Revista Cultura y Ocio

El lugar del cuerpo

Publicado el 28 septiembre 2016 por Revista Pluma Roja @R_PlumaRoja

En nuestras sociedades crecimos con censuras inverosímiles. El cuerpo es una de ellas. Hablar del cuerpo es pecado capital y referirse a él en público, tocarlo o mostrarlo es quizás el tabú más antiguo que recuerden los seres humanos nacidos en este trocito de tierra. Claro, cada vez menos, dirán los progresistas que pasean por las calles vistiendo poco y con alarde, acaso queriendo desprenderse con la práctica de eso que todo aprendimos a la fuerza. Lo paradójico de las sociedades pacatas es que en lo privado se desahoga toda curiosidad que el tabú despierta y en silencio se llevan a cabo las más terribles injusticias sobre una de las cosas más sagradas de la vida humana: el cuerpo. No sabemos si somos o tenemos cuerpos, vieja discusión que jamás resolveremos, pero lo queremos y nos duele cuando no se nos respeta la posibilidad de mantener una relación personal con él y abrirla solo a aquellos que nos interesan.

¿Qué sucede en el alma humana cuando el cuerpo se ha roto? Esa es la primera cuestión que surge al repasar las líneas de El lugar del cuerpo escrita por el autor boliviano Rodrigo Hasbún. Levita la pregunta en el cuarto de lectura con cierta liviandad, pues la primera vez que se lee un libro, generalmente, se toma como un acto para matar el tiempo, es parecido a fumarse un cigarro para descontarle minutos a la jornada laboral. El lector-amante no lee para descubrir en los libros la receta para la paz mundial o el castigo para las injusticias. Lee para (sobre)vivir, simplemente. No es este en ningún caso un intento de jugar al individuo extraño, solo se trata de recalcar que leer no es ni debe ser una tarea.

Pero volvamos a lo que nos convoca. El tabú del cuerpo (es malo tocarlo, mostrarlo, mirarlo, olerlo) pierde todo misterio (hay belleza en el misterio) cuando se hacen públicos los abusos perpetrados por un cuerpo hacia otro cuerpo. El doble estándar de la sociedad es increíble. Es por eso que duele tanto hablar de un abuso. Más allá del hecho de recordar lo sucedido, duele el qué dirán. Por eso se silencian los abusos. He ahí la razón de que miles de mujeres estén condenadas a un silencio que parece menos castigador que la maledicencia citadina que siempre busca en la víctima retazos de culpabilidad. No sabemos con certeza, por tanto no podemos afirmar que esas hayan sido las razones de Elena (protagonista de la novela) para callar los abusos de su hermano Pablo, pero ante una familia desgastada por la vorágine del diario vivir, ante una familia que no habla en la mesa, queda el espacio libre para pensar que la condena de Elena la escribieron tanto su hermano con sus abusos, como los padres con su apatía. Desde el momento en que la niñez comenzó a despedirse, Elena tuvo que salir al mundo en busca del cuerpo vulnerado que se esfumaba en la desesperación del silencio.

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 Elena es una mujer en busca de un cuerpo. Es un cuerpo en busca de un alma. Un presente en busca de un pasado. Un cuerpo mancillado en busca de respuestas. Luego de haber recorrido un camino erróneo lleno de inabarcables desmesuras como senda hacia el olvido, es imperativo recordar. Sea éste acto una necesidad fisiológica o metafísica, está presente y obliga a pensar, a rehacer trayectos que se enterraron por años pero que no evanecieron. Ya hacia los últimos dos apartados del libro nos encontramos con una anciana en la eterna búsqueda de su cuerpo. Para ello comienza el inevitable y pesado viaje por los recovecos de su pasado, a través de la escritura de sus memorias. Elena es una escritora del segundo grupo. Existen tres tipos de escritores: los que deben escribir un libro de memorias porque hay personas que lo agradecerán; los que no tendrían que hacerlo jamás, porque sus vidas no les interesan ni a ellos mismos y los que lo hacen en su literatura, ocultos detrás su ficción (pp. 107).  Hecho que por supuesto no es factual. El autoengaño, el olvido autoimpuesto es la mejor forma de continuar con una vida cuya carga no se aliviane, pero se finja inexistente.

