio, medio en broma, la hipotética y fantástica cuestión de, si la única forma de salvar un conjunto de obras de arte, fuese mi propia muerte, ¿aceptaría? mi respuesta fue que casi seguro que sí.

También se habla de lo que implica el dedicarse a este tipo de actividad y lo absorvente que es; y por supuesto, del idealismo y todas sus caras, tanto la positiva, como la negativa, muy poco comentada en el arte, esto es especialmente interesante, pues el conflicto entre padre e hija, y como esta ha sido perjudicada por las buenas acciones del padre, resulta simplemente apasionante.

Por supuesto, se habla de la dificultad de tratar con una burocracia que se desentiende de lo que consideran poco práctico y poco rentable, y que sólo quiere ver ganancias a corto plazo, o que, simplemente, no les molesten demasiado para poder ejercer su autoridad sin trabas; todo ello magníficamente representado en un solo personaje de un funcionario sin escrúpulos (eso sí, con muchos títulos universitarios).

Con lo que, naturalmente, también se entra en el tema de si vale la pena el progreso por el progreso, o que importancia tiene realmente la historia y el arte, y hasta donde debe llegar su conservación, ¿qué es importante y qué no?, ¿son compatibles los palacios dieciochescos con las necesidades actuales?… y sin embargo, ¿se puede prescindir del pasado y hacer borrón y cuenta nueva sin más?, ¿implica el progreso la destrucción de la historia?, ¿qué importancia tiene la tradición?… múltiples preguntas para un amplio y apasionante debate que sin duda podemos tener aquí en Universo de A a través de los comentarios. En cualquier caso, sí diré, que ya sabemos lo que les pasa a los pueblos que olvidan su historia.

No deja tampoco de tratar la soledad de una mente privilegiada, rodeada de ineptos, estúpidos o de gente que no es capaz de llegar a entender de que va el tema, el como el protagonista acepta, incluso aunque sea por pena, la generosidad humillante de muchos personajes, no deja de ser, curiosamente, todo una acto heroico y de dignidad. Y es que, volviendo a las comparaciones con El Quijote, en realidad, en el fondo, el único que entiende verdaderamente la importancia de la misión es Brunelli, él es el que realmente se lo toma en serio y lo ve como algo importante, pues los pocos que lo apoyan, se lo toman más como una afición (con la excepción de una mente joven que rápidamente es pervertida y pierde el interés, un magnífico ejemplo de como todos los jóvenes son idealistas… pero de alguna manera dejan de serlo por el camino y pasan a ser prácticos); y los que no, simplemente son brutales, personajes crueles que con la fuerza de la aplastante realidad y del poder que han adquirido debido a su materialismo y sentido del pragmatismo, son auténticos gigantes contra los que es tan difícil luchar como contra los molinos de viento castellanos.

Y por supuesto, el como un ideal, o cualquier gran idea provoca que inevitablemente aquel que la sigue con fervor se quede solo, pues pocos son capaces dedicar su vida a ello… lo que quizás también implica el descuidar a las personas que más nos deberían importar, ¿pero qué es realmente más importante?, ¿está un ideal por encima de cualquier cosa?, ¿realmente no existe una limitación a la hora de defenderlo?, ¿se puede condicionar toda una vida a ello, y lo que es peor, involuntariamente, las de los que nos siguen o nos rodean?, y ¿hasta que punto podemos ser exigentes con ellos?. Todas esas y más fascinantes preguntas se plantean con esta obra.

Y es que Brunelli, es un personaje muy a admirar, fascinante, complejo, interesante… y con el que cualquier idealista se sentirá muy identificado sin muchas dificultades. Es quizás, una de las mejores representaciones ficticias de este tipo de personalidad, otra de las razones por las que estamos ante una obra maestra. Y, al contrario de lo que piensa el autor, yo sí creo que hubiera sido una gran novela en vez de una obra de teatro, pues nos hubiera permitido profundizar mucho mejor en el personaje.

Trata también sobre la indiferencia, pero la más terrible; ya Dante en su “Divina comedia” situaba esta característica como un pecado digno de su infierno y la ponía en los primeros círculos; y es aquí donde entendemos claramente el porqué, puesto que, el hecho de que nadie se implique, que todo el mundo simplemente se divierta y le llamen la atención las “extravagancias del viejito”, no supone nada, y no significa nada para una sociedad frívola e indiferente que parece dispuesta a perder todo lo que han heredado (para gran dolor del público que ve todas estas cosas como algo terriblemente triste, y cada injusto fracaso como una humillación más para el pobre heroe que, sin embargo, se sigue manteniendo en la línea y dispuesto a todo, otra razón más para admirarle).

