Revista Opinión

El mediohombre que venció a Inglaterra

Publicado el 15 noviembre 2014 por Miguel García Vega @in_albis68

cartagena_blas de lezoHacía meses que tenía pendiente hablar de “Mediohombre”, un marino tuerto, manco, cojo y, por si eso fuera poco, vasco. El apodo, bastante obvio, se lo llamaban a sus espaldas ya que por lo visto no tenía muy buenas pulgas. Su nombre era Blas de Lezo y Olavarriaga (1689-1741) y es considerado uno de los mejores estrategas de la Armada Española en toda su historia.

Ese post lo fui dejando pero hoy tengo que improvisar ya que la actualidad obliga, espero no acabar como Vernon, literariamente hablando. Este sábado 15 de noviembre se inaugura una estatua en su honor en la plaza de Colón de Madrid, acto que presidirá Juan Carlos El Jubilado, artista conocido anteriormente por El Rey Campechano. La figura de Blas de Lezo se colocará frente a la desproporcionada bandera española puesta allí por el ayuntamiento como referencia para las fotos aéreas de Google.

La iniciativa-homenaje y la estatua ha sido sufragada con donaciones populares e imagino que al  acto acudirá lo más granado del nacionalismo español, siempre a punto para rememorar con añoranza un pasado imperial de palacios e iglesias rodeados de miseria, aunque seguro que el PIB de la primera potencia mundial de aquel tiempo daba gusto verlo.

Dicho todo esto me parece injusto el olvido en España (no así en Colombia) hacia una figura como la del marino vasco, que tuvo una vida fascinante y cumplió con su deber hasta el final.

blasdelezo
Blas de Lezo nació en Pasajes (Pasaia), un pueblo marinero, en una familia de marineros. Se educó en Francia (además de marinera la familia tenía buen ojo) y a los 12 años se subió a un barco y ya no se bajó de ellos en toda su vida. Aquel primer barco era francés, y con la marina bleu luchó, con 15 añitos, en la batalla de Tolón (1704) durante la Guerra de Sucesión Española. De allí salió sin una de sus piernas y sin quejarse mientras se la amputaban a lo vivo, según cuentan las crónicas. Le ascienden y le ofrecen un puesto en la corte de Felipe V, pero él prefiere navegar.

Los siguientes años se los pasa patrullando el Mediterráneo y combatiendo a ingleses y piratas berberiscos. Años de combates navales, cañoneos a corta distancia y abordajes a cara de perro. Los ingleses temían particularmente a los abordajes de las naves españolas, donde debía haber un montón de gente con mucha mala leche reconcentrada y mucha hambre, que eso siempre cabrea más.

Durante esas refriegas perderá primero un ojo y luego un brazo, a la vez que gana en conocimiento del mar y de la guerra, convirtiéndose en uno de los mejores marineros de la Armada. Con 25 años ya es “Mediohombre”, dirige una fragata y apresa once navíos británicos, entre ellos el Stanhope, muy superior al suyo.

Finalizada la Guerra de Sucesión lo trasladan al Caribe, a la caza de piratas y corsarios. Luego de vuelta al Mediterráneo, como jefe de su escuadra naval. Allí participa en el rescate de un dinero perteneciente a la Corona de España que el banco de Génova tenía retenido. Como Merkel pero a lo bruto. Más tarde rinde la ciudad de Orán. Ya como teniente general de la Armada es destinado a Cartagena de Indias, donde completa su leyenda.

sitio de cartagena

Representación del sitio de Cartagena de Indias en 1741

El sitio de Cartagena de Indias

Cartagena de Indias, en la actual Colombia, era una de las plazas clave del Caribe español, puerto por el que pasaba todo el comercio entre las Indias y España, incluyendo el oro y la plata de Bolivia y Perú. Inglaterra, enemigo de siglos, era una potencia pujante en los mares y seguía anhelando las riquezas americanas. Interpretando, correctamente, que la Corona española estaba en declive montó una expedición al mando del almirante inglés Edward Vernon. La excusa –ya saben, armas de destrucción masiva, defensa de la democracia o estamos ante un nuevo Hitler– fue la captura por el capitán de navío Juan León Fandiño del corsario inglés Robert Jenkins. El capitán español le cortó una oreja y le dijo (palabra de Jenkins) “Ve y dile a tu rey que lo mismo le haré si a lo mismo se atreve”. Jenkins, en plan acusica, fue con el cuento a su tierra y Jorge II decidió que había que dar un escarmiento a aquellos chuletas.

Robert Jenkins enseñando su oreja a parlamentarios ingleses

Robert Jenkins enseñando su oreja a parlamentarios ingleses

Y hacia Cartagena de Indias se fue en 1741 el almirante Vernon con su enorme escuadra: 186 barcos con 2.000 cañones y más de 25.000 combatientes. Dato para algunos ingleses despistados que se hayan acercado a este post: 60 barcos más que la Gran Armada de Felipe II, bautizada por ellos como Armada Invencible. Una flota de desembarco solo fue superada siglos más tarde en Normandía.

Edward Vernon

Edward Vernon

Frente a ellos, en Cartagena espera Blas de Lezo con 6 barcos, unos 3.000 hombres y unas fortalezas descuidadas y medio en ruinas. Eso sí, Don Blas contaba, a sus 47 años, con sabiduría estratégica, la experiencia de más de  20 combates y un reiterado y probado tesón y desprecio por la muerte.

Durante 3 meses de asedio la escuadra de Vernon intentó penetrar en Cartagena. Con astucia y coraje Lezo y sus hombres rechazaron todos los ataques defiendo la ciudad trinchera a trinchera, hundiendo sus propios barcos o volando baluartes en retirada. Al final, tras casi 10.000 muertos y más de 7.000 heridos y con 17 navíos dañados Vernon tuvo que aceptar la derrota y la retirada. El daño para la flota inglesa en pérdida de material y oficialidad fue grande y tardó en recuperarse. La batalla significó también que España mantuvo su supremacía militar en América al menos durante medio siglo más.

Celebración británica

En aquellos tiempos las noticias no corrían tan deprisa, así que mientras la armada invencible británica se retiraba derrotada, en Inglaterra celebraban una victoria que daban por segura. Tanto es así que habían acuñado antes de tiempo monedas conmemorativas en las que representaban a Vernon tomando la ciudad y a Lezo (con dos piernas y dos brazos) arrodillado ante él con la leyenda “The pride of Spain humbled by Ad. Vernon”. Unos visionarios mis primos.

Las monedas de la 'victoria'

Las monedas de la ‘victoria’

Los ingleses estuvieron semanas esperando la llegada triunfante de sus héroes, pero claro, no hubo ni desfile de la victoria, ni salvas ni vítores. Descubierta la triste realidad, el rey Jorge II prohibió a sus cronistas que mencionaran el desafortunado incidente de Cartagena y aquello quedó olvidado en la historia, hasta la siguiente conmemoración de lo de la Invencible.

Los británicos, eso es algo digno de admiración, siempre han sabido venderse muy bien frente al mundo y magnificar victorias como la de la Armada Invencible mientras ocultaban a sus propios ciudadanos y al mundo derrotas como la de Cartagena de Indias. Convierten una catástrofe en una nota a pie de página de su historia y le dan al hecho, otro acierto de marketing, un nombre como el de “la guerra de la oreja de Jenkins”, que sugiere más una pelea en un pub que una batalla en toda regla.

Una operación de marketing con tanto éxito que incluso España se olvidó de aquello y de Blas de Lezo. El bravo marino murió meses después, como resultado de las heridas del asedio. Y murió como suelen morir los héroes que han servido a la corona española: pobre y enterrado en una fosa común cuyo lugar exacto aún se desconoce. Intrigas políticas habían cursado la orden de relevarle de todos sus cargos. Por suerte para él la orden le llegó una vez muerto y se ahorró ver como una vez más el verdadero enemigo estaba en casa.

Ahora tal vez empiece a valorarse una gesta que, con todo el antimilitarismo que ustedes quieran y dejando polémicas políticas alicortas, como mínimo debería provocar el respeto y el aprecio de un trabajo bien hecho.


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