Revista Política

El mayo catalán

Publicado el 07 mayo 2012 por Anarod

'Al maig, cada dia un raig'

 El pasado viernes, Xavier Theros escribió, en la edición catalana de El País, un certero y acerado artículo –'Plaga de poliflautas'- sobre el particular clima que vivimos en Barcelona ya no el martes 1 de mayo, sino la semana entera, desde que empezaron las medidas profilácticas destinadas a hacer agradable la estancia de tanto ilustre visitante que tuvo a bien agraciarnos con su presencia.

Hablaba Theros de la estética poliflauta que prolifera entre los moços (que se disfrazan de activistas antisitema pero con una banda de color verde en el brazo izquierdo para que los distingan), del derroche de helicópteros sobrevolando permanentemente la ciudad, de las calles cortadas y los atascos… Y hoy sábado leíamos una muy elocuente crónica –'Un blindaje policial sin margen para el error'- de lo que le pasó a un modesto funcionario (sospecho que de mi faculty) que, al salir del metro en Universidad y ante el insólito y esplendoroso espectáculo que se desplegaba a sus ojos, tuvo la infeliz ocurrencia de sacar su móvil y disparar unas instantáneas…También supimos que, pasado el peligro, liberaron a los estudiantes 'retenidos'.

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El caso es que, por befas o por nefas, recordé otro mayo extraño: el de 1937. Por increíble que parezca, en la férvida Barcelona de entonces no se celebró la gran manifestación que unitariamente habían convocado los sindicatos para conmemorar la fiesta del proletariado, el 1 de mayo, y aquel sábado los barceloneses se vieron obligados a trabajar igual que un día cualquiera. Contra lo prometido, no hubo discursos, ni paradas, ni manifestaciones: sólo un escueto comunicado oficial para notificar la suspensión de los actos programados debido al peligro y el desorden reinantes, instando a las organizaciones a retirar de las calles a cuantos elementos que, a fuerza de emplear la coacción, comprometían la revolución y la guerra. Era la única manera, decían, de erradicar el clima de alarma que reinaba en Cataluña a causa de los asesinatos y atropellos cometidos por unos y por otros, a los que siguieron los correspondientes entierros con sus cortejos fúnebres, unos actos descomunales y excesivos para ser lo que supuestamente eran o deberían, pero no para lo que en realidad fueron: una demostración de fuerza.


  

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El narrador de mi nueva novela y su amigo Ángel habían quedado el domingo por la tarde para ir al Capitol, y lo esperé en la Plaza de Cataluña durante unas dos horas, y recordará la extrañeza que le produjo el monolito instalado en mitad de la plaza para celebrar la fiesta del trabajo: un gigantesco número uno erguido sobre una base de cuadriláteros que en cada una de sus caras llevaba escrito en enormes letras mayúsculas un maigaderezado con profusión de alegorías y eslóganes referidos a la histórica jornada. En el Capitol, esa histórica jornada tenían programado La ciudad sin ley, del gran Edward G. Robinson. Bueno, de Howard Hawks.


     

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Naturalmente, el amigo Ángel estaba missing porque, tal como venían dadas, se jugaba el cuello. Más tarde, cuando se encuentran, y rememora aquella otra semana trágica (que así llegó a llamársela), entre otras cosas, le cuenta:-Pero que conste, que en Sants triunfamos. En mi barrio, los bakuninistas proclamaron el comunismo libertario: desde el mismísimo martes y frente a la mismísima Plaza de España, ondeó un gigantesco cartel –explicó, abriendo los brazos todo cuanto pudo y agitándolos en el aire mientras exclamaba: REPÚBLICA INDEPENDIENTE DE MURCIA. AQUÍ TERMINA CATALUÑA. PROHIBIDO HABLAR EN CATALÁN.
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Y también le cuenta, muy enfadado, el discursito ridículo de García Oliver conocido como 'La leyenda del beso': ¡Camaradas! Por la unidad antifascista, por la unidad proletaria, por los que cayeron en la lucha, no hagáis caso de provocaciones. No cultivéis en estos momentos el culto a los muertos. Que no sean los muertos, la pasión de los muertos, de nuestros hermanos caídos, lo que os impida en estos momentos cesar el fuego. No hagáis un culto a los muertos.[…] Todos cuantos han muerto hoy son mis hermanos; me inclino ante ellos y los beso. Son víctimas de la lucha antifascista y los beso a todos por igual.

  

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Y ya puestos a seguir llorandoriendo, otro recuerdo de aquellas jornadas: el almibarado artículo aparecido en una publicación anarquista, 'Las Naranjas de la Paz', donde el autor, abusando de la falacia patética, contaba un episodio, al parecer verídico, sucedido en las calles de la Barceloneta:
  

Los disparos de esta parte de la población se espacian y agonizan, como lanzados por fusiles asmáticos. Un carro de naranjas, conducido por camaradas del Borne, pone una pincelada de oro en la pausa de un tiroteo lánguido. Las naranjas –bombas de mano de la huerta levantina- avanzan hasta la barricada que ocupan los trabajadores. Un saco, dos sacos, tres sacos     Los camaradas del Borne se retiran después del dulce bombardeo y los trabajadores se disponen a engullirse el envío, ante los rostros asombrados de los guardias. En el reducto del Orden Público las bocas se hacen agua.   Un guardia más decidido que otros se acerca a pedirles naranjas y les regalan un saco. Desde entonces, ni un disparo, ni un insulto, ni una mala mirada más. Bien haya la naranja pacificadora que ha sido instrumento de armonía…

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