A principios de mes estaba viendo en la tele y de repente un anuncio muy prometedor afirmaba que cualquiera podía cambiar su vida en 21 días. Automáticamente, un voz salió de su interior y dijo: “No son 21 son 66”. “¿Y tú cómo sabes esas cosas?”, le preguntó su marido extrañado. Definitivamente, lee demasiado a Punset.
Con todo, le pareció una promesa acertada y tempestiva. Es el momento de los buenos deseos, de los propósitos. Que nunca cumplimos. Pero ¿por qué no? Le consta que todos sus buenos deseos de hacer deporte, comer sano o aprender definitivamente inglés son sinceros y aun así…Nada. Porque, amigos, son –somos- un hatajo de vagos sin voluntad. Queremos resultados. Ya. Ahora. Sin esfuerzo.
Van un día a la clase de zumba y abandonan. No aguantan más de una semana a dieta. El inglés se les hace bola. “Estoy cansado, no tengo tiempo, llueve, tengo que recoger a los niños”. Existe una excusa por cada cosa que tememos hacer.
No les pide que se preparen para un triatlón, ni siquiera que comiencen con el maldito running –por la sencilla razón de que no cabe ni un solo corredor más en el río- sino que quieran querer cambiar. Organícense. Háganle un hueco al mejor yo que ustedes puedan llegar a ser. El cerebro es plástico. Está preparado para reeducarse, para crecer, para cambiar. Se necesitan 66 días para cambiar un hábito, no 21 como mantiene Dani Rovira. Y entre Punset y Rovira, llámenla rara, pero se queda con Punset.
Solo tienen que escribir su propósito y trazar un plan. Al escribir su meta, la hacemos tangible, real. En Asia dicen que lo escrito es sagrado. Pues eso.
Pongan su to do list en un lugar visible. En la nevera, por ejemplo. Y vayan tachando propósitos. Dos meses pasan pronto. Y aprender algo nuevo es la mejor recompensa a pesar de las agujetas. Mentales, dice.
Puzzle Bobble
Karate Blazers
Puzzle De Bloques
Magical Cat Adventure