Pese a considerarse una escritora del segundo grupo, Elena debió escribir el libro de sus memorias no ya para gritarle al mundo que sus desventuras tienen un origen remoto y difuso, sino para generar en ella una paz que triza su vida una y otra vez. Esa paz inventada que la ha acompañado para tapar el pasado. Primero el autor habla de una Elena que se aleja del mundo, que no habla mucho con nadie, que pasea, que lee y luego una Elena que desesperada demanda en otros cuerpos retazos del suyo. Una Elena que está acompañada por una falsa sensación de paz y quietud. Su vida comenzó a los siete años, continúo (luego de una pausa) a los veintisiete, se intentó reconstruir a los cincuenta y se terminó de desmoronar entrada en los setenta.

Así en páginas breves pero insinuantes, se escribió la biografía de una vida rota. Se dibujó la silueta de una chica con sonrisa sobrepuesta y dolor a cuestas. Durante toda la novela, la intimidad queda al descubierto, se nos va revelando, en ocasiones con excesivo detalle, y se posiciona como protagonista principal de una obra acaso tan franca que termina doliendo. La acción reflexiva de la protagonista envuelve en el dolor, en la búsqueda de respuestas y culpables, convierte al lector en victimario, en dueño de un culposo silencio. No resulta fácil navegar por la turbiedad de un océano de dolor que hiede, que a momentos resulta insoportable. Porque, al fin de cuentas, el dolor es inconmensurable y se remite a todos los rincones de la corporeidad. No deja espacio libre ni fibra humana indiferente. Por eso esta novela, sutilmente engañosa, nos convierte en parte de la historia, de la infamia, de la empatía por una vida que lucha por no seguir arrastrando los pedazos de su infancia y la suciedad de sus recuerdos.

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La búsqueda del cuerpo en territorio incierto. En país incierto. En familia incierta. En hechos inciertos. ¿Sucedió solo en mi imaginación?, se pregunta Elena en algún momento de la novela mientras buscaba formas de zafarse de la escritura de sus memorias, de recorrer el camino. Da la impresión que la historia sucediera en una suerte de neverland donde todo puede ser ficticio a la vez que factual, donde se ha dejado tanto tiempo pasar que el argumento se ha envejecido.

El relato de la locación de infancia puede confundirse con cualquier barrio de cualquier ciudad de cualquier país de nuestro continente: la pobreza y la suciedad, las casas mal construidas, las plazas de tierra. Al principio del capítulo tres, se entregan detalles de la conformación social del país de origen de Elena, no se menciona, por supuesto, el nombre del lugar, por lo tanto el neverland de Elena es traducible al neverland de todos: abusos contra las asesoras del hogar, la literatura en manos de pobres pero ambiciosos seres humanos que saben citas citables de memoria y que se creen con derecho a realizar exámenes de la sociedad desde su podio; aquellos que creen saber de lo que escriben y que creen merecer los aplausos. Luego, la otra cara del neverland de Elena sucede en el exilio, en un país ajeno al suyo, pero tan extraño como el propio. Nadie sabe dónde queda, pero el lector de olfato agudo lo sospecha. La escritura fuera del mapa exacerba la intriga y el dolor se prolonga porque la angustia toma parte. El no tener un lugar donde echar raíces, un lugar al que llamar hogar, nos vuelve frágiles y déspotas con gran equidad y por lo tanto, la herida en cualquier momento enverdece y comienza la amargura a tomar posesión de los hechos. No existe para Elena un mapa sobre el cual trazar las fronteras de los hechos, la imaginación y el lugar donde se asienta el dolor.

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El lugar del cuerpo es una novela desgarradora, no se me ocurre otra palabra para describir aquella angustia que se siente durante toda la lectura. La ausencia de territorio, la búsqueda del cuerpo, la familia desintegrada y todas las caras de la injusticia son los grandes temas que dominan la novela y Rodrigo Hasbún. Este autor, sabía perfectamente que sus temas eran controversiales y que no podían ser tratados desde un lugar cotidiano. Se ha hecho un gran trabajo, la literatura una vez más lleva la delantera y nos convoca a discutir sobre los fantasmas que siempre hemos tenido escondidos en el closet.

Por Cristal

llavedecristal.wordpress.com


El lugar del cuerpo

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