Dentro de todo esto, también se aborda el tema político, inevitablemente presente en la historia y el arte, que tradicionalmente, siempre han querido ser manipuladas a conveniencia de los distintos bandos; lo que es muy irónico puesto que el auténtico arte, no entiende de ningún tipo de ideología, ni política, religiosa… etc, la historia con mayúsculas y especialmente el arte, están muy por encima de todo esto, son creaciones humanas, pero no humanos, y por tanto, sí pueden aspirar a la perfección, sí pueden ser algo espiritual y puro, lo que es totalmente independientemente de sus creadores o en que condiciones estos las hicieron.

Vistas todas estas interesantísimas y magníficas temáticas, la verdad, todo es perfecto en esta brillante obra, perfecto resumen, sublime explicación de lo que supone la conservación del Patrimonio artístico, de lo que significa para los que se dedican a ello, y de la incomprensión a las que se enfrentan muchos de los que defienden alguna actividad artística; y por supuesto, los idealistas, todos los cuales se sentirán fácilmente identificados con el personaje principal, que nunca se rinde, y que está convencido de la importancia de su misión, aunque como todo humano, llegue a flaquear (pero ahí está parte de su grandeza, de su heroismo, y sobre todo, de cara a la ficción, de su potencia dramática).

Y por supuesto, como casi todas las obras maestras, deja mucho material para el debate (todo lo anteriormente comentado, por ejemplo) y para conversaciones posteriores.

Todo lo antes escrito, es quizás lo más principal (y seguro que se me quedan cosas en el tintero, pues tan magna obra habla de muchos temas y además, lo hace muy bien), pues el texto es algo maravilloso, sublime y deslumbrante, y así, todas las ideas anteriores, se van tejiendo de forma magnífica en un increíble tapiz, perfectísimamente estructurado, esplendidamente medido, que se hace con hilos de oro y los más finos materiales textiles que son unos dialogos impecables y excelentemente escritos, culminando con un resultado absolutamente deslumbrante.

En cuanto a su tono, alterna, de la forma más sobresaliente, momentos cómicos con otros verdaderamente dramáticos, pero sobre todo, deja grandes reflexiones a tener en cuenta, muchas veces de la manera más maestra, de forma totalmente indirecta, sólo sugiriéndolas, lo que se debe a que está magistralmente escrita.

Y es que el texto, esta gran obra maestra, es el gran e indiscutible protagonista de la producción que se representa en actualmente en el Teatro Español, pues todo el resto, se ve totalmente eclipsado e incapaz de competir con una sombra tan alargada y poderosa.

Sin embargo, antes de dejar de hablar totalmente del texto, me gustaría mencionar que, en la obra se hacen guiños al musical (con canciones que se relacionan totalmente con la trama y lo que esta quiere expresar), y uno no deja de pensar que la obra, ya tal como está obra maestra, aún lo sería más si realmente se convirtiera en un musical, pues hay de sobra material para ello, y yo ya consigo pensar en unos cuantos números musicales, donde situarlos, de que irían o a que personajes otorgárselos. En cualquier caso, la música que hay es muy buena, son unas canciones preciosas, con tanta calidad a nivel de música como de letra.

Pero en fin, volviendo a la producción del Teatro Español, la dirección de escena no acaba de ser eficaz, es aceptable (tiene algunos momentos buenos pero en general es muy poco ingeniosa), pero no consigue sacarle toda la rentabilidad ni el partido a la obra que podría haber conseguido de estar en manos de alguien realmente talentoso y con un buen presupuesto. Y es que su gran problema reside en que el texto dice mucho y la dirección es incapaz de reflejarlo, a ningún nivel, se oye a los protagonstas hablar de cosas, y el público se ve obligado a imaginarlas porque el director se niega a proporcionarselas.

