Revista Filosofía

El maestro que quiso enseñar filosofía

Por David Porcel
Un joven profesor había reunido toda clase de conocimientos para iniciar con entusiasmo e ilusión su andadura vocacional. Sabía de filosofía, matemáticas, historia, geografía, ciencias naturales, arte..., y su sentir era el de tener que ofrecer esos conocimientos a curiosos aprendices. Sin embargo, a los pocos días de comenzar, autoridades educativas exigieron de él que dominara el arte de la programación, pues éstas tenían que saber qué estaba impartiendo y cuándo lo estaba haciendo. Decidió, entonces, dejar de cultivar el conocimiento de los mares, países y cordilleras, y ocupar ese tiempo en preparar el arte de la programación. Como además era muy concienzudo y meticuloso, le llevó más tiempo del previsto conocer las técnicas y la jerga que se requería. Con esta ligera carga prosiguió con entusiasmo su labor vocacional. Pero al poco tiempo, las mismas autoridades educativas le dijeron que tenía que dominar el uso de nuevas tecnologías de la comunicación para desempeñar su trabajo. De nuevo, tuvo que renunciar a seguir cultivando lo que tanto amaba, apartando en esta ocasión los libros de álgebra y geometría. Siguió explicando a sus alumnos filosofía, arte y naturaleza, pero algo más cansado porque sabía que luego tendría que programar lo que ya explicaba y aprender las instrucciones para hacer funcionar los dispositivos que utilizaba. A los pocos meses, de nuevo las autoridades educativas le llamaron para decirle que tenía que dominar una lengua extranjera, pues debía explicar una disciplina en una lengua que no fuera la suya. Y ya sólo pudo impartir filosofía, porque el resto del tiempo lo ocupaba en programar, leer instrucciones y aprender el idioma extranjero.
Ya cansado, cuando había transcurrido sólo un año, y previendo que podría quedarse sin tiempo para cultivar lo que más amaba, la filosofía, se plantó ante las autoridades educativas y les preguntó: si tampoco me permitís aprender y explicar filosofía, ¿qué voy a poder programar? ¿en qué podré utilizar las técnicas que tengo que conocer? ¿y qué podré traducir al idioma extranjero?
Al escuchar estas palabras, las autoridades respondieron:
En realidad, joven maestro, no estás aquí para enseñar, sino para demostrarnos que eres una persona cumplidora y obediente. De otra forma, ya no estarías con nosotros.

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