Revista Sociedad

El Memogate

Publicado el 26 noviembre 2011 por Tiburciosamsa

Imaginémonos la posición del Presidente pakistaní Asif Ali Zardari el 3 de mayo pasado: tu principal aliado, EEUU, acaba de matar a su enemigo público número uno debajo de tu ventana. Resulta que durante casi diez años lo tuviste escondido a dos pasos del hoyo 18 de tu club de golf favorito y ni tú, ni tus servicios de inteligencia os habíais enterado. Los EEUU tienen razones para estar muy mosqueados contigo. Lo malo es que en el interior, tus militares también las tienen: nunca te tuvieron mucha simpatía y ahora se encuentran con que otro Estado ha violado la soberanía nacional para matar al fugitivo que tenías en casa y con el que algunos de ellos simpatizaban. Por cierto que además de los militares, tienes a los karachíes que no te tragan, a los fanáticos del cricket que siguen a su estrella convertido en político Imran Khan y que no votarían por ti, así les regalases un millón de dólares a cada uno, ¡hasta el autor de la Wikipedia que escribió tu entrada te odia! La entrada de la Wikipedia sobre Asif Ali Zardari en inglés no tiene desperdicio. Arranca de esta manera: “Asif Ali Zardari es el mayor mentiroso y el más corrupto de la historia de Pakistán. Mató a su mujer y a un cuñado. No tiene vergüenza. La gente le llama “Perro” en su país.”
Cuando uno está rodeado de tantos enemigos, siente la tentación de hacerle cariñitos a alguno de ellos cuando nadie esté mirando. “Oye, que no soy tan malo, que hago lo que hago porque me fuerzan los otros que son malísimos”. Lo malo de esa situación es que te pillen efectivamente haciendo los cariñitos. Algo así le ha pasado a Zardari.
El 10 de octubre pasado el empresario y analista Mansoor Ijaz publicó en el “Financial Times” una columna explosiva donde contaba que a la semana de la muerte de bin Laden, Zardari envió un memo por medio del Embajador pakistaní en Washington al Almirante Mike Mullen, que presidía entonces el Mando Conjunto norteamericano. El memo pedía árnica a EEUU ante la debilidad del Gobierno civil y el riesgo de que los militares cabreados le dieran un golpe de estado y ofrecía como prueba de su sinceridad eliminar a la sección de los servicios de inteligencia (ISI) encargada de mantener relaciones con los talibanes y suprimir a la red haqqani, que opera en Afghanistán y tiene bases en Pakistán. Ijaz parece que tenía información de primerísima mano sobre este memo: él fue la persona a la que el Embajador pakistaní en Washington, Hussain Haqqani, contactó para que lo hiciese llegar a las autoridades norteamericanas. El acceso de sinceridad, dicen las malas lenguas, le habría dado a Ijaz cuando comprobó que el sobre para compensarle por sus esfuerzos pesaba menos de lo esperado.
Cuando te pillan en un renuncio así en política, el manual de instrucciones dice que tienes que negarlo todo. El Embajador Haqqani negó que le hubiera pedido a Ijaz ninguna mediación y fue tan categórico que casi niega hasta que le hubiera conocido. El portavoz del Presidente Zardari vino a sugerir que qué sustancias tan exóticas fuma Ijaz que le producen unas fantasías tan vívidas. El Almirante Mullen negó que hubiera recibido ningún memo, aunque luego tuvo un ataque de memoritis y dijo que sí, que había recibido algún tipo de papelillo al que no otorgó ninguna credibilidad y que, por consiguiente no hizo nada con él. Por último, el que destapó el escándalo, Mansoor Ijaz ahora dice que todo fue una iniciativa de Haqqani, de la que Zardari no sabía nada.
El caso se ha cerrado por el momento, como se intentan cerrar estos casos: haciendo que ruede alguna cabeza. La que estaba más a mano era la del Embajador Haqqani, que acaba de presentar su dimisión. Ahora todo lo que le queda al Presidente Zardari es cruzar los dedos y esperar que a los militares les baste con esa cabeza.

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