Lo mismo se puede decir del resto del apartado técnico; la escenografía podría haber dado muchísimo más de sí, ser mucho más espectacular y algo realmente deslumbrante, pero se queda en eso, aceptable; y quizás, su mayor crimen, lo que más pesa en contra de su trabajo, es precisamente que ha sido incapaz de evocar la belleza de los balcones limeños (es más, yo no entendí hasta que punto eran un patrimonio de primera categoría, hasta que me puse a investigar el tema y ver imágenes -yo mismo proporciono algunas al final de la crítica-, hasta ese momento, sólo tenía la palabra del Marqués de Vargas Llosa, que como se comprenderá, para una novela es suficiente, pero jamás para el teatro, y eso también es culpa de una ineficaz dirección), ha sido incapaz de hacer ver en imágenes lo que el texto tanto realza y defiende… sólo hay una escasa y difusa representación que llega a muy poco. Lo mismo que el vestuario, apropiado pero no demasiado vistoso.

En cuanto a los actores, seguimos en esa misma línea, todos se quedan en algo admisible, consiguen dar vida a sus personajes (y siempre llama la atención la voz profunda de José Sacristan, por supuesto), pero no apasionan, percibes claramente que todo el mérito está en el poderío del texto, no en ellos. Lo mismo se puede decir a nivel de canto (los que lo hacen), no nos encontramos con ninguna voz excepcional (pese a que un contratenor siempre llama la atención).

Sin embargo, y a pesar de esto, ir a ver esta obra al bellísimo e histórico Teatro español es absolutamente indispensable para cualquier amante del teatro y del arte en general, y si me apuras, te digo que para cualquier persona. Y ya lo digo, no es fácil, la asistencia es masiva, pero con tan merecido éxito (y tan escaso tiempo en cartel) seguramente la prorrogaran, como es muy lógico, y muy necesario para que nadie se pierda este absoluto imprescindible de la cartelera de esta temporada, y obra maestra de todos los tiempos.

Así pues, y tras todo lo dicho, sólo puedo escribir (e inicialmente no deja de sorprenderme) que no puedo sino hacer una reverencia ante quien ha sido capaz de escribir tal obra maestra que merece perdurar por siempre, pues aunque sólo hubiera hecho esto, ya merece todo reconocimiento y quedar para la historia; por todo lo cual, no puedo dejar de rendir vasallaje ante el ilustrísimo señor Marqués de Vargas Llosa.

SPOILER: no quiero dejar de hablar del final de la obra, sin duda interesante y polémico. La verdad es que se puede decir que hay dos desenlaces a elegir: el primero, el que se produce casi al final, con la quema de los balcones por el que tanto los había amado, está perfectamente expresado ese cinismo final, esa absoluta desesperanza y tristeza de quien se da cuenta de que la obra de su vida ha sido totalmente inútil, de que su lucha no ha servido para nada; algo que, por otra parte, con demasiada frecuencia se encuentran los idealistas.

Sin embargo, este final es cruel y demasiado dramático (es más, cuando lo vi, mi primera idea para esta crítica, era subtitularla “el triunfo del cinismo”; aunque con uno u otro final, mi valoración hubiera sido la misma: obra maestra); sin mencionar el terrible mensaje que manda… y seguramente, el Marqués de Vargas Llosa quiso evitar algo tan horrible, al fin y al cabo, él también es un artista (y de éxito, con lo cual, su perspectiva es mucho más optimista que la de cualquiera que no lo sea), y resultaría realmente terrible, horriblemente difícil dejar un final en el que se dejaba claro que toda lucha por lo bello estaba abocada al fracaso… por ello, crea el que se queda un final definitivo (que es el que se queda al final en la obra), que aunque sumamente forzado, deja al espectador satisfecho; al fin y al cabo, ¿a quién le amarga un dulce?, y por otro lado, ¿desde cuándo rechazamos los cuentos de hadas, y lo más representativo de estos, sus finales?; sí, incluso Alonso Quijano tiene planes de hacerse un bucólico pastor después de haber perdido la posibilidad de seguir siendo caballero andante (cosa que le impide la muerte, buscada más por Cervantes para evitar que continuen los plagios, que porque don Quijote no merezca un final feliz, que en cierto modo, a su manera, lo tiene); también Aldo Brunelli consigue salir adelante, y es especialmente magnífico que sean los propios balcones los que le manden ese mensaje; porque al final, el idealismo triunfará, el mal perecerá y el bien prevalecerá, y sí habrá un “y vivieron felices por siempre jamás” porque tanto sufrimiento merece su recompensa al final… al menos que así pueda ser siquiera en la ficción. ¿Un cuento de hadas? tal vez, pero necesario, pues, al fin y al cabo, de no haber gente que creyera en eso, hoy no estaríamos donde estamos y nunca habría habido la más mínima evolución.

El loco de los balcones
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Mario Vargas Llosa y José Sacritán
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