Revista Cultura y Ocio

El médano del loro y el ferrocarril bananero

Por Agora
El médano del loro y el ferrocarril bananeroLa primera vez que me eché a la cara “Cien años de soledad”, con avidez, sorpresa y cierta inconsciencia fruto de los pocos años, me pasó desapercibida la muerte de Melquiades en los médanos de Singapur luego de haber dejado escrita la historia de José Arcadio Buendía y su familia con cien años de antelación. Siempre he recordado su aparición en las primeras páginas: un gitano corpulento, de barba montaraz y manos de gorrión que, al frente de su tribu traía a Macondo la maravilla del hielo. Tiempo después, una lectura más sosegada me permitió comprender, entre los muchos juegos de luces y sombras de la obra, la aparición-desaparición del errabundo jefe de los gitanos, su rejuvenecimiento portentoso merced a una prótesis dental (todo el mundo se fue a la carpa, y mediante el pago de un centavo vieron un Melquiades juvenil, repuesto, desarrugado, con una dentadura nueva y radiante), y su definitivo final trasmutado en sombra fantasmal compañera de Aureliano Babilonia, ya viejo, mientras este se afanaba en descifrar los manuscritos en sanscrito donde se describía la historia de toda la familia, hasta sus detalles más triviales, con cien años de anticipación, para descubrir la profecía: El primero de la estirpe está amarrado en un árbol y al último se lo están comiendo las hormigas. Pero nunca supe lo que era un médano y mucho menos que existieran en Singapur ni que la gente, por cualquier oscura razón, pudiera morir en ellos. Supuse que era un hijo más de los muchos que la portentosa fantasía de García Márquez alumbra a lo largo de toda la obra. Pasados los años, en un lugar de la costa de Huelva, cerca de una de las muchas torres-vigía que, ya ruinosas, jalonan la costa y dan nombre a la zona, me salió al paso un cartel que decía “Médano del loro”. Y Melquiades volvió a revolverse desde el banco de platero del coronel Aureliano Buendía donde lo había dejado balanceando las piernas en el vacío, la última vez. Empecé a comprender, después de visitar el “Médano del loro”, que probablemente la historia es circular y el tiempo vuelve a pasar una y otra vez por los mismos acontecimientos, porque unos kilómetros más adelante me topé con la historia de los mineros masacrados en la plaza de Riotinto por las tropas del regimiento Pavía cuando se manifestaban pacíficamente en defensa de sus derechos. Unos grandes paneles en el Museo del Ferrocarril cuentan la historia de 1888 que muchos niegan o minimizan. Los cientos de cadáveres que luego recogieron las tropas fueron amontonados en los vagones de un tren minero que los condujo a un cementerio lejano donde se perdieron sus rastros. Y era la misma historia de los trabajadores muertos en Macondo por las tropas regulares, cuando intentaban recuperar su dignidad en la plaza del pueblo ante los dirigentes de la compañía bananera. Allí también un regimiento de soldados ametrallaron sin compasión a los manifestantes y los cadáveres fueron luego amontonados en plataformas de carga y alejados en el silencio de la noche por un tren (el más largo que [José Arcadio Segundo] había visto nunca, con casi doscientos vagones de carga, una locomotora en cada extremo y una tercera en el centro), que los condujo hasta el mar. Sin embargo, José Arcadio Segundo, que revivió de entre los cadáveres, no pudo encontrar a nadie que recordara el episodio pocas horas después: aquí no ha habido muertos. Desde el tiempo de su tío, el coronel, no ha pasado nada en Macondo, le dijo la primera mujer que lo reconfortó con un café caliente a su regreso. Nadie más –excepto él- recordó nunca el tren de los muertos. El pueblo se aplicó al olvido desde el primer momento. Y puede que sea verdad, que los médanos de Singapur y de Huelva sean una misma cosa y que todos los trenes del mundo que transportaron cadáveres de trabajadores rebeldes fueran el mismo. O que nada de eso hubiera existido, que los médanos sean elucubraciones fantasiosas de los geógrafos y los trenes de muertos sean leyendas inexistentes, como Macondo. 
Mariano Sanz NavarroMariano Sanz Navarro(Murcia, 1943). Ingeniero Técnico de profesión y licenciado en Historia, ha publicado un libro de narraciones, Desde el Asilo, IJK; un volumen de cuentos, Cuentos truculentos, y un libro de viajes: Viaje por el Sahara Occidental. Pinchando sobre su nombre se accede a su blog personal.  

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