Revista Opinión

El mártir ausente

Publicado el 20 noviembre 2016 por Manuelsegura @manuelsegura

El mártir ausente

Este 20 de noviembre se cumplen 80 años del fusilamiento en la prisión provincial de Alicante de José Antonio Primo de Rivera. Durante el régimen de Franco, los españoles convivimos con la figura adusta que presidía, junto al retrato del Jefe del Estado, las dependencias oficiales y escuelas de toda España, y al que un gobierno larvado en cruenta acción gestada en cuartos de banderas, adoptara como icono. José Antonio, al que durante buena parte de la guerra civil se denominó el Ausente, aportó en su exigua vida con su vasta obra intelectual, sustento ideológico a un régimen político que carecía de él. Los postulados falangistas fueron readaptados, su simbología exaltada hasta la extenuación y sus líderes naturales -salvo determinadas excepciones- decapitados de todo poder e influencia.

La Falange joseantoniana, grupúsculo sumamente ideologizado en una España con elevados niveles de analfabetismo y atraso cultural, fue esa mezcla de resuelta chulería ante algo que “no nos gusta”. No abominaban de la República pero sí de la Monarquía, aunque su modelo de Estado tendría que ser otro. A ese primigenio movimiento testimonial se unió una pléyade intelectual, algunos de cuyos integrantes, pasado el tiempo, se retractarían de sus avezados ímpetus juveniles. El falangismo no se correspondió con un simple sucedáneo del fascismo italiano sino que, como han coincidido diferentes estudiosos del fenómeno español y desde diversas ópticas, tuvo su propia idiosincrasia. Las memorias del político socialista Indalecio Prieto, con el que José Antonio mantuvo una más que evidente cercanía, así lo corroboran.

José Antonio fue un mártir, pero no exclusivamente por perder la vida como tantos otros ante un pelotón de fusilamiento en plena contienda, sino por la inmolación a la que se vio sometida su figura y su legado intelectual en los años posteriores a la guerra fratricida. Sus más fieles discípulos vienen asegurando desde hace décadas que resultaría prácticamente seguro que, de haber sobrevivido al conflicto, el primer jefe nacional de la Falange no se hubiera plegado a cuantas directrices marcaran los mandatarios de fajín, fusta y bota acharolada. Mucho se ha especulado al respecto sobre los intereses ocultos que llevaron a que aún se sospeche que no se echó toda la carne en el asador para salvarle del paredón. Quizá a algunos les interesara más un José Antonio muerto que vivo, actuando de Pepito Grillo ante los incumplimientos del sistema político en el que desembocó el copioso reguero de sangre, odio y venganza, que se prolongaría durante casi tres años, y que todavía no han superado las generaciones de los que algo tuvieron que ver con su triste y lacerante eclosión.


El mártir ausente

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