Revista En Femenino

El mejor regalo del mundo: Un relato dulce y emotivo de Patricia Sutherland sobre la pareja más famosa de la Serie Moteros.

Por Sutherland

EL MEJOR REGALO DEL MUNDO

(Fragmento)

por Patricia Sutherland

Un relato dulce y emotivo, que abre el telón a un momento muy especial de la pareja más famosa de la Serie Moteros, basado en Los moteros del MidWay, 4. Una Navidad muy especial. Londres.

El mejor regalo del mundo: Un relato dulce y emotivo de Patricia Sutherland sobre la pareja más famosa de la Serie Moteros.

Sábado, 25 de diciembre de 2010.

Bar The MidWay.

Hounslow, Londres.

Eran las cuatro y media de la tarde y ya hacía más de una hora que Dakota había puesto a la familia en movimiento. Tal como había esperado que sucediera, las tías de Tess habían dicho que todavía era temprano y que podían quedarse un rato más en la buhardilla, a lo que él había respondido sacándolas con cajas destempladas.

—Ni hablar. Además, ¿que esperáis, que los quite yo? —Señaló el enorme lazo rojo que rodeaba la campana con la que tradicionalmente se anunciaba la última ronda de bebidas del día—. De eso nada, señoras. Ya podéis ir retirando todas esos adornos rapidito, que esto es un bar de moteros y se abre a las cinco.

—¡Es Navidad, Dakota! Moteros o no moteros todo el mundo espera ver lacitos y bolas de colores —intervino Amelia, haciéndole un guiño a Tess que para entonces reía divertida ante la expresión del rostro de su marido.

—Eso será en su caso. Lo que los clientes de este bar esperan encontrar aquí es cerveza y buena música.

—Y tíos buenos —apunto Abby mientras recogía la última mesa.

—¡Eso; tíos buenos! —dijo Terry.

Todos lo miraron sorprendidos. Llevaba dos horas bostezando sin parar con evidentes signos de estar durmiéndose sentado.

—¡Snowman ha resucitado! —exclamó Amelia, riendo. Junto a sus hermanas ya había comenzado a retirar los adornos navideños del salón.

—¡Alabado sea Dios! —bromeó Stella—. ¡Chico, qué alivio, nos tenías preocupados!

Terry agradeció los comentarios elevando ambos brazos como si fuera una estrella del rock saludando a los fans en un concierto

—Parece que has vuelto a la vida —le dijo Tess cariñosamente—. En ese caso, podrías quedarte un rato.

El moreno declinó la invitación con un gesto de la mano.

—No, cariño. Llevo dos semanas de aeropuerto en aeropuerto. Lo que necesito es dormir tres días seguidos, pero como eso no será posible, cuanto antes empiece mejor.

—Bueno, te dejaré descansar hoy, pero mañana te esperamos… ¿a comer? —propuso y al ver que él dejaba caer la cabeza hacia adelante y se ponía a roncar en broma, añadió—: De acuerdo, a cenar, entonces. A ti también, Diana, por supuesto. Y no aceptamos excusas, ¿verdad, Scott? —le preguntó a su marido que estaba encendiendo las máquinas, detrás de la barra.

El motero se volvió a mirarla con gesto interrogante.

—Les he invitado a cenar en casa mañana y acabo de informarles que no aceptamos excusas. Tienen que venir —le explicó ella, risueña—, ¿verdad?

¿Más gente en su casa? ¿Y todavía se lo preguntaba? Dakota empezó a reírse de pura desesperación.

—Si no venís os prometo que no me voy a ofender —aseguró. Y vio que Tess se ponía roja, lo cual consiguió que él se riera con más ganas.

—Eso es un alivio, tío. Lo último que querría es que te ofendieras —exclamó Terry y miró a Tess—: ¿Te he dicho ya que tu marido me encanta? ¡Es lo más!

—¿Te sientes identificado, verdad? A ti también se te da muy bien desconcertar a la gente con comentarios inoportunos… —Y volvió a dedicarle una mirada recriminatoria a su marido a la que él respondió haciéndole un guiño.

«Y que lo digas», pensó Diana, asintiendo con la cabeza varias veces. 

Aquellos movimientos enfáticos no pasaron desapercibidos a Terry. Estuvo a punto de traer a colación lo sucedido durante el día de remembranza en conmemoración del aniversario de la muerte de su marido, pero descartó la idea. Tess no estaba al tanto, o eso creía, ya que de otra forma, le habría dicho algo al respecto y la conocía lo bastante para saber que lo sucedido no le haría gracia. De hecho, mirándolo en perspectiva, a él tampoco se la hacía. No había estado bien.

—Totalmente identificado —repuso—. Tu marido es un desvergonzado, igual que yo. 

Dakota pensó que ese era el pie que necesitaba para acabar con aquella reunión por la vía expeditiva. Saltó por encima de la barra y fue hacia la mecedora donde estaba Tess con decisión.

—¡Exactamente! Y como no tengo ninguna vergüenza y, en cambio, lo que sí tengo es que prepararme para abrir el bar, me voy a llevar a mi mujer y a mi hija a casa ahora mismo. ¡La salida queda por ahí! —Señaló con un gesto de la cabeza la puerta principal y empezó a alejarse empujando la silla al tiempo que decía—: ¡Adiós a todos y gracias por venir